Seguramente tú también has escuchado alguna vez en la vida: Lo que no te mata te hace más fuerte. Y seguramente también las intenciones de quien te lo ha dicho hayan sido buenas, pero sinceramente la idea es una falacia.

Por cuántas adversidades haya que pasar para saberlo, no tengo idea. Sin embargo, haber vivido ya algunas cuantas me ha hecho comprender que ser fuerte es lo que te hace más fuerte.

Desde profundas depresiones, abusos sexuales, desprecio por uno mismo, relaciones violentas y destructivas, la muerte de personas queridas… nadie es inicialmente fuerte. Atravesar esas experiencias nos hace sentir una cáscara de ser humano en la que no hay nada más que dolor y vacío. Posiblemente en esas crisis lloremos, recemos o hagamos lo que esté al alcance de nuestras creencias para salir de ellas porque no somos capaces de hacerlo por nosotros mismos.

Sobrevivir a ellas tampoco nos hace más fuertes. Tomar una decisión consciente para modificar nuestras circunstancias, sí.

Basta levantar por fin la cabeza, mirarse en el espejo y darse cuenta que quien nos mira desde el otro lado no somos nosotros mismos. Es la evidencia de que algo debe cambiar. ¿Cómo? Liberándonos de los brazos de la depresión y sacándonos de esos abismos negros. Tal vez será una de las cosas más difíciles por hacer, pero hacerlo empodera, fortalece.

Es fácil sentir lástima por uno mismo y asumirse como una víctima. Lo difícil es encontrar el coraje para abandonar esos papeles, para recoger los pedazos y seguir adelante en una mejor dirección.

Y como la vida se compone de ciclos es totalmente posible que transitemos de ida y vuelta por esas experiencias más de una vez. Volverán los momentos de tristeza y vulnerabilidad. Es agotador, después de tanto que nos ocurre, mantener una actitud positiva. Pero ser fuerte no se supone que sea fácil, y la fuerza no nos ha sido dada por mera supervivencia.

En cambio, la fuerza interior es un músculo que se tiene que ejercer y construir constantemente. Como cuando levantamos pesas, los músculos sufren pequeños desgarres y sin embargo se reconstruyen a sí mismos.

Igual pasa con las personas. Algunos días, un músculo en particular puede estar tan lastimado que no quieres levantar ni la mínima cosa con él,  pero cuando de todos modos lo utilizas es cuando se hace más fuerte. La fuerza no es algo que alguien nos dé. Es algo que se acumula por el uso de todos los días para que cuando la necesites puedas mover una montaña con ella.

Hay que construir nuestros músculos mentales de modo que cuando una carga pesada se coloque en nuestros hombros, lo primero que hagamos no sea jalar la espalda tratando de levantarnos. Cuando ya seamos fuertes, seremos capaces de recoger lentamente ese peso y arrojarlo lejos sólo para ser un poco más fuertes de lo que eramos antes.

No hace falta tener una idea inmediata de cómo resolver nuestros problemas actuales, tampoco hay que entrar en pánico. No hace falta cuestionar por qué la vida nos da la espalda tantas veces o por qué las cosas malas siguen ocurriendo.

No es necesario quejarse ni permitirnos sentir siquiera una pizca de autocompasión. Lo que debe hacerse es respirar, pensar y planear estrategias. Es encontrar la manera de sobrevivir  y empezar a reconstruir.

Y aunque la vida nos ponga a prueba, llegará un punto en el que sepamos que somos lo suficientemente fuertes como para superarla. Eso y cualquier cosa que nos ocurra, no porque tengamos una fuerza inherente, sino porque habremos trabajado en ella. Y al igual que los músculos después de un entrenamiento, avanzaremos más lejos y más ligeros siendo más fuertes de lo que ya hemos sido antes.