La nueva normativa que pretende enseñar el Holocausto a niños en Israel ha venido generando controversia. Hay adultos, hoy en día, que afirman haber quedado traumatizados cuando de niños escucharon historias de esta época por parte de sus maestros.
Ahora, un libro escolar para menores de edad intenta evitar ese error.
Tiene la apariencia de un libro infantil que puede encontrarse en cualquier parte del mundo, ilustraciones de un chiquillo regordete de 3 años que juega con un avión o se divierte en la nieve, dibujos de diferentes alimentos y animales. En otras palabras, una herramienta convencional para la educación.
Pero el chiquillo es Tommy y las circunstancias en las que se creó el libro no tienen nada de convencional.
En 1944, Tommy y su padre, Bedrich Fritta, estaban atrapados en el gueto de Terezin, en la entonces Checoslovaquia. Eran judíos atrapados en las redes de los nazi.
Durante el día, Bedrich era forzado a dibujar afiches propagandísticos pero, en la noche, pintaba en secreto en un libro de acuarelas para darle a su hijo una perspectiva de normalidad dentro del infernal hervidero del gueto.
Parte del currículo
Este libro está ahora en el centro de una polémica en Israel, donde he llegado para asistir a una conferencia en Yad Vashem, el memorial del Holocausto en lo alto de una colina en Jerusalén.
Es un sitio tan alto que todo el complejo está cubierto de una gruesa nube gris y la lluvia caída sin cesar, el día que fui a reunirme con Shulamit Imber, directora de pedagogía de la Escuela Internacional de Estudios del Holocausto.
“Quiere mostrarle que afuera del gueto hay un mundo bondadoso y quiere asegurarle que le estará construyendo un futuro…Le está dibujando un mundo en el que pueda sobrevivir” – Shulamit Imber, Escuela Internacional de Estudios del Holocausto
Imber -una alegre mujer que portaba un sobrero de fieltro rojo y un vestido de pepas rojas y blancas, completo con un moño al estilo de la ratoncita Minnie- ha estado diseñando el currículum de educación del Holocausto para niños de seis años en adelante.
Aquí es donde entra Tommy: el libro formará parte del material de enseñanza para los más pequeños.
El autor, dice Imber, le está enseñando a Tommy sobre lo que la vida puede ofrecer.
“Quiere hacerlo feliz en el gueto”, señala. “Quiere mostrarle que afuera del gueto hay un mundo bondadoso y quiere asegurarle que le estará construyendo un futuro…Le está dibujando un mundo en el que pueda sobrevivir”.
El libro es una buena herramienta, añade, porque se concentra en la vida en lugar de la muerte, sin ignorar las circunstancias reales. Educará pero no traumatizará.
Trauma
El revuelo que hubo cuando el ministro de Educación, Shay Piron, anunció recientemente que la educación sobre el Holocausto sería obligatoria para todos los escolares israelíes, ilustra precisamente por qué un libro como Tommy podría ser necesario.
En columnas de opinión, muchos escritores recordaron los traumas que sufrieron cuando se les había enseñado sobre el Holocausto de manera equivocada.
Uno de ellos recordó ver la película Noche y Niebla a los 14 años, con imágenes de los campos de concentración y “montañas de cuerpos revolcados por un bulldozer” que lo dejaron “atormentado”, mientras que otro todavía dijo sufrir pesadillas 30 años después de que un maestro le mostrara, a los siete u ocho años, fotos de lo que llamó “cadáveres andando en pijamas de rallas”.
En la oficina de Imber, un cubículo académico moderno con dibujos hechos por niños en la pared, este ambiente de trauma parece muy distante.
“El trauma es lo opuesto a la educación. La educación debe conducir a la esperanza, y el trauma no tiene ese significado” – Shulamit Imber, Escuela Internacional de Estudios del Holocausto
Ella explica que, según el nuevo currículo, los niños recibirán entre 15 y 20 horas de educación sobre el Holocausto al año, utilizando material apropiado para sus edades.
Actualmente, cada maestro aborda el tema como mejor le parezca, casi siempre en anticipación al Día de Conmemoración del Holocausto, el 27 de enero, pero pocas veces tienen la suficiente capacitación.
Por eso es que abundan los cuentos de niños siendo forzados a reproducir escenarios de vida o muerte en el salón de clases.
Una historia que he escuchado es la de un maestro que quiso demostrar la naturaleza del Holocausto haciendo que los niños escribieran sus sueños en papel para luego meterlos en un tacho y quemarlos.
Vida vs. muerte
Es difícil lograr un equilibrio, le comento a Imber. A los seis años, los niños ya han escuchado la sirena que suena por todo Israel el Día de Conmemoración y probablemente le han preguntado a sus padres sobre ésta, así que muy bien podrían saber sobre los seis millones de judíos que murieron.
Pero el método del currículo es resaltar las vidas de esos judíos. Ella dice: “No creo que las cifras y los cadáveres tengan significado. Es más, yo creo que ese era el método de los nazi, para deshumanizar a las personas. Lo que nosotros hacemos es rescatar al individuo dentro de ese montón de cuerpos”.
Durante mis visitas a los museos y monumentos de Yad Vashem, el énfasis sobre el individuo fue un tema recurrente.
Dentro del Memorial de los Niños -una oscura estructura de vidrio, espejos y velas que parecen crear reflejos sin fin- los nombres, las edades y los países de algunos de esos niños y niñas que murieron en el Holocausto se leen en voz alta.
La galería de arte muestra retratos y autorretratos de lamento o ira que hechos dentro de los guetos y campamentos de la muerte, mientras que los archivos contienen los diarios y otros artefactos abandonados por aquellos que murieron.
No diría que elevara el espíritu, pero no era traumático.
“El trauma es lo opuesto a la educación”, recalcó Imber. “La educación debe conducir a la esperanza, y el trauma no tiene ese significado”.