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El modelo tradicional de familia está sentenciado a muerte. La incertidumbre laboral y económica que está comenzando a formar parte del ADN de los jóvenes ha hecho más lento la creación de nuevos hogares y ha llegado a mínimos históricos. Esto anticipa un panorama demográfico un tanto desolador.

Las nuevas generaciones no necesariamente aspiran a tener hijos, vivir con su pareja o solos. Jóvenes en sus 20 y 30 años e incluso adultos que sobrepasan los 40 años han decidido vivir en pisos compartidos. Parejas, amigos y familia bajo un mismo techo. Este es el nuevo modelo de familia.

Andrea y Charli, que son pareja, viven en un departamento de tres habitaciones. Ellos ocupan un cuarto,  Inés y Matías los otros dos respectivamente. Se conocieron en la universidad; un prestigiado colegio. Esta es la evidencia de que no sólo las clases bajas están imponiendo esta nueva forma de vivienda.
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Todos ellos han terminado una carrera, tienen profesiones relajadas (unos arquitectos y otros publicistas) y no pueden alquilar un piso entero porque entonces se quedan sin dinero para salir por unos tragos y esto les da una sensación de frustración.

Sus comodidades son precarias, pero parecen felices; sus costumbres y rituales no distan mucho de las de una familia. Los domingos se reúnen para comer todos juntos, salen de vacaciones y se cuidan mutuamente. Quizá por este motivo esté surgiendo paralelamente otro fenómeno; el de la economía colaborativa (con plataformas como Airbnb, City CarShare o Uberpool que ponen en contacto a personas que desean intercambiar o compartir bienes y servicios.

Inseguridad emocional: las parejas ya no son para toda la vida
Los planes a futuro de estos jóvenes no pasan por un cambio de modelo de vida, ni siquiera se lo plantean: “Haciendo un esfuerzo económico podría vivir sola o con mi pareja, pero tampoco me gusta la idea; no tengo la seguridad de un trabajo estable, podrían correrme en cualquier momento. Además, ¿quién me asegura que si me voy a vivir con mi novio no terminemos al poco tiempo?”
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El factor clave que ha propiciado este fenómeno es la calidad de vida percibida. Son personas que viven solas o en pareja porque así están más cómodas. A la larga todo tiene que ver con la capacidad de elegir. Por tanto, si eligen libremente irse a vivir con amigos y aún así gozar de la mitad de su sueldo, se generará una mayor satisfacción personal.
Ni seguridad emocional ni económica
Por un lado, existe una gran incertidumbre en el mercado laboral. La carencia de los recursos sólo ofrece la posibilidad de vivir en solitario sacrificando cientos de comodidades.
Por otro lado, la incertidumbre emocional debido a la inestabilidad de las parejas modernas. Por supuesto, los hijos son un lujo al que ni se quiere ni se puede aspirar.
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Estos son los dos factores que asientan este cambio social. El auge de las parejas monoparentales está detrás de la desconfianza sobre si esta unión funcionará o no. Primero prueban vivir juntas y si unos años después continúan juntos, podrían decidir hacer un contrato matrimonial.
La obsesión por el desarrollo profesional, sobre todo entre las mujeres, es uno de los elementos para que este significativo cambio en el modelo de la familia comience a gestarse con mayor intensidad. Hoy en día, los dos miembros de la pareja suelen trabajar; suelen priorizar sus expectativas laborales a las familiares. Como consecuencia, estamos caminando hacia un modelo de “pareja sociológica” en lugar de familias numerosas de mediados del siglo pasado, lo que dibuja una sociedad con un alto porcentaje de población envejecida y esto supone una gran dificultad para el mantenimiento del sistema público de salud.

 Vía: ElConfidencial