La mayoría de la gente cree que el trabajo de escort (como se llama en inglés a los acompañantes que pueden ofrecer sexo o no) es una labor peligrosa, degradante y explotadora. Pero hay quienes intentan reinventarla como una profesión libre de estigma utilizando todas las herramientas de la empresa moderna, escribe Mobeen Azhar, que realizó una investigación sobre esta tendencia en hombres.

«El objetivo es ser el mejor acompañante del mundo».

La convicción de Josh Brandon queda remarcada por su fuerte acento de los valles de Gales. El joven de veintitantos años se mudó a Londres hace cuatro años con el sueño de convertirse en modelo y en una celebridad.

Pero poco después de su llegada a la capital británica, comenzó a trabajar como acompañante. Ahora tiene una lista de precios que incluye tarifas por horas y un descuento si se hace una reserva de varias citas de una vez. Le entrega tarjetas de fidelidad a los clientes, para que los que paguen nueve citas, reciban la décima gratis.

«Tengo un sistema de reservas muy profesional y garantizo discreción total», asegura. «Mi modelo de negocio le sirve a mis clientes y me sirve a mí».

La casa y «lugar de trabajo» de Brandon está en el centro del Soho londinense, a las puertas del vibrante West End. Es la típica zona que la mayor parte de los habitantes de la capital no se puede permitir. Pero para Brandon, sus gastos mensuales de renta son una inversión.

«Todo el mundo conoce esta zona», explica. «Hay un flujo constante de turistas. Londres es, probablemente, la ciudad más visitada del mundo, así que siempre hay nuevos clientes».

«Me llegan estadounidenses y muchos árabes. Conocí a clientes que visitaban Londres y ahora me pagan el traslado a sus países para contar con mis servicios. Recién regresé de Múnich, Alemania. Estuve visitando a un comerciante de armas», añade.

«Lo máximo que he ganado fue US$50.000 en un mes. Cuando trabajo tan duro, el dinero es excelente».

Londres, ciudad ideal para el negocio

Brandon no está solo en este enfoque entusiasta. Russell Reeks gestiona la sección de anuncios clasificados en la revista de contactos gays QX. Dice que Londres es ahora un imán internacional para trabajadores sexuales masculinos.

«Actualmente tenemos todas las nacionalidades del mundo representadas en nuestras páginas», señala. «Algunos días, entran hombres en la oficina con maletas, que vienen directos desde el aeropuerto.

«Algunos incluso no hablan inglés, pero quieren arreglar el tema de su anuncio antes que cualquier otra cosa, incluso antes de encontrar un lugar para alojarse».

Uno de los hombres que ha puesto un anuncio es Tommy, de Brasil. Todavía está aprendiendo a hablar inglés, pero esto no ha impedido que gane dinero.

«Trabajar en un bar no era lo mío, demasiado trabajo para poco dinero», comenta. «Tenía un amigo que ya estaba acá, de Brasil. Era escort y me dijo que debía intentarlo», cuenta.

Mobeen AzharAzhar realizó esta investigación.

«Después de colocar mi anuncio, el teléfono no paraba de sonar. Hoy he visto ya a dos clientes y tengo otros dos esta noche. Mi tarifa es de US$230 la hora, puede hacer las cuentas. Si trabajo todo el fin de semana, no tengo que trabajar el resto de la semana».

«Mi primer día fue duro porque un cliente pidió mantener relaciones sexuales sin uso de preservativo, pero tuve que decir que no. Para mí la seguridad es importante».

Muchos acompañantes masculinos se toman su salud sexual en serio, corrobora Michael Underwood, enfermero en una clínica de salud sexual.

«Gestionamos una clínica de atención inmediata especializada en trabajadores del sexo», dice. «A menudo vemos que usan condones como parte de su trabajo. En Londres principalmente hemos visto un incremento en el contagio del VIH pero es algo que no ocurre de forma extendida entre prostitutos. Si se toman su trabajo en serio, no van a poner en riesgo su salud».

El concepto de la prostitución como una industria vinculada a la enfermedad, la adicción y la victimización es algo que Brandon y sus colegas quieren erradicar, pero sigue siendo una imagen cierta para muchos trabajadores del sexo.

Drogas como vía de escape

Nico tiene 40 años y ha estado vendiendo sexo desde que tenía 16. Se trasladó desde su lugar de origen cerca de Normandía, Francia, a París, y de ahí a Londres con la esperanza de trabajar en el sector textil.

Por un tiempo trabajó en en el barrio londinense de Knightsbridge vendiendo ropa masculina de diseño en un rutilante centro comercial. Pero su intento de tener una carrera ordinaria duró poco.

«Empecé a vender sexo porque era un adolescente muy nervioso. No podía lidiar con la vida normal. No tenía apoyo de mi familia. Fue mi única opción. Empecé a consumir drogas para escapar de lo que le estaba haciendo a mi cuerpo. Con 16 años, la mayoría de mis clientes eran hombres mayores, así que las drogas me ayudaron a desconectar. Incluso ahora consumo crack y cristal».

«Cuando no tengo suficiente dinero para pagar mis hábitos, trabajo como acompañante», continúa.

«La principal diferencia entre París y Londres son las drogas. En Londres puedes conseguir lo que quieras. Siempre hay alguien dispuesto a pagar por sexo y algún traficante dispuesto a tomar tu dinero. Quizá algún día me desintoxique y lo deje, pero simplemente ahora no puedo hacerlo».

NicoNico dice que era incapaz de lidiar con la vida normal.

La historia de Nico –rechazo familiar y adicción a las drogas- puede ser para muchos la norma, pero Brandon es fanático en cuanto a una vida limpia.

«Las drogas no son nada profesionales», opina. «No encajan con mi marca y con mis objetivos».

Y el rechazo de la familia tampoco es algo que siempre ocurra.

«Cuando gané el título de Trabajador Sexual Masculino del Año, le envié un mensaje a mi padre», cuenta Brandon. «Me dijo: ‘Estoy orgulloso de ti, hijo'».

El padre de Brandon, que todavía vive en los valles de Gales y trabaja en una compañía ferroviaria, acepta en silencio el trabajo de su hijo.

«Sé lo que hace y no lo grito a los cuatro vientos. No lo hablaría con mis amigos. Le digo que tenga cuidado pero, ¿qué más se puede hacer? Siempre que se mantenga seguro, buena suerte para él».

Ha habido un lento giro social hacia la aceptación del trabajo del sexo, señala Del Campbell, de la Fundación Terence Higgins.

«Hay mucho menos estigma para los hombres que venden sexo», sostiene. «A menudo, las mujeres siguen siendo vistas como víctimas, pero para algunos hombres homosexuales, hacer de acompañantes es ahora un trabajo normal. Podrías decir que lo eres en una cena y en algunos círculos y nadie movería un párpado».

Pero aún hay estigma. «Todo depende del individuo», considera Campbell.

«Conozco algunos prostitutos que hablan sobre la necesidad de escapar de la vergüenza de tener sexo a cambio de dinero. Se sienten profundamente culpables por mentir a sus familias. Muchos de los extranjeros les dicen a sus familias que están trabajando en un restaurante o una tienda. No pueden soportar la constante falta de honestidad.

«Les tienes que decir a esos hombres que este trabajo probablemente no sea para ellos. Pero sí que encuentras gente que, de forma genuina, ve la prostitución como un trabajo como otro cualquiera. Algunos disfrutan de su trabajo. Debemos apoyarlos. El estigma nunca ayuda».

(BBC)