Como ingeniero, Tal Golesworthy está acostumbrado a desarmar cosas, descifrar el problema y volver a armarlo todo una vez arreglado. Pero durante más de 30 años vivió con un asunto que amenazaba su vida y que era menos fácil de reparar.
Esa fue su situación hasta que un día tomó una idea del jardín, combinada con algunos procedimientos básicos prestados de la industria aeronáutica, y se le ocurrió una solución muy simple para tratar su afección cardíaca.
Después le tocó convencer a los cirujanos de que se lo pusieran. Nueve años después, su invento ha ayudado a más de 30 personas con situaciones similares.
Andrew Ellis, futbolista entusiasta, es uno de los que se ha beneficiado de la inventiva de Golesworthy.
Con sólo 27 años, Ellis explica que fue aterrador someterse a una intervención médica experimental probada por tan poca gente, pero se alegra de haberlo hecho.
Cinco años después de su operación, sigue sano y en buena condición física. Dice que se siente «como alguien que no tiene una enfermedad de corazón».
Golesworthy ahora está haciendo un llamado a cirujanos de toda Europa para que empiecen un ensayo que ponga a prueba su dispositivo en terapias más convencionales.
Como Ellis, Tal Golesworthy tiene el síndrome de Marfan, un trastorno en el cual los tejidos conectivos del cuerpo son defectuosos. Normalmente estos tejidos actúan como sostén de los órganos principales, también se encargan de que permanezcan en su lugar y mantengan su forma.
Las personas con formas más severas de este síndrome pueden tener problemas con sus ojos, articulaciones y particularmente su corazón.
«Crudo y simple»
Cuando el corazón bombea sangre por el cuerpo, la aorta -arteria principal- se estira para acomodar el flujo de sangre. En la mayoría de las personas se relaja y vuelve a su tamaño normal, pero puede que esto no ocurra en quienes sufren del síndrome de Marfan. Y con el tiempo poco a poco se va alargando.
Desde una temprana edad, Golesworthy tenía claro que corría el riesgo de que un día su aorta se estirara tanto que estallaría. Durante una revisión rutinaria en el año 2000, le avisaron que había llegado la hora de considerar una cirugía preventiva.
El problema es que no quedó muy impresionado con las opciones disponibles. La cirugía tradicional es larga y compleja e incluye sustituir la parte estirada de la aorta por un injerto artificial. Algunas veces los cirujanos tienen que colocar válvulas de metal dentro del corazón para remplazar las que se tienen que cortar.
Llevar un metal en el corazón significaba que Golesworthy debía tomar anticoagulantes por el resto de su vida para asegurar un flujo de sangre sin problemas. Esta medicación conlleva el riesgo de que haya un sangrado, incluso hasta por una pequeña caída.
Como persona activa y aficionado al esquí que es, este era un efecto secundario que Golesworthy no estaba dispuesto a tolerar.
«No quería que mi vida siguiera entre algodones, por lo que pensé que podría salir con algo menos molesto y complejo que no requeriría que me quitaran una parte de mi corazón», cuenta.
Así que él mismo diseñó una solución.
Su pensamiento fue sencillo. «Si la manguera se está abultando, debo conseguir algún tipo de cinta aislante y envolverla por la parte exterior para evitar que se abulte. Es así de crudo y simple, y todos lo hemos hecho en nuestros jardines».
No fue nada fácil convencer a los cirujanos de que él podía mejorar la técnica disponible hasta ese momento. Pero logró persuadir al profesor Tom Treasure, que entonces estaba en el hospital Guy de Londres, y al profesor John Pepper, del hospital Royal Brompton de Londres, de que podían aprender una que otra cosa de las técnicas de ingeniería.
«A la medida»
Tres años fueron necesarios para que el equipo, cada vez más grande, perfeccionara el procedimiento. El resultado sería un manguito personalizado que se sutura alrededor de la arteria alargada, lo que ofrece un soporte estructural y evita que siga creciendo.
La hipótesis del equipo fue que al colocar el manguito en la parte exterior -en vez del interior- de la aorta, reducirían la complejidad de la operación, se eliminaría la necesidad de tomar anticoagulantes y la intervención quirúrgica duraría menos.
«Había pasado toda mi vida profesional gestionando distintos proyectos, pero este era completamente diferente. De repente mi aorta está arreglada. Empecé a respirar con normalidad y a dormir bien y relajado de una forma que no lo había hecho en muchos años» – Tal Golesworthy
Y tres años después de iniciar el proyecto, estaban listos para dar el gran paso. Golesworthy sería el primer conejillo de indias.
A pesar de haber tenido varios simulacros de operación, lo recuerda como el día más aterrador de su vida.
«Había pasado toda mi vida profesional gestionando distintos proyectos, pero este era completamente diferente», explica.
La operación de dos horas se realizó en el hospital Royal Brompton. Casi una década después, la aorta de Golesworthy no ha crecido.
«De repente mi aorta está arreglada. Empecé a respirar con normalidad y a dormir bien y relajado de una forma que no lo había hecho en muchos años», recuerda.
Golesworthy dice que su motivación al principio del proyecto era completamente egoísta, pero el equipo ahora ha podido ofrecer a más de 30 pacientes de Londres, Oxford y Lovaina, Bélgica, manguitos hechos a la medida.
Andrew Ellis, quien fue operado en el Royal Brompton, supo durante mucho tiempo que en su mano de cartas estaba la de la cirugía.
Su padre biológico había muerto de la enfermedad a los 20 años, por lo que era muy consiente de cuáles serían los riesgos sin tratamiento. Pero al igual que Golesworthy, a Ellis tampoco le entusiasmaba la idea de una intervención larga ni una medicación de por vida.
Así que se sometió a la misma intervención del ingeniero y cinco años más tarde los exámenes muestran que su aorta no se ha agrandado.
«El invento de Tal eliminó la amenaza que durante mucho tiempo tuve de someterme a una operación importante», señala.
«Verdadero lugar»
No obstante, como cualquier otra cirugía, esta no está libre de riesgos. Hasta ahora, para la mayoría ha funcionado muy bien, pero un paciente murió por complicaciones durante la intervención.
Aunque no estuvo involucrado en el proyecto, el profesor Graham Cooper, asesor de cirugía cardiovascular del hospital Sheffield Teaching, considera que «Golesworthy es un ingeniero brillante y muy perspicaz».
«Pero durante 20 años hemos practicado la operación tradicional y ha probado ser muy segura y efectiva, sabemos que evita que la gente se muera».
«Es posible que este nuevo procedimiento tenga algunas ventajas, puede significar que los pacientes pasen menos tiempo en el hospital y se sometan a una intervención menos compleja, pero todavía pasará mucho tiempo antes de que tengamos los datos para comparar las dos alternativas».
El experto agregó que se necesitan pruebas más robustas de todas las opciones disponibles antes de saber cuál es su «verdadero lugar».
Golesworthy coincide en que ese debe ser el siguiente paso. Recientemente hizo un llamado -a través de la revista European Heart– para que varios investigadores pongan a prueba su dispositivo.
Fuente: (BBC)