Al saber que pronto nos iríamos de India decidimos, en el invierno del 2009, explorar el remoto, frío y antiguo reino de Sikkim: dejó de ser independiente en 1975 cuando, después de un plebiscito, la mayoría pidió su anexión. Políticamente es India, pero una sorprendentemente diferente: geografía, religión, gastronomía, idioma, fisionomía de la gente. Esto se explica por la enorme influencia que ejercen sobre ella sus países vecinos: al norte y al este Tíbet, al oeste Nepal y, también al este, el reino de Bhutan.
En 1835 los ingleses le piden permiso al Rey para construir un sanatorio para sus soldados. Poco a poco, la reina de las estaciones de montaña se convierte en un refugio para la élite inglesa e india ansiosa de escapar del agobiante calor de las tierras bajas. No tardaron en darse cuenta que si bien el clima era maravilloso para su salud, la región era idónea para el cultivo del té. Les urgía romper su dependencia con China: ningún otro té igualaba la calidad y variedad del chino y ellos consumían cantidades impresionantes.
Después de una increíble aventura, digna de una novela de James Bond, el escocés Robert Fortune introdujo en la región de Darjeeling más de 20,000 plantas y semillas. Disfrazado de chino viajó más allá de los límites permitidos a los extranjeros con lo cual logró no solamente comprar plantas y semillas, pero sobre todo aprender los secretos de su misterioso cultivo: ¿cómo transformar las hojas en té? Solamente ellos, los chinos lo sabían. ¿Es necesario decir a lo que se exponía si el gobierno se hubiera enterado? Se considera éste, uno de los primeros casos importantes de espionaje industrial. En 1861, después de una incursión punitiva, los ingleses anexan todo el distrito de Darjeeling aunque afirmaban que el reino seguía siendo “independiente”.
Volamos a Bagdogra, el aeropuerto más cercano a nuestro destino: ahí nos esperaba coche y chofer. De no ser por lo pequeño de la cajuela y del coche en si, nos hubiera encantado viajar, por lo menos una vez, en un Ambassador o “Amby” como se le dice cariñosamente a este automóvil. Este coche típico de la India está basado en el modelo Morris Oxford II y se fabrica desde 1958.
Unos escasos 80 kilómetros nos separaban de Darjeeling (aclaro que esta ciudad hoy no está en Sikkim si no en West Bengal) pero el viaje nos tomó más de 4 horas: la casi verticalidad de las montañas, las curvas más que pronunciadas no permiten grandes velocidades. ¡Abstenerse la gente que se marea! La carretera es impactante y muy boscosa: desgraciadamente, en esa época del año no pudimos gozar del maravilloso espectáculo de las epifitas en flor. De las más de 5,000 especies de orquídeas que hay en el mundo, Sikkim tiene 660 variedades: se organizan safaris fotográficos del mes de abril a octubre y hay un santuario dedicado a esta bella flor en Gangtok.
Hay lugares con una magia especial, con un encanto que empieza con sólo escuchar su nombre. Darjeeling es uno de ellos. El nombre evoca el delicioso té, la época del Raj cuando India era la joya mas brillante de la corona inglesa. Recuerdos de esa época se encuentran en algunas de las viejas calles, aquí un viejo buzón, allá Saint Andrews Church y muchas de las tiendas que están alrededor del “mall” (el paseo orgullo de “Darj”, afectuoso apodo para la ciudad). ¿Cómo no entrar a la Oxford Book and Stationery donde compramos el fascinante libro “For all the Tea in China”? Aprovechamos las muy bien surtidas tiendas Tibetanas para comprar unos bellos mándalas y campanas de meditación. En pequeños restaurantes saboreamos los deliciosos “momos”, raviolis tibetanos cocinados al vapor. A pesar de ser una región budista los momos que comimos tenían carne.
