Toda la vida había tenido claras dos cosas: que me gustaría ser madre y que no sería capaz de abortar. Me gustaría saber qué porcentaje de nosotros fue un bebé no planeado y sigue sin saberlo. No es mi caso. Siempre fui muy consciente de que mi existencia se debe a un traspiés.
Quiero aprovechar esta oportunidad para dar las gracias a la nula educación sexual de la época, sin la cual no estaría escribiendo esto. Esa conciencia de bebé no planeado me llevó a pensar que, si a mí no me abortaron, yo tampoco podría abortar y de paso a ser extremadamente cuidadosa en mis relaciones sexuales.
Pero en la vida no todo sale como planeamos y a menudo nos encontramos en situaciones en las que pensábamos que jamás nos encontraríamos.
Ahora da igual el por qué o el cómo, lo que importa es que yo estaba en el baño de una estación de autobús lejos de mi casa haciendo pipí en un palito y que a ese palito le salieron dos rayas. Positivo. Ya decía yo que esas resacas no eran normales.
Mi novio de entonces se limitó a llorar como un bebé y a decir que haríamos lo que yo quisiera. Yo no podía parar de pensar “¿cómo es posible que esté embarazada y no sienta nada?” Como si el embarazo fuera a cambiar mi percepción del mundo al instante.
Aquellos días todos mis pensamientos seguían el patrón “¿cómo puede ser que esté haciendo X si estoy embarazada?” Y X podía ser cualquier cosa: desayunar, trabajar, dar un paseo, leer un libro o salir con una amiga. Todo me parecía surrealista. “¿Pero es que nadie se da cuenta?” me preguntaba a cada segundo. No podía parar de pensar en ello. Tenía náuseas por las mañanas y comía galletas de jengibre para que se me pasaran, era incapaz de beber alcohol.
¿Alguna vez me he arrepentido de haber abortado? En absoluto. Conozco a varias mujeres que lo han hecho, e imagino que a varias más que jamás me han hablado de ello, porque lamentablemente sigue siendo un tema tabú.
Parece que si una mujer decide abortar es una bruja sin corazón, una ignorante, una puta o que carece de instinto maternal. La cosa no es así. Hay mujeres que abortan porque son muy jóvenes, porque son muy grandes, porque carecen de recursos, porque no están con la pareja adecuada, porque ya tienen otros hijos de los que ocuparse o simplemente PORQUE LES DA LA SANTA GANA. Da la casualidad de que todas las mujeres que conozco que han abortado son unas madres excelentes, y algunas lo eran incluso en el momento de abortar.
¿Es el aborto algo maravilloso? No, amigas, no. El derecho a abortar es maravilloso, pero el aborto no.
Abortar no es fácil. Implica replantearse muchas cosas para las que una no está preparada, pensar en cosas que a menudo tenemos escondidas acumulando telarañas en alguna esquinita de nuestro cerebro, pasar por una intervención innecesaria y estar a la merced de un cóctel de hormonas que puede sacar lo peor de nosotras mismas. En mi caso el aborto fue el detonante que desencadenó una depresión cuya raíz no tenía nada que ver con él, y les aseguro que no soy la primera a la que le pasa.
Se habla mucho sobre leyes y números, pero no lo suficiente sobre experiencias. La mujer que aborta se lo calla, y lo hace en parte porque está mal visto, por el qué dirán, por vergüenza o por no revivir una experiencia que probablemente haya sido dolorosa.
Cuando una mujer se plantea abortar y busca información en internet se encuentra con un montón de historias horribles publicadas por grupos pro-vida. Historias que le dicen que la va a pasar fatal, que se va a quedar estéril, que es menos mujer que las demás. Y se siente culpable y sola cuando lo más seguro es que alguna mujer de su entorno haya pasado por lo mismo y se lo esté callando como ella.
Fuente: (Actitud Fem)