Después de que Sergio García pasara el examen para convertirse en abogado del estado de California en 2009, la alegría –y el ejercicio de su profesión- le duraron dos semanas.
Entonces descubrió que su licencia no era válida.
Su estatus como inmigrante indocumentado le impidió recibir una licencia profesional en virtud de una ley federal de 1996 que prohibía a los inmigrantes indocumentados recibir beneficios públicos por parte del Estado.
El jueves 2 de enero, después de cuatro años de campaña y batallas judiciales, García fue admitido como abogado en California, cuando la Corte Suprema de ese estado falló a su favor.
El tribunal tomó la decisión después de que una medida firmada por el gobernador Jerry Brown, que permite a los inmigrantes indocumentados ejercer la abogacía en California, entrara en vigencia el 1 de enero.
García estaba con sus abogados el día que la decisión fue dictada.
«En el momento en que mi abogado dijo: ‘Felicidades, colega'», cuenta, «me quebré, me puse a llorar. Ha sido un tiempo muy, muy largo, un viaje muy difícil».
El viaje de García
García llegó por primera vez a EE.UU. desde México cuando era un bebé. Sus padres cruzaron ilegalmente la frontera en busca de una vida mejor para su familia. A los nueve años García regresó a México con su madre y vivió allí durante ocho años.
«Hubo muchos días en que fui a la escuela con hambre y sin dinero para comprar comida, porque en México no había ningún almuerzo gratis», recuerda.
Cruzó la frontera de manera ilegal una vez más a los 17 años. Su padre le ayudó a solicitar la residencia permanente. Se aprobó su solicitud, pero nunca recibió su Green Card, la tarjeta de residencia permanente en EE.UU. Trabajó en una tienda de comestibles y ayudó a su padre recoger almendras.
«A veces iría a trabajar con él sólo para recordar lo que no quiero para mi vida. Yo no quiero trabajar en un puesto donde termine agotado, por el salario mínimo», dijo García.
Su condición de indocumentado le ha causado muchas dificultades. No podía hacer nada que requiera una identificación oficial, como solicitar una licencia de conducir, cobrar un cheque o ir al bar con sus amigos. Tampoco pudo visitar México, ni siquiera cuando murió su abuelo.
«Ser indocumentado en este país es muy difícil para el alma», asegura. «Algo que te consume poco a poco».
Después de graduarse de la escuela secundaria, García dice que recibió ofertas de la Universidad de California, Berkeley y la Universidad de Stanford, pero no pudo asistir porque no tenía documentos. Se convirtió en un asistente legal, y luego fue a la Universidad Estatal de California y a la Escuela de Derecho de Cal Northern.
Pasó el examen de grado para ser abogado del estado en el primer intento. Y su familia hizo una fiesta para celebrar.
Dos semanas más tarde, García se enteró de que no podían concederle la licencia. «Me dijeron (…) que necesitaba abordar ciertos problemas de mi estatus», cuenta. «Y fue entonces cuando se abrió la caja de Pandora».
De vuelta al trabajo
«Sueño con el día en que me convierta en un ciudadano de EE.UU.» – Sergio García
Cuatro años más tarde, y sólo horas después de que la Corte Suprema tomara la decisión, García estaba de vuelta en sus oficinas en Chico, California. Tenía una botella de champaña esperando en casa.
«He estado trabajando todo el día. No hay tiempo para celebrar en este momento», dice.
A pesar de que espera regresar a la corte, esta vez del otro lado del podio, García también espera continuar su trabajo como orador motivacional y activista.
Fundó la Fundación Sergio García C para ayudar a los estudiantes con dificultades para obtener educación universitaria.
También escribió un libro sobre su proceso, que dice que se publicará en algún punto del próximo año.
Pero a García todavía le queda un objetivo por cumplir.
«Sueño con el día en que me convierta en un ciudadano de EE.UU.», dijo.
«Tengo la esperanza de que no quede mucho para eso».