Mi familia no utiliza la palabra gordo. Está tan prohibida en casa como el lenguaje racista.
Quizá es extremo, pero tengo un esposo que pasó por una etapa de sobrepeso y aún tiene las cicatrices del ridículo previo a la pubertad. También tengo dos hijos preadolescentes con tipos de cuerpo muy diferentes e intolerantes a las burlas. Mencionar el peso o la imagen corporal en mi familia puede desatar una reacción nuclear: un tsunami de lágrimas y gritos de “¡Te odio!”.
La conciencia corporal extrema y el régimen “vomita, muere de hambre y fuma hasta que estés delgado” no es nuevo para los adolescentes y las mujeres jóvenes. Pero la edad en la que comienza la obsesión parece desarrollarse mucho antes.
Actualmente, más del 40% de todas las niñas de nueve y 10 años de Estados Unidos ya estuvieron a dieta según el Centro Duke para Trastornos Alimentarios en la Universidad Duke de Estados Unidos.
Entre el 40% y el 60% de los niños de seis a 12 años de edad están preocupados por su peso y el 70% quiere adelgazar, según la Asociación Nacional de Trastornos Alimentarios de Estados Unidos (NEDA, por sus siglas en inglés).
Quizá esto no sorprenda tanto dado que la ropa para niñas menores a 12 años incluye skinny jeans, leggings y blusas ajustadas. Con esta combinación de la ropa entallada, la omnipresente cámara del teléfono y la moda de las selfies (fotografías que uno se toma a sí mismo), no es de extrañar que las niñas estén más conscientes que nunca de sus ‘llantitas’.
Sabemos que en Estados Unidos hay una epidemia de obesidad que afecta a comunidades enteras y es uno de los principales problemas de salud de nuestro tiempo. El país está lleno de niños que beben demasiado refresco, comen de más y juegan menos en los patios.
De acuerdo con los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, en 2010, más de un tercio de los niños y adolescentes en EU tenían sobrepeso o eran obesos. El número es alarmante, es una crisis nacional que todos, incluida la primera dama Michelle Obama, parecen estar atacando.
La escuela primaria de mi hija participó en un programa de bienestar físico este año que incluye pruebas cardiovasculares y de flexibilidad, pesaje y medición del índice de masa corporal (IMC; puedes calcularlo aquí).
Una mañana fui a la escuela y vi a las niñas de cuarto grado de primaria enfiladas hacia una báscula. El maestro de educación física las pesaba y registraba el número en una laptop. En la fila de las niñas que esperaban, parecía que algunas iban a llorar, otras a vomitar.
Durante los siguientes días, las pláticas entre las niñas giraban en torno a “¿cuánto pesaste?”. Mi hija llegaba a casa estresada. Como muchas otras, no quería compartir su peso o incluso subir a la báscula. Todo el asunto era preocupante, incluso entre un grupo de niñas con peso promedio. Le dije a mi hija que no necesitaba decirle su peso a nadie y que podía mentir si se sentía presionada.
Habíamos ido al pediatra para su examen físico, así que sabíamos exactamente cuánto pesaba y que estaba perfectamente saludable. Pero el número en la báscula la asustó. Durante la pubertad, los cuerpos de las niñas están cambiando y emocionalmente ellas están más frágiles que nunca. Le dije al director que no quería que mi hija fuera pesada.
“Estamos muy preocupados por algunos de los programas y mensajes antiobesidad dirigidos a los niños”, dijo Claire Mysko, administradora del programa Proud2Bme (Orgulloso de ser yo) de la NEDA.
“Por supuesto que tienen buenas intenciones, pero cuando el enfoque es el IMC como indicador de salud y cuando los niños son pesados en la escuela y comparan cifras, puede afectar a los niños que ya se sienten vulnerables. Algunas investigaciones indican que estos programas pueden fracasar. Los niños llegan a casa más ansiosos. El objetivo es alejar la conversación del IMC y hablar sobre lo que hace a tu cuerpo sentirse mejor”.
Hace algunos años hubo indignación pública cuando Dara-Lynn Weiss documentó en la revista Vogue la dieta severa en la que puso a su hija de siete años. Pero cuando Weiss se enteró de que su hija tenía obesidad a los seis años (con 1.30 metros de altura y 42 kilogramos de peso), ¿no tenía que tomar algún tipo de intervención seria?
Mi hija disfruta de una buena comida, en especial si hay macarrones con queso incluidos. Así que cuando tenía ocho años y fue a un campamento, la preparé para tomar decisiones saludables: asegúrate de comer frutas y verduras, y tomar mucha agua. Aléjate de los aderezos cremosos para las ensaladas y elige vinagretas.
Una de las primeras cartas que me envió hablaba sobre su cena. “Mami, estarías orgullosa de mí, no comí aderezo blanco. ¡Comí el transparente!”, escribió.
La carta me causó risa y un poco de preocupación. ¿A los ocho años había empezado a inculcarle un trastorno alimentario o solo la hice consciente de su alimentación?
“Como padre tienes que poner límites, pero no hacer que ciertas comidas estén prohibidas o que sean vergonzosas. Tampoco quieres infundir la idea de que cada vez que comes pastel de chocolate es un acto indulgente o pecaminoso”, dijo Mysko.
“No queremos que los niños piensen en las calorías o gramos de grasa, ni avivar ese miedo. Y la vergüenza no es un motivador o comportamiento saludable”.
Algunos niños no tienen que preocuparse por su metabolismo o peso (aunque eso no siempre dura hasta la adultez), pero muchos más, incluidos los varones, sienten la vergüenza de tener tallas más grandes.
Los expertos dicen que la clave para los padres es no obsesionarse con el número en la báscula y también observar sus propias actitudes sobre la comida y el peso. Si cada vez que pasas frente al espejo te examinas, envías un mensaje peligroso para tus propios hijos.
“El peso es un miedo que muchos padres tienen. Pero tenemos que alejar el enfoque del peso y del IMC”, dijo Mysko. “La conversación debe ser sobre cómo podemos hacer saludables a todos los niños y que se sientan bien consigo mismos”.
CNN