Si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí.
Una vez cada cuatro años el pueblo mexicano tiene la oportunidad de vivir un escape de su realidad, ese maravilloso momento en el que todos tenemos dotes de directores técnicos, cantamos el Himno, se nos infla el pecho y dejamos que 90 minutos nos transporten a la felicidad, tristeza, locura y sobre todo pasión.
El Mundial es para los mexicanos, como yo, la manera de olvidar los problemas cotidianos, los malos salarios, las horas largas de trabajo y las preocupaciones. Pocas veces esos partidos son satisfactorios, generalmente la realidad mexicana se refleja en la cancha y el cuadro azteca nos da más frustraciones que alegrías.
23 de junio de 2014, todo cambió. Un equipo de 11 guerreros se enfrentaba a los monstruos balcánicos, un equipo de Croacia que se presentaba como una bestia de tres cabezas (Rakitic, Modric y Mandzukic).
Los caballeros aztecas salieron al campo sin miedo (algo diferente de lo presentado en el pasado). Envalentonados por un líder muy parecido físicamente a Pablo Mármol, las tropas comenzaron su encarnizada lucha. La intimidación nunca fue un factor y durante el primer tiempo Herrera estrelló un balón al poste. ¡CARAJO!
El árbitro fue otro factor en contra ya que no marcó un penalti del tamaño del estadio, una mano clarísima. En cualquier otro momento de la historia de nuestro fútbol esta marcación nos hubiera noqueado. Pero no a ésta selección, la gran diferencia que tienen éstos 23 es que no se caen, creen en ellos mismos. Sin demeritar el sistema táctico de Miguel Herrera, que funciona perfectamente.
El partido siguió y la tensión fue en aumento, el derrotismo habitual decía que Mario Mandzukic nos iba a anotar. Pero jamás pasó.
En un tiro de esquina Rafael Márquez se levantó como una verdadera águila y remató… ¡GOOOOL! Ya lo teníamos. En ésta tónica México anotó otros dos goles que sellaban su pase a los octavos. Holanda nos espera. Tenemos que seguir así, sin miedo y viendo hacia adelante.
Se logró el pase a pesar de que pocos creíamos, parecía un sueño, probablemente ese sueño era del que hablaba Jorge Negrete, y si estoy dormido que me traigan aquí, ¡México lindo y querido!
Escrito por Eduardo Vélez