Como muchos millones de mexicanos desde hace años observo y me entero de lo que está ocurriendo en México. Amo mucho a este país, a la gente, a su historia, sus defectos, sus virtudes. Me enoja, me entristece, me indigna lo que estamos viviendo, lo que hemos permitido, ¿por qué?,  solo, única y exclusivamente porque quiero un México mejor. Pero sé y estoy consciente de que enojarme, entristecerme incluso quejarme, no ayuda en nada, ni ayuda a nadie.

Las preguntas que me hago todos los días, como muchos amigos y parientes míos son ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo colaborar? ¿Cómo hago grupo con los que si queremos a México? ¿Cómo los encuentro? ¿Dónde están? A mí, los campesinos michoacanos me han dado pauta, para mí son el ejemplo a seguir.

Los admiro, no solo por tener las agallas de tomar las armas, por arriesgar la vida, eso vale mucho, lo respeto, lo envidio. Pero valoro más su capacidad de armar equipo, de ser propositivos, de dar el paso, de respetar su dignidad y hacerla respetar, de amar a México, sin más ni más que enfocándose en su entorno, en sus pueblos, en sus comunidades.

De pronto sucedió, de pronto contagio, de pronto, esos campesinos a mí me han dado pauta de cómo hacer, de que hacer. Lo que verdaderamente puedo y debo hacer, es enfocarme en mi entorno, en mi “pueblo” en mi comunidad, en mí vecindario. Pensar localmente, hacer algo, dar ejemplo y dejarlo fluir. Enfocarme en encontrar que puedo yo hacer en mi comunidad, algo que me importe, que nos impacte a todos, que dependa de mí. Que se pueda ver, que se pueda repetir. Que motive, que contagie, pero más que nada, que dependa de mí. Y a pesar de mis carencias, no pensar en cómo no, buscar  siempre el cómo sí. Enfocarme en hacer algo, sentirlo, contagiarlo y sobre todo hacer algo que dependa de mí.

Para reflexionar

Alfonso del Valle Azcué