
Belleza heredada: lo que nuestras abuelas nos enseñaron sin decir una palabra
Hay gestos que se aprenden antes de entenderlos: mirar a mamá frente al espejo mientras se delinea los ojos, ver a la abuela untarse crema en las manos todas las noches, o escuchar los consejos que pasan como susurros entre generaciones: “no salgas sin ponerte crema”, “una mujer siempre debe cuidar su cabello”, “la belleza duele pero vale la pena.”
La belleza heredada no es solo genética, también son los rituales, las costumbres, y las creencias que se transmiten de generación en generación. Es esa conexión silenciosa entre mujeres que, sin proponérselo, nos enseñaron cómo cuidarnos, cómo presentarnos al mundo… y también, sin querer, qué partes de nosotras esconder.
Un legado entre rutinas y silencios
Desde una barra de labios roja hasta una receta casera para aclarar la piel, muchas prácticas de belleza son herencias culturales que llegaron a nuestras vidas sin manual de instrucciones. A veces se aprenden por imitación, otras por tradición, y muchas veces se quedan solo porque “así lo hacía mi mamá”.
Esas rutinas son un acto de memoria. El olor de una crema, el sonido de una peineta, el frasco antiguo de perfume. Cada uno puede ser una cápsula del tiempo, un recuerdo de mujeres que nos cuidaron mientras se cuidaban a sí mismas. Y sin embargo, también pueden traer consigo ciertas ideas rígidas de lo que significa ser bella: delgadez, pulcritud, juventud, suavidad.
Romper con amor
Hoy muchas de nosotras nos detenemos a mirar esas herencias con otros ojos. ¿Qué significa belleza cuando ya no queremos que duela? ¿Cómo se ve el autocuidado cuando no se hace para gustarle a alguien más, sino para una misma?
Romper con ciertos mandatos no es rechazar a quienes los siguieron. Al contrario, es entender de dónde vienen, cuestionarlos con cariño, y construir nuevas formas de cuidarnos. Heredamos también la posibilidad de cambiar la narrativa.
Ritual, no imposición
La belleza que se hereda puede doler o puede sanar, todo depende de cómo la hacemos nuestra. Hoy, en lugar de ocultarnos detrás de lo aprendido, podemos resignificar esos rituales como formas de conexión, no de opresión. Pintarnos los labios como homenaje, no como obligación. Usar la crema de manos de la abuela como una forma de abrazarla, aunque ya no esté.
Lo heredado no tiene que vivirse como mandato. También puede ser elección, juego, intimidad. Al final, la belleza más valiosa no es la que se ve, sino la que nos acompaña, la que aprendimos en silencio… y elegimos vivir a nuestra manera.
¿Lista para cuestionar, transformar y abrazar tu propia belleza?
Publicado por Redacción.