Fausto Vallejo tenía una meta: ganar la gubernatura de su estado, Michoacán, al suroeste de México. Eso dicen sus amigos. Fue tres veces alcalde de la capital michoacana y fue presidente estatal de su partido, el Revolucionario Institucional (PRI). En 2011 compitió en las elecciones estatales y las ganó. Pero cayó enfermo al poco tiempo y dejó su cargo entre abril y octubre de 2013. Justo el año en que la violencia en la región se desbordó por los enfrentamientos entre narcotraficantes y autodefensas, civiles armados. “Quiso ser gobernador, pero cuando por fin lo consiguió, fue en las peores circunstancias”, reconoce uno de sus excolaboradores. Esta es la historia del político que quiso gobernar su tierra y que terminó como uno de los más cuestionados de este país.

Cuando Vallejo se postuló para la gubernatura tenía una trayectoria, hasta entonces, bastante exitosa. Había sido presidente del PRI en el estado y ocupó tres veces la alcaldía de Gobierno. Su administración coincidió con la fundación del Festival de Cine Internacional de Morelia, actualmente el más importante del país. El Centro Histórico de la Ciudad fue restaurado. Era un alcalde popular, reconocen muchos morelianos.

El estado es un bastión histórico del Partido de la Revolución Democrática (PRD), el mayor partido de izquierdas del país. El fundador del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas, es michoacano y es hijo del presidente Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940), quizá uno de los mandatarios más populares en la historia de México. Que también era de Michoacán. Han pasado 70 años desde que Lázaro Cárdenas llegó a la presidencia de México, pero en los mitines políticos que se celebran en Michoacán aun hay personas que llevan su retrato. “Tata Lázaro”, le llaman. En purépecha, la lengua de los indígenas de la región, Tata significa “Papá”. Michoacán, además, es el único estado del país en el que el PRD, desde su fundación, no había perdido nunca una elección nacional hasta 2012, cuando ganó Peña Nieto ahí. Ni siquiera el expresidente Felipe Calderón (también michoacano) consiguió ganar en su propio estado.

Cuando Fausto por fin se postuló, en 2011, el Michoacán que aspiraba a gobernar era muy distinto a la Morelia cultural y turística que había gestionado. Habían pasado cinco años ya desde que Felipe Calderón usara al estado como punta de lanza para su guerra contra el narcotráfico. Durante esos años, la región se sumió en una espiral de violencia.

En septiembre de 2006, los narcotraficantes, supuestos miembros de la Familia Michoacana, un cartel con una ideología seudorreligiosa y regionalista, arrojaron cinco cabezas en un bar de mala muerte en Uruapan, a 100 kilómetros de Morelia. El 15 de septiembre de 2008, durante la verbena para celebrar la independencia mexicana, los narcotraficantes atacaron a la población civil con granadas. Mataron a ocho personas, entre ellas un niño, y dejaron heridos a decenas. Calderón presumió de haber aniquilado al fundador de La Familia en diciembre de 2011, Nazario Moreno. La mafia tuvo una escisión y los que se quedaron cambiaron de nombre: se convirtieron en Los Caballeros Templarios, uno de los grupos más sanguinarios del país.

El resto de la historia ha sido repetido una y otra vez en los últimos meses. Las palabras que acompañaban a Michoacán eran siempre las mismas: La Familia, narcotráfico, Los Caballeros Templarios, muertos. Muchos muertos. En México se estima que más de 70.000 personas han sido asesinadas desde 2006. Al menos 5.000 murieron en Michoacán. Este fue el Estado que Fausto Vallejo comenzó a gobernar en febrero de 2012. El estado tiene la sexta deuda interna más alta del país y la administración local estaba prácticamente en la quiebra. En los últimos meses del predecesor de Vallejo, Leonel Godoy (PRD), hubo funcionarios estatales que pasaron meses sin cobrar su sueldo. La economía michoacana está golpeada. La violencia afectó a la agricultura (Michoacán es el principal productor nacional de aguacate y uno de los mayores de limón, papaya, zarzamora y otros frutos): los limones en México son casi tres veces más caros de lo que eran hace un año. Y la razón es la violencia en Michoacán. La hostelería, otro de los pulmones económicos del estado (aporta una quinta parte de su PIB), está arruinada. “Yo solo les pido que vengan, ¿ya ve? ¿a poco le ha pasado algo ahora que ha estado aquí”, explica el dueño de un hotel en Pátzcuaro.

