Si bien hay una máxima que dice que el amor todo lo perdona, muchas personas no están dispuestas a averiguarlo y deciden, una vez cometido un acto de infidelidad, guardar el secreto y jamás revelarlo a la pareja. Otras, en cambio, no pueden con la culpa y prefieren confesar. Pero, ¿qué es lo más recomendable?

Las opiniones en este tema tan delicado están divididas: por un lado hay quienes afirman que una infidelidad, más si es un “desliz” pasajero, nunca debe ser admitida y menos confesada a la otra parte ya que ocasiona un dolor innecesario e irreparable cuya única salida es la separación. Por otro lado –y es aquí en donde coinciden muchos especialistas– existe otra mirada al respecto: confesar la infidelidad es una oportunidad para salvar la relación, ya que ésta es un síntoma de algo que está pasando en la pareja y no desaparecerá si no se identifica y se trabaja en el problema.

La infidelidad es una consecuencia y no una causa de separación y, si se logra superar la experiencia traumática, teniendo presente que es un tema de a dos –y no meramente de la persona “culpable”- la pareja saldrá fortalecida. Hay que ser conscientes de que el engaño, cuando no es sintomático de otra patología, es un síntoma de algo que anda mal en la pareja y que como tal, lo ideal es poder hablarlo, ya sea a solas o con un terapeuta de por medio.

También se debe tener en cuenta que no hay un momento oportuno o una forma adecuada para confesarle a la pareja una infidelidad. El rencor y la inseguridad que se instala en el que ha sido engañado es muy difícil de superar; por eso a veces se impone la asistencia de un profesional para que cree un ámbito de contención y reflexión para ambas partes y que los guíe para que una infidelidad no sea el final de una relación, sino el comienzo de un rehacer sobre bases más sólidas de amor, de comunicación y de confianza.

Fuente: Clarín