Anoche me encontraba sentado a las orillas del Mar de Galilea viendo la (no tan) bella ciudad de Tiberíades, pensando en tantas cosas que sentía que ya los pensamientos no iban a caber en mi cerebro.
Infinidad de sucesos han sucedido aquí: desde completamente triviales (como yo estando sentado pensando) hasta de proporciones bíblicas (en este lago es en el que se relata Jesús caminó sobre el agua, Mateo 14:22-33).
Pero lo que más llama mi atención no es sólo lo que los humanos hemos hecho en o alrededor del cuerpo de agua. Imaginen esto – tuvo que haber una primera gota de agua que formara parte del lago, un primer riachuelo que empezó a proporcionar su contenido a este lugar hasta que un buen día se le pudo llamar algo más que charco (claro, dudo que hubiera alguien para llamarlo cualquier cosa).
Las montañas que rodean este hermoso valle también se formaron durante millones de años y sin embargo, nosotros los humanos parecemos estar estancados en la idea de que siempre hemos estado y siempre estaremos, cuando en realidad somos efímeros, fugaces y, sobre todo, insignificantes.
Siempre me ha gusta el dicho que va “Más sabe el Diablo por viejo que por diablo”. Imaginan cuántas cosas no sabe este lago, lo difícil es poderlo escuchar.