Para más INRI, Fausto Vallejo cayó enfermo. Es un hombre de complexión robusta, así que fue difícil ocultar una drástica pérdida de peso que ya era notoria desde que era candidato. Nunca informó con detalles sobre su enfermedad. “Estaba muy mal, hubo dudas hasta de que tendría la salud para llegar a la elección”, explica un funcionario estatal. Eligió como su segundo a bordo a Jesús Reyna, un político originario de Huetamo, de la Tierra Caliente michoacana, el epicentro de la violencia en Michoacán. Reyna ha sido acusado de mantener vínculos con Los Caballeros Templarios por las autodefensas. Él lo niega rotundamente.

En abril de 2013, Vallejo abandonó el cargo temporalmente, y dejó el Gobierno en manos de Reyna por seis meses. La tensión entre narcotraficantes y autodefensas, que se fundaron en febrero de ese año, se disparó. Cuando Vallejo regresó al cargo, en octubre, las milicias controlaban una decena de los 113 municipios michoacanos: los más extensos territorialmente. Un mes después, el Ejército mexicano se hizo con el control del puerto de Lázaro Cárdenas, el más importante de carga del país, que era utilizado como punto de trasiego por las mafias para transportar armas, drogas y hierro extraído ilegalmente.

Y la puntilla vino el 4 de enero. Las autodefensas, que habían mantenido un avance lento pero constante en el estado, asumieron el control de la alcaldía de Parácuaro, un municipio de 25.000 habitantes a solo 150 kilómetros de la capital, Morelia. El movimiento disparó todas las alarmas. Los narcotraficantes atacaron las carreteras, incendiaron autobuses y montaron un cerco en Apatzingán, la principal ciudad de Tierra Caliente, que se mantuvo sitiada durante casi una semana. El Gobierno mexicano reaccionó unos días después y anunció el Operativo para la Seguridad y Desarrollo Integral de Michoacán, que en un inicio intentó desarmar a las autodefensas. Los choques causaron dos muertos. Las autoridades dieron marcha atrás y pactaron con las milicias. El presidente Enrique Peña Nieto nombró a Alfredo Castillo, un hombre de su confianza, como comisionado al estado. “Nuestro gobernador de facto”, ironiza el mismo funcionario estatal.

Era un secreto a voces. En las ruedas de prensa, Vallejo aparece al lado del comisionado, pero pocos le preguntan sobre el estado. Los periodistas van sobre Castillo. “A mí me da mucha pena verlo. Está como de adorno”, asegura un comerciante moreliano. “Y después de todo lo que hizo en Morelia…”. En los pasillos del Palacio de Gobierno, el rumor iba creciendo: a Vallejo “no lo habían quitado” porque “no se habían cumplido los tiempos”. De obligarle a dejar el cargo antes del 14 de febrero de 2014, las leyes indican que se debe convocar elecciones. Y las condiciones para celebrarlas en Michoacán no son las ideales.

Así que el evento de este viernes, la fecha prevista, era esperada con atención en el estado. Al informe asistieron ocho gobernadores -un hecho inusual para Michoacán-, el presidente nacional de su partido, Manlio Fabio Beltrones, el comisionado Castillo y el secretario de Gobernación (Interior), Miguel Ángel Osorio Chong. “Eso es extraño, ¿en qué informe del país ocurre algo así?”, se pregunta el funcionario estatal. Minutos después, él mismo se responde. “Bueno, es que Michoacán no es cualquier sitio del país…”.

El viernes, Vallejo terminó su discurso con esta frase: “Varios comunicadores han dicho que si me voy, me voy y me voy, y la noticia hoy en este 14 de febrero, Día del Amor y la Amistad, es que me quedo a seguir sirviendo a mi pueblo”. El político, canoso y delgado -perdió casi 30 kilos por la enfermedad-, recibió una ovación. Hasta algunos diputados opositores se pusieron de pie. Bajó y volvió a su sitio, a unos metros del comisionado Alfredo Castillo.

Fuente: El País