¿Es ética o moralmente malo que un adulto deliberadamente desee aprovechar su atractivo sexual para conseguir lo que quiere, por ejemplo, avanzar en su carrera?
La pregunta es más compleja de lo que parece y está profundamente conectada a las estructuras de poder de la sociedad.
En 2011, la escritora y productora Samantha Brick admitió, en un artículo publicado por un diario británico, que había usado su encanto físico para lograr lo que quería, y aseguró que “eso es lo que hace cualquier mujer con sentido común”.
Respaldó su argumento citando a la socióloga Catherine Hakim, quien en su libro “Capital erótico: el poder de fascinar a los demás” arguyó que la mujer debe capitalizar su lado erótico para avanzar en la vida.
Como era predecible, hubo quienes no estuvieron de acuerdo con estos puntos de vista.
A veces sí, a veces no
Iain Law no es uno de ellos. El catedrático de filosofía de la Universidad de Birmingham piensa que valerse de la apariencia física no es malo per se.
“Suponga que están buscando un actor particularmente guapo para que sea el protagonista de una película. En ese caso no parece condenable que alguien use su belleza física para conseguir el rol”, señala.
“Ciertas personas son exitosas en parte porque se les considera sexualmente atractivas, como las estrellas de cine y otras personas en la vida pública”.
No obstante, añade Law, las reglas son algo distintas afuera del mundo del espectáculo, por ejemplo en el entorno de una oficina.
“Si usted se está beneficiando de privilegios negados a sus colegas y eso no tiene nada que ver con su desempeño en el trabajo, es injusto”, declara.
“Si usted se está beneficiando de privilegios que le son negados a sus colegas y eso no tiene nada que ver con su desempeño en el trabajo, eso es injusto” – Iain Law
“El hecho de que sea la sexualidad lo que se está usando en vez de otras cosas, como el nepotismo o amiguismo, es irrelevante: es la iniquidad del resultado lo que importa”.
Para María do Mar Pereira, socióloga feminista de la Universidad de Warwick, el asunto clave es el contexto.
“No hay nada malo con aprovechar las habilidades y recursos que uno tenga a la mano para navegar el mundo. Individualmente, no es condenable, pero los individuos existen en una sociedad”, dice.
“El hecho de que nos animan a pensar que la sexualidad es uno de los recursos primarios que debemos explorar y aprovechar, y de que ese mensaje es especialmente dirigido a las mujeres, crea una enorme presión y expectativa que tiene un impacto en el bienestar, la confianza y la interacción con los demás… y eso es algo que nos debe preocupar”, declara.
Ambos académicos concuerdan en que, en el caso de las mujeres de alto perfil que trabajan en la esfera pública, el uso profesional de una imagen sexualizada puede tener un impacto problemático en su audiencia, la cual puede pensar que es la única manera de triunfar.
Empoderamiento y explotación
Hay una palabra que frecuentemente aparece en el debate sobre hasta qué punto la gente, y particularmente las mujeres, deben sexualizar su imagen o no: empoderamiento.
Está ligada a la idea de que el sexo es un arma de liberación. Si se aprovecha bien, no es sólo una habilidad sino también una forma de reafirmar el derecho de un individuo a la autodeterminación.
Por ello, las vestimentas escasas, las conductas provocadoras o la voluntad de hacer parte de la industria sexual han sido consideradas por algunos como ejemplos de la lucha contra la explotación y la reconquista del cuerpo femenino.
Sin embargo, Pereira advierte que el empoderamiento puede ir de la mano de la explotación.
“A menudo las personas se sienten empoderadas incluso cuando las están explotando, y a menudo la gente puede ser muy poderosa y puede explotar a otros sin sentirse de ninguna manera empoderada”.
Las decisiones individuales, dice la socióloga, operan en dos niveles: uno es la manera en la que la gente siente, es decir, si sienten que tomaron una decisión placentera. El otro nivel es el impacto social y las repercusiones de esa decisión individual.
“La gente tiene que responder por las decisiones que toma sin importar cómo se siente personalmente respecto a la decisión”, apunta.
“Es un poco como el argumento filosófico de que la libertad de uno termina cuando empieza la del otro. Su empoderamiento no puede darse a expensas del de los demás”, arguye Pereira.
La sociedad liberal occidental, dice Law, cree en el derecho individual a la autodeterminación y autoexpresión. Sin embargo, añade, “la mayoría de nosotros, cuando nos presionan, nos damos cuenta de que hay límites en cuanto a cuán lejos pensamos que es verdad”.
“Es muy común que la gente descubra que tiene intuiciones morales que se rebelan contra ciertas formas de autoexplotación”.
“Por ejemplo, que alguien se venda, literalmente, es algo que a la gente le parece malo, incluso si nadie forzó a quien se vendió y nadie lo está explotando”.
“Hasta pensamos que la sangre debe ser donada y no vendida”.
Si estas intuiciones son correctas o no, es un debate que inflama a la comunidad de filósofos, señala Law.
“Hay quienes quieren impulsar la idea de autodeterminación hasta el extremo y dicen que no existe la autoexplotación: si alguien elige libremente, está bien. Otros están en desacuerdo”.
Y Law agrega que en el caso de la música pop y la cultura que promueve una imagen sexualizada, puede darse un choque entre el derecho individual del artista de autoexpresarse y el potencialmente perjudicial efecto social de su arte.
La música cómplice
Mientras que a menudo se dice que la música es cómplice a la hora de promover la sexualización de las audiencias jóvenes, también es cierto que ha contribuido a darle forma al paisaje moral actual y a redefinir lo que es socialmente aceptable, en particular en lo que se refiere al sexo y a la libertad de las mujeres.
La cantante británica Charlotte Church describió a Madonna como una pionera que usó su imagen para hacer una declaración de principios, como alguien a cargo de su propia sexualidad. Al cambiar su imagen a menudo y poner su yo sexual en el corazón de su imagen, opina Church, Madonna probó que estaba en control de sí misma y su sexualidad.
“Cualquier tipo de uso del sexo que promueve e impulsa un sentido de diversidad y multiplicidad es socialmente muy poderoso en un sentido muy positivo” – Maria do Mar Pereira
No todos interpretaron a Madonna de la misma forma. Entonces, ¿es sólo una cuestión de gustos? ¿Cómo puede la audiencia distinguir entre lo positivo y los usos degradantes y vulgares del sexo?
Pereira piensa que la diferencia no está en la audiencia ni en su intención, sino en si la forma en que el artista utiliza la sexualidad es “abierta o cerrada”.
“Por ejemplo, uno puede ser gordo y sexual. Cualquier tipo de uso del sexo que promueve e impulsa un sentido de diversidad y multiplicidad es socialmente muy poderoso en un sentido muy positivo”, declara.
Pero, concluye, cualquier uso del sexo que refuerza una visión más estrecha de la sexualidad –por ejemplo, el de que la única forma de ser atractivo sexualmente es siendo joven y con una apariencia específica– “tiende a reforzar las normas y expectativas y termina limitando nuestras opciones y nuestra capacidad de decisión”.