Ayer hizo mucho calor en la ciudad, demasiado para mi gusto. Aunque tal vez sólo me estoy quejando porque fue uno de esos días en los que me tocó caminar, y mucho.  Me perdí un rato en la roma por seguir el mapa de mi celular que marcaba un lugar incorrecto. Después de haber encontrado el lugar que buscaba y estar ahí un rato, tuve que caminar a casa de mi abuela que se encuentra en la condesa a unos 30 minutos  y para acabarla de amolar estuve esperando un camión en la avenida Sonora para que me llevara a la estación de camiones de Chapultepec. ¿Llegó en algún momento? Si. ¿Cuándo? Cuando ya había caminado la mayor parte del trayecto y me faltaban solamente dos cuadras.

En fin, el objetivo de este post no es quejarme, y además al final, al llegar a mi casa, toda esa caminata contribuyó para una de las mejores siestas que he tomado en los últimos años. Lo que me interesa es describir lo que fui a hacer a Chapultepec.

En la estación me encontré con una amiga que conocí hace una año (casi exactamente) en Veracruz. Desde entonces nos convertimos en una especie de compañeros de museo. Nos gusta ir a estos lugares y pretender que entendemos el arte abstracto, burlarnos de la museografía del museo amorfo de Polanco, etc. El caso es que esta vez fuimos al museo de arte moderno (MAM), que se encuentra en el bosque de Chapultepec, para checar la exposición de Martha Pacheco, “Excluidos y acallados”.

De las primeras obras que se aprecian en la exposición es un autorretrato. Se puede ver a la artista desnuda con los brazos extendidos a los costados, el pelo tapándole los senos y una cara que dice “no quiero estar aquí”.  Es la obra perfecta para comenzar la exposición ya que te advierte que lo siguiente que verás será difícil de procesar.

Si después del autorretrato decides continuar con la exposición, lo que ves son los rostros de gente en una morgue, algunos a color otros en blanco y negro pero la mayoría muy gráficos. En la siguiente sección ya no únicamente se ven los rostros de personas muertas, sino que se representa la totalidad de sus cuerpos ya manipulados por el forense. El detalle y los colores realmente “traen a la vida” estas imágenes. En una de las placas de esta serie llamada “Los muertos” está escrito que las imágenes son “retratos de cadáveres no reclamados”. No estoy seguro de que saber eso sea algo positivo.

Posteriormente hay una sección que está tras una cortina de terciopelo. En la puerta está la siguiente advertencia: “Esta exposición presenta imágenes que pueden resultar violentas al espectador y/o inapropiadas para cierto público y menores de edad”. Se me ocurrió que esa advertencia debería de estar en la entrada al museo. Justo después de leer el consejo, mi amiga y yo nos aventuramos hacia el interior del pequeño cuarto. No había mucha diferencia entre lo representado afuera y lo que veíamos en ese momento, mas que el hecho de que en los retratos de afuera la gente ya está suturada y no se puede ver (mucho) de sus entrañas. Detrás de la cortina se puede apreciar un cadáver con el pecho completamente abierto además de un cerebro perfectamente representado. Al ver estas imágenes mi amiga hizo la siguiente pregunta: “¿A poco los humanos por dentro parecemos pollos?” a lo que respondí elocuentemente: “pus al parecer, sí”.

Salimos de esa pequeña sala y a continuación  pudimos ver algunas de sus primeras obras (no tan perturbadoras como las últimas) y la serie “perros” que son diferentes personas que están dibujadas con algún perro a su lado.

Al final se llega a la serie “Exiliados del imperio de la razón”, que es en mi opinión, la más interesante. El titulo de la serie da a entender que los rostros que se están viendo no pertenecen a gente cuerda. Esto se nota claramente al ver los ojos de estas personas. Algunos tristes, otros melancólicos, la mayoría asustados. Esta parte de la exposición realmente puede tocar fibras sensibles, porque lo que estás viendo no es gente muerta, como en las obras anteriores, sino gente que te puede ver a los ojos y no te deja de seguir con su mirada hasta que abandonas el cuarto.

La exposición termina con otro autorretrato que cae en un tema recurrente de la última parte de la exposición. Lo que hizo la artista fue dibujar un rostro realísticamente y al lado de ese cuadro dibujar lo mismo pero muy difuminado. Esto da una sensación de dualidad, de lo diferente que pueden ser las percepciones de cada persona (sobre todo si se está loco) o, más bien, cómo cada quien genera su propia realidad.

Salimos de la exposición un poco… bajoneados, diría yo. Entonces decidimos subir al segundo piso del museo para ver si ahí encontrábamos algo alegre que mirar. La exposición se llama “Un siglo de crítica” pero mi amiga y yo decidimos ignorar la crítica y simplemente admirar los cuadros, en la mayoría de los casos, más alegres que los del nivel inferior. La sala te recibe con un cuadro de Siqueiros y puedes decidir si ir a la derecha o a la izquierda para continuar viendo obras de diferentes artistas. Hay obras de Remedios Varo, Frida Kahlo, Nahum B. Zenil y Juan O’ Gorman. Un cuadro de éste último fue el que me puso a pensar. Al final de la sala se encuentra su “autorretrato múltiple”, una obra excelente y llena de color donde se puede ver al artista representado varias veces dibujando un autorretrato dentro del mismo autorretrato (¡una locura!). En la placa está escrito que esa no es la obra original sino que es una reproducción. Entonces pensé: ¿Cuál sería la diferencia si todas fueran reproducciones? ¿Todo el mundo lo notaría? Si pueden poner una ¿por qué no todas? ¿No transmite lo mismo la reproducción que la original? El arte es algo que está vivo pero pienso que exhibirlo en un museo se puede convertir en exactamente lo mismo que muestra Martha Pacheco en su exposición: cadáveres en una morgue.

La exposición es recomendable pero se debe seguir la advertencia, no es para estómagos delicados. Estará en el MAM hasta el  21 de julio.