Es el sueño de muchos: encontrar la pareja ideal.
Pero, ¿qué pasa si, a pesar de mucho buscar, no la encuentran?
Esa fue la difícil situación que a mediados del siglo XVIII enfrentaba el inglés Thomas Day.
Desde muy joven sabía lo que quería: una mujer inteligente y educada, pero totalmente mundana y sumisa; físicamente atractiva, pero que despreciara la moda, la música y danza; además tenía que ser fuerte, para ocuparse del hogar, pues él planeaba adoptar una existencia austera en el campo en la “práctica incesante de la virtud más severa”.
“El amor es el resultado del prejuicio y la imaginación; una mente racional es incapaz de sentirlo, al menos en un grado alto” – Thomas Day
La perspectiva no terminaba de atraer a las jóvenes de su clase social.
No ayudaba tampoco que su ideal de vida no incluyera lavar su ropa o su pelo, ni que para él el amor fuera, según le explicó a un amigo, “el resultado del prejuicio y la imaginación; una mente racional es incapaz de sentirlo, al menos en un grado alto”.
“Thomas Day leyó la carta de su prometida en Irlanda con incredulidad. Le había dicho adiós a Margaret Edgeworth en el otoño pasado con todas las expectativas de que se casarían en verano (…) Ahora Margaret le había escrito a decirle que quería romper el compromiso y Day se sentía mortificado”.
Así escribe en su libro “Cómo crear la esposa perfecta” la autora Wendy Moore, quien trajo a la vida la historia de este peculiar caso, desenterrando todo lo posible para averiguar qué pasó exactamente con el experimento que poco después tuvo lugar.
La solución a su problema
Margaret Edgeworth no fue la única en rechazar a Day.
Pero no se dio por vencido y -cuenta Moore- “cuando cumplió 21 años, recibió su fortuna y ganó su independencia, se fue en busca de una niña”.
Había urdido un plan bizarro: si no podía encontrar a su mujer ideal en el mundo real, formaría una propia.
El periplo lo llevó a un orfanato en la frontera entre Inglaterra y Gales donde, abrumado por la variedad, le pidió al amigo que lo acompañó, John Bricknell, que escogiera una chica.
“Era una niña de 12 años con cabellos y ojos castaños. Le dijeron a los encargados del orfanato que se la llevaban para que trabajara como la sirvienta de otro amigo”, señala Moore.
Pero Day no estaba muy convencido con la elección y, tras regresar a Londres, se fue a la sede principal del orfanato y eligió a otra niña, “rubia y de ojos azules, de 11 años de edad. Dos opuestas, de manera que si una no calificaba, estaba la otra”.
Pronto empezó a educarlas.
Se nace libre pero…
Las ideas de Day estaban profundamente marcadas por la filosofía del francés Jean-Jacques Rousseau, quien creía que los humanos nacían libres y virtuosos pero que la sociedad erosionaba esas cualidades.
En su novela “Emile: o, de la educación”, el personaje principal goza de lo que consideraba la crianza ideal: era un chico libre de explorar la naturaleza y haciéndose fuerte gracias a la exposición a los elementos. Y, como Day en la vida real, se dispuso a crear a su esposa perfecta, a quien llamó Sofía.
Aunque el mismo Rousseau siempre insistió que se trataba de una obra de ficción y no un manual, el libro desató una moda de experimentos similares a los que enfrentarían las dos chicas que ahora estaban bajo el dominio de Day.
Lo primero que hizo fue cambiarles el nombre: Sabrina y Lucrecia.
“Les enseño a escribir, así como conceptos generales de ciencia y a adoptar sus opiniones y filosofía sobre la vida”.
“No les dijo cuál era el propósito de toda esta empresa y se las llevó a Francia para que estuvieran inmunes a cualquier influencia externa pues, como no hablaban francés, no se podían comunicar y así él era el único punto de referencia”.
Allá, durante un año turbulento, Day las sometió a numerosas pruebas de resistencia y estoicismo, así como a una educación rigurosa. En una ocasión, casi las ahoga en el río durante en un ensayo de su resistencia al frío.
Al final de ese período, Lucrecia fue descartada por ser “invenciblemente estúpida o imposiblemente terca”. Para Wendy Moore, la autora del libro sobre Day, “más bien, ella no estaba de acuerdo con él, no obedecía todas sus exigencias”.
