madera

Suiza es el hogar de algunos de los mejores fabricantes de violines en el mundo. Pero ¿cómo saben qué árbol es el adecuado para hacer un violín de primera calidad como el Stradivari? Un paseo por el bosque con un experto en seleccionar árboles nos da una idea de la enorme experiencia e instinto que se necesita para esa tarea.

Cualquier árbol no sirve. Su edad, el clima e incluso la posición de la luna ayudan a diseñar las notas más cálidas y completas.

Lorenzo Pellegrini sacudió la cabeza y se alejó con la nieve hasta las rodillas.

No iba a perder el tiempo con ese árbol. Demasiadas ramas.

Las ramas significan nudos en la madera. Y los nudos en la madera estropean su resonancia.

Pellegrini es un selector de árboles. De entre 10.000 abetos es capaz de encontrar el “árbol Stradivarius”.

“Lentement, lentement, lentement”, dice. “Despacio, despacio, despacio”.

Así es como deben crecer los árboles de los violines.

“En lo alto de estas montañas crecen tan lentamente que a veces dejan de crecer por completo. Simplemente reúnen fuerzas. Hay árboles por aquí que tienen mil años”, dice.

Sus ojos azules se abren con asombro. “¡Increíble, ¿no?”

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[sws_red_box box_size=”630″] Pasión desde la infancia [/sws_red_box]

Pellegrini ha estado trabajando en el bosque desde que tenía nueve años.

Mientras crecía en las montañas de Abruzzo, en Italia, él y su familia se adentraban en el bosque cada año, a horas de distancia del pueblo más cercano construían una cabaña para vivir y permanecer allí durante ocho meses, durante los cuales talaban arboles y cortaban troncos.

“Sólía dar los restos de mi polenta a los lobos”, dice.

Con 30 años de edad, descubrió el Bosque Risoud y nunca quiso abandonarlo.

Ahora tiene 83 y todavía sube a los árboles como una ardilla, y trata al bosque como si fuera su jardín, eliminando las hayas que ahogan a sus preciosos abetos.

“Para que los árboles crezcan lentamente y con regularidad, hay que dejarlos crecer juntos, como el pelo en la cabeza”, dice.

“Y no debe haber exceso de agua. El corazón del árbol debe mantenerse seco. Eso hace que de la mejor madera. Sólida con una enorme resonancia”, añade.

Pellegrini se considera como una especie de jardinero de bosques. Pero cuida los bosques para personas que nacerán dentro de varios siglos. Gracias a él, habrá buenos abetos de resonancia en el siglo XXIV.

Una vez se encuentra el árbol perfecto, explica, hay que esperar a que llegue el día perfecto para cortarlo.

Eso ocurre a finales de otoño, cuando la savia se ha hundido de nuevo en el suelo y cuando la Luna está en su punto más bajo en el horizonte, y más alejado de la Tierra.

Porque, al parecer, la atracción gravitatoria de la Luna no sólo tira de las aguas del mar y provoca las mareas, también tira de la savia.

Ese día, el árbol está lo más seco posible. La ceremonia es organizada con el resto de los silvicultores. Por lo general, los más jóvenes tienen el honor de talarlo.

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[sws_red_box box_size=”630″]Granos y anillos [/sws_red_box]

Mientras conducimos a Le Brassus, un pequeño pueblo de montaña cerca del bosque que alberga muchos de los más prestigiosos fabricantes de relojes de Suiza, Jean-Michel Capt señala una montaña envuelta en nubes.

“Dicen que cuando se puede ver que el pico va a llover”, cuenta y hace una pausa, para que expresamos nuestro entusiasmo.

“Y cuando no se puede es que ya está lloviendo”.

Capt es un artesano e inventor que utiliza la resonancia de la madera que Pellegrini encuentra para hacer guitarras de calidad.

En su taller me muestra una tira de madera de un árbol de por lo menos 350 años de antigüedad.

Sus granos y sus anillos están muy rectos y juntos.

Un anillo se formó cuando el ejército británico que pasa por encima de Ypres.

En otro, cuando se inauguró el edificio Versalles de Luis XIV.

Para demostrar las cualidades acústicas de la madera saca una cajita musical. Le da cuerda y tintinea.

Coloca la caja tintineante en esa franja de madera y de repente la melodía llena la sala. El sonido no sólo es mucho, mucho más fuerte sino más cálido y sólido.

Más tarde caminamos por el pueblo para conocer a uno de los muchos músicos del bosque Risoud.

Cerca de un fuego de leña, David Guignard saca su chello y toca un poco de Bach.

“Mi padre era un guarda forestal y mi abuelo construyó una cabaña para nosotros en el bosque,” recuerda.

“Así que los mejores momentos de mi infancia ocurrieron en el bosque. Era feliz de vivir al pie de los árboles.”

El profesor de música de Guignard le enseñó que la madera no está del todo muerta.

Siempre está reaccionando a los cambios de temperatura y humedad, siempre en evolución.

Escucho el crepitar del fuego y el sonido de las cuerdas del violonchelo haciendo cantar a la madera.

Y pienso que nunca escucharé esta música de la misma manera.

Porque aquí, cuando se oye un instrumento de este tipo, se piensa en la nieve y el viento y los cucos y las abejas sobre estos altos árboles de violín.

BBC