Habíamos decidido hospedarnos en el “Elgin Darjeeling” y fue una excelente decisión. El Elgin es un “típico” cottage inglés con todo el confort de una “cozy” casa inglésa. Hermosas alfombras en los pisos, cómodos y mullidos sillones para sentarse y disfrutar de un delicioso té mientras leemos. Fuego que crepita en las chimeneas, lechos calentados con viejos caliente-camas de cobre.
La cena de Noche Buena fue en “The Orchid Room” del Elgin y el menú, muy rico por cierto, con opciones para vegetarianos y carnívoros . Si mal no recuerdo comimos el Roast Pork with Apple Sauce, el postre fue muy inglés: “Plum pudding with brandy sauce.”
Pero no estábamos ahí solamente para acompañar nuestro delicioso “morning y afternoon tea” con una sabrosa lectura había que explorar las maravillas de la región y ciudad.
Los trenes ingleses son famosos y en Darjeeling no podían faltar. El Toy Train, realmente parece de juguete, tiene vías con un ancho de apenas un pie y medio. Este tren de vapor, serpentea y escupe partículas de carbón por los callejones estrechos de esa localidad, rozando a su paso casas y gente. Por la escasez de tiempo no pudimos llegar hasta New Jalpaiguri, viaje que toma un poco más de ocho horas. Escogimos el “joy ride” que nos llevó a una de las estaciones más altas del mundo a 7,407 pies de altura y que nos permitió visitar nuestro primer monasterio budista de la región: Yiga Choeling en Ghoom a 8,000 pies sobre el nivel del mar. Nos encantó, hay que decir que son totalmente diferentes a los que habíamos visto en Birmania, hoy Myanmar.
Pero una de las cosas que más queríamos era ver el Kanchenjunga, el tercer pico más elevado del mundo con 8,598 metros de altura en la frontera del Nepal y de Sikkim. Para lograr ver el pico hay que: pedir intervención divina para que las condiciones atmosféricas permitan verlo; abandonar una cama rica y calientita a horas poco respetables; estar un poco loco; ir a Tiger Hills.
Sacamos un pie de nuestra cama deliciosa y calientita cama. Por un instante, al sentir la fría realidad dudamos entre acurrucarnos más o ser valientes. Pero, recordando aquel sabio refrán mexicano que dice “mejor congelarse que rajarse” nos pusimos capas y más capas de ropa. Vivíamos en Mumbai donde la temperatura promedio era de 35 grados; teníamos poca ropa “adecuada”. Llegamos a Tiger Hills: de ahí el Everest está a unas 107 millas, a vuelo de pájaro. Mi esposo y yo nos turnábamos,. Uno se quedaba como paleta esperando a que las nubes se movieran y apareciera el sol, mientras el otro tomaba sendas tazas de té hirviendo. ¿Lograremos ver la montaña sagrada para los habitantes de Sikkim y Nepal? El cielo estaba tan cubierto que ya estábamos resignados a comprarnos una tarjeta postal. Mientras nos preguntábamos si resistiríamos más tiempo en esa heladera escuchamos un clamor, como el ruido que hace el agua en cañerías congeladas, “There it is!”. Y sí, ahí entre nube y nube apareció el majestuoso Kanchenjunga. La blancura de su pico tenía hermosos tonos dorados. ¡Qué orgullosos nos sentimos, habíamos resistido al frío, a la levantada! Ya ni sueño teníamos.
Después de esta hazaña, éramos casi, casi unos alpinistas consagrados: nos fuimos, obviamente, a visitar el Himalayan Mountaineering Institute. Al llegar al hotel nos avisaron que por fin había llegado nuestro permiso para entrar a Sikkim.
Al día siguiente, con nuestros bastones y zapatos de caminata salimos de Darjeeling. Íbamos a pie a la frontera, atravesando campos de té con una parada en una “tea plantation”. Cansados y Veinte kilómetros después vimos con gusto nuestro auto que nos esperaba pacientemente.