¿Sabe lo que estoy pensando?
Probablemente no, pero sí sabe que tengo mis propios pensamientos, percepciones e intenciones.
Esa “teoría de la mente” es algo que damos por sentado pero es esa habilidad de ponerse en el lugar de otra persona lo que nos ha ayudado a tener tanto éxito como una especie social.
Uno de los aspectos más básicos de la teoría de la mente es la capacidad de engañar a alguien.
Para lograrlo, hay que imaginarse qué va a pensar el otro.
La pregunta es: ¿seremos los únicos animales capaces de hacerlo?
Aprender a mentir
En 1978, los psicólogos David Premack y Guy Woodruff se preguntaron si los chimpancés cuentan con una teoría de la mente.
En esa época, los investigadores consideraron que la decepción podía ser una buena vía para resolver la duda, así que Premack y Woodruff se propusieron enseñarles a unos monos a engañar a sus compañeros.
Si escondían un bocado de comida en una caja, ¿podrían los chimpancés aprender a apuntarle con el dedo a otra caja para timar a la competencia?
Los científicos sólo lograron enseñarle a dos de cuatro simios y les tomó cinco meses hacerlo.
¿Caso cerrado? No tan rápido.
Los chimpancés tuvieron problemas comprendiendo el gesto de apuntar, en primer lugar. Apuntar con sus manos y dedos no es parte de su propio repertorio de conductas. Sencillamente, no era una prueba justa.
Los bananos de Beethoven
Más tarde, en 1987, la escritora científica Virginia Morell fue testigo de un ejemplo, que ahora es clásico, cuando estaba visitando a la eminente primatóloga Jane Goodall en el Parque Nacional Gombe en Tanzania.
Las dos estaban escondidas en un lugar en el que Goodall y su equipo a veces le daban bananos a los simios que pasaban.
Un macho dominante llamado Beethoven se acercó junto con Dilly, una huérfana que había adoptado, e inmediatamente dio el llamado a comer, una conducta estándar de los chimpancés. Tras comerse rápidamente todo un racimo -no tienden a compartir la comida, ni siquiera con las crías- se recostó para tomar una siesta, dejando a la hambrienta Dilly a cargo de su acicalamiento.
Fue entonces cuando Goodall estableció contacto visual con Dilly y le mostró un banano. “Fue una señal que se pasaron entre ellas”, contó Morell.
“Dilly no dio el llamado a comer, como hacen normalmente los chimpancés, sino que simplemente observó cómo Goodall puso el banano en el suelo. Luego, fue sigilosamente hacia donde estaba la fruta, se la devoró en tres mordiscos y regresó con el mismo sigilo a donde estaba roncando Beethoven”.
No sólo Dilly pareció deducir que Goodall tenía la intención de dejarle un banano sino que también entendió que, si tuviera el chance, Beethoven se lo tragaría y no le daría nada a ella. Al no dar el grito de comida, Beethoven nunca se iba a enterar de su ilícito tentempié.
Sin miramientos
En esa época era prohibido que los investigadores infirieran emoción, intención o motivación de parte de un animal: Goodall describía la conducta “como si” fuera engañosa.
Ciertamente era difícil decir que eso significara que los chimpancés tenían una teoría de la mente. Los científicos necesitaban evidencia empírica derivada de experimentos controlados antes de poder llegar a conclusiones firmes.
Una de las maneras en las que los investigadores intentaron abordar la cuestión de la teoría de la mente de los simios en los años siguientes fue “siguiendo la mirada”: ¿puede un chimpancé saber qué está mirando alguien siguiendo la mirada?
En 1996, los psicólogos Daniel Povinelli y Timothy Eddy hicieron una prueba con unos simios jóvenes a los que les dieron a escoger que le pidieran comida a un humano que claramente los podía ver o a otro cuyos ojos estaban escondidos, pues tenían un balde en la cabeza.
En la mayoría de los casos, pidieron indiscriminadamente: no parecía importarles.
De vuelta a los años 70
Si los chimpancés no podían entender siquiera qué eran capaces de ver o no ver los otros, todo indicaba que era improbable que pudieran engañar, sin hablar de tener metas e intenciones más sofisticadas.
Pero, ¿cómo se explicaba la historia de Dilly y Beethoven?
Como ocurrió con los experimentos de los años 70, la razón podría ser que Povinelly y Eddy pusieron a los chimpancés en una situación ajena.
Los experimentos se hicieron en condiciones arbitrarias, con unas reglas que quizás no eran obvias para los simios, como el que sólo podían escoger una vez en cada prueba. Desde la perspectiva del mono, puede ser muy razonable rogarles a todos hasta que alguno le dé un bocado delicioso.
Las fallas en ese tipo de experimentos llevaron al antropólogo Brian Hare a desarrollar una prueba apropiada para chimpancés. Lo que creó fue una ingeniosa situación en la que un chimpancé subordinado podía competir por alimento con uno más dominante.
Cuando no me ven
En sus experimentos, Hare hizo unos recintos que contenían dos chimpancés, uno en cada extremo. Luego puso comida en el centro. Manipulando unas barreras, a veces ambos simios podían verla y a veces sólo uno.
En una ocasión, Hare le permitió a ambos ver cómo ponía la comida en el medio, pero el dominante no la podía ver una vez estaba en el piso.
Como es típico en los chimpancés en este tipo de situación, el subordinado no tocó la comida: los más débiles saben bien que no deben coger la comida de los más fuertes del grupo, de la misma manera que Dilly sabía que no podía dejar que Beethoven se enterara de que estaba comiéndose un banano. Incluso si el dominante no podía ver la comida, él sabía que estaba ahí… y el subordinado sabía que él sabía.
Pero luego Hare le dio otra vuelta a la tuerca: cambió al mono dominante por otro igual de fuerte pero que no había visto la comida -lo único que podía ver eran las barreras opacas-. En ese caso, el subordinado no tuvo ningún problema en devorársela toda.
¿La conclusión? Los chimpancés no sólo saben qué pueden ver los otros; también saben qué saben los otros.
Los trucos de los animales
sus capacidades.
La prueba hecha por Hare ha sido adaptada y modificada para una amplia gama de animales.
Un interesante experimento en el que macacos Rhesus podían robar comida de una caja que no hacía ruido o una que tenía campanas mostró que anticipaban qué oirían los otros.
Otro conjunto de estudios demostró que los cuervos también saben qué pueden ver los otros: si descubrían a un posible ladrón de comida observándolos, usualmente la escondían.
¿Y las mascotas?
Los investigadores saben que los perros pueden ser astutos. En un experimento, se les instruyó a no tomar comida de unas cajas. Algunas de ellas tenían campanas. Cuando el investigador no estaba mirando, los perros se robaban la comida y deliberadamente evitaban las cajas que hacían ruido para que no los detectaran.
La evidencia recogida hasta ahora indica que muchos animales son capaces de engañar, y algunos pueden hacer predicciones básicas sobre lo que los otros saben. Pueden predecir lo que los otros pueden ver y oír, y pueden usar esa información para su beneficio. Saben quién está informado y quién es ingenuo.
Quizás le deberíamos dar más crédito a su talento para leer la mente.