Alfileres, cera y balas
A Sabrina se la llevó a Lichfield, en medio de Inglaterra, a una casa en la que vivió con ella durante un año, “lo que era terrible para la reputación de la niña”.
Pero eso no es lo peor. El régimen educativo se intensificó.
Siguiendo las ideas de Rousseau, el método para educarla era “bastante liberal, pues se suponía que ella debía aprender sobre la naturaleza por medio de la exploración, pero para que se volviera fuerte, la exponía a extremos de temperatura, hambre y dolor”.
Eso se traducía en “chuzarla con alfileres, echarle cera caliente en sus brazos y hombros hasta que dejara de reaccionar al dolor; dispararle con balas de salva (ella no sabía que no eran reales) a los pies o al lado del oído; echarla al lago helado con toda su ropa y luego obligarla a tirarse en el césped mientras se secaba”.
Se sabe que lo hacía por las descripciones que escribieron sus amigos, varios de ellos miembros del Club Lunar, una sociedad de pensadores de la Ilustración, es decir, personajes distinguidos que incluían al físico y escritor Erasmus Darwin, abuelo de Charles Darwin, y Francis Galton y su mejor amigo, el inventor Richard Lovell Edgeworth.
Muchos de ellos sabían qué estaba haciendo y, dice Moore, “pensaban que era algo sádico”. Entonces, ¿por qué nadie intervino?
Según Moore, los amigos de Day estaban convencidos de su “virtud” y de su “estricta moralidad”, así que confiaban en que nunca “corrompería” a las niñas. De hecho, a uno de sus amigos le dio un contrato firmado en el que se comprometía a no tener relaciones sexuales con ellas y a darles una dote si no se casaba con ellas.
Además, rondaba la idea de que, sea como sea, estaban mejor con él que en un orfanato.
Sabrina, tampoco
Tras un año de “educación”, Day decidió que Sabrina era un poco perezosa y que discutía mucho, así que la mandó a un colegio por tres años y empezó a buscar una esposa de una manera más tradicional.
Sin embargo, fracasó y decidió de nuevo que quizá Sabrina era, efectivamente, la mujer indicada.
“Lo que pasó después no es muy claro. Sus amigos dicen que, cuando estaba a punto de casarse con ella, encontró un pañuelo arreglado de una manera distinta a la que a él le parecía correcta y que esa fue la causa de la separación”, dice Moore.
“Pero yo creo que lo que realmente pasó fue que Sabrina, quien hasta entonces había pensado que estaba en manos de un benefactor generoso, aunque estricto y exigente, que la estaba entrenando para ser una ama de llaves o secretaria, se enteró de cuál había sido el plan desde el principio y le pareció repugnante”.
De su relación con Sabrina, queda una carta que él le escribió cuando ella descubrió cuál había sido el plan, en la que Day trata de justificarse pero “sigue siendo arrogante y la critica por no obedecer siempre sus órdenes”.
Eventualmente, Sabrina se casó con el amigo que acompañó a Day al orfanato, John Bricknell.
Day encontró también una esposa: Esther Milnes, “una heredera muy bien educada y talentosa, que escribía poesía y tocaba música y quien lo adoraba pero, aunque ella estaba completamente dedicada a él y quienes le rodeaban opinaban que había conseguido su esposa perfecta, él la criticaba”.
Milnes tuvo que dejar la poesía y la música, mientras Day escribía libros de niños y atendía reuniones políticas. Pero nada lo complació al final, aunque vivió con ella hasta su muerte, a los 41 años.
Esclavos y esclavas
La historia, cuando fue revelada, inspiró a varios escritores que a su vez han inspirado a otros, incluido George Bernard Shaw, en su obra de 1912 “Pigmalión”, que fue la base de “Mi bella dama”.
Pero eso no es lo sorprendente.
Lo que sí asombra es que Day, ese mismo hombre que no parecía darse cuenta de cuán inmoral era utilizar a un ser humano como el medio para llegar a un fin, que hizo todo para tener una pareja que hiciera su voluntad y aceptara ser inferior, fuera al mismo tiempo un reconocido defensor de los derechos de los animales y los derechos humanos, abogara por la independencia de Estados Unidos y, cuando pocos lo eran, fuera un notable abolicionista, admirado entonces y después.
De hecho, fue coautor del primer gran poema contra la esclavitud en inglés, “The Dying Negro” (El negro moribundo), cuyas últimas líneas son…
¡O llévame a ese lugar, esa orilla sagrada,
Donde las almas son libres, y los hombres no oprimen más!”