¿Cómo pasar el tiempo a la espera del rescate en un barco atrapado en un mar de hielo?
La respuesta es clara, al menos para los científicos a bordo del buque laboratorio Academic Shokalskiy, varado entre bloques helados desde el día de Navidad: lo mejor es continuar con sus actividades científicas.
El barco ruso, con 74 personas a bordo, se encuentra a unos 2.000 kilómetros al sur de Tasmania, Australia.
Su meta, como parte de la Expedición Antártica de Australasia, era seguir la ruta que el explorador Douglas Mawson navegó hace un siglo.
Pero las densas capas de hielo antártico frenaron su camino y mientras esperan el rescate –que se ha visto complicado por el mal tiempo– los investigadores se maravillan con el inspirador y gélido entorno y continúan con los experimentos de medición y recogida de datos previstos para su misión.
Por el momento no hay riesgo de hundimiento y la tripulación está aprovisionada para varias semanas.
El equipo científico, liderado por Chris Turney y Chris Fogwill, geólogos de la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Australia, decidió utilizar la nave como plataforma para los estudios que requieren sumergir instrumentos por las grietas del hielo.
Cena inolvidable
Tal como relata Andrew Luck-Baker, periodista que está a bordo del Shokalskiy, los expedicionarios están rodeados hasta donde alcanza la vista de un caótico paisaje blanco de brillantes bloques y témpanos helados.
Una franja de cielo gris hacia el noreste sugiere que las aguas navegables no están muy lejos: el color gris es luz que se refleja en el mar abierto.
Los primeros exploradores antárticos denominaron a este fenómeno como “cielo de agua” y se sirvieron de él para navegar a través de la traicionera banquisa.
El mismo Douglas Mawson se valió de este conocimiento del mar polar para guiar su expedición en estas mismas aguas hace más de un siglo. La original Expedición Antártica de Australasia descubrió y exploró durante dos años la región en la que hoy se encuentra el buque ruso.
En aquella primera aventura, se estudiaron y midieron todos los aspectos del entorno natural cerca de la Bahía de la Commonwealth: el clima, el hielo, la geología y los animales, desde pingüinos hasta leopardos marinos, los mayores predadores de la zona.
El objetivo de la moderna expedición es repetir muchas de las observaciones originales para ver cómo han cambiado los rasgos medioambientales en el último siglo, un período de tiempo que coincide con el cambio climático en la Antártica.
Además de la tripulación rusa de 22 personas, hay 18 científicos profesionales de Australia y Nueva Zelanda y 22 asistentes voluntarios. También hay turistas, de entre 20 y 70 años, que pagaron para unirse a la aventura científica.
La enormidad blanca y surreal que se ve desde la cubierta, cuenta Luck-Baker, y la seguridad de que no corren peligro inmediato, han hecho que la cena de Nochebuena a bordo del Shokalskiy fuera muy especial.
“Es fantástico, me encanta cuando gana el hielo y nosotros no”, dijo Tracy Rogers, ecologista marina que forma parte de la expedición.
“Te recuerda que como humanos no controlamos todo y que el mundo natural es el ganador aquí. Hay muchos pingüinos observándonos, que estarán pensando ‘¿qué diablos hacen varados en nuestro hielo?'”.
“Seguro que recordaré esto para siempre”, dijo el científico voluntario Sean Borkovic. “Es maravilloso. Gozamos de una luz estupenda y el tiempo ha sido bastante apacible, teniendo en cuenta las circunstancias. El buque se siente sólido. Creo que estaremos bien”.
Regalos navideños y una suculenta cena contribuyeron al espíritu de optimismo.
La ciencia debe continuar
En los días previos a que el buque quedara atrapado, los científicos hicieron varios descubrimientos significativos.
Por ejemplo, la ornitóloga Kerry-Jayne Wilson observó que la colonia de pingüinos adelaida de la Bahía de la Commonwealth, cerca de la antigua base de Mawson, tiene el menor número de parejas reproductivas jamás registrado.
Los hallazgos de Erik van Sebille también son notables: el oceanógrafo observó que el agua bajo la extensa capa de hielo que cubre la bahía en esta época del año es mucho menos salada que en tiempos de Mawson.
Y esto tiene una trascendencia global: esta región es fundamental en la distribución de calor en el sistema oceánico mundial.
Los vientos y las bajas temperaturas de este lugar normalmente generan grandes volúmenes de agua muy fría y salada, como explica el periodista Luck-Baker.
Esta densa agua se interna en las profundidades abisales e impulsa la circulación de agua desde el polo hacia el ecuador, redistribuyendo calor alrededor del planeta.
El descubrimiento de agua dulce a 50 m de profundidad sugiere que esta corriente oceánica no está funcionando correctamente. Las consecuencias de esto aún no están claras.
Van Sebille continúa realizando sus experimentos y ha estado midiendo la temperatura y salinidad a través de grietas en el hielo.
Tracy Rogers tampoco se quedó de brazos cruzados. Para estudiar a los leopardos marinos locales, sumerge un altoparlante en el agua y reproduce el sonido de un macho que grabó en otro rincón antártico.
Con un micrófono submarino, Rogers está registrando las respuestas de los animales locales a este sonido
Según su teoría, los machos cantan para marcar su territorio y espera oír a los leopardos marinos locales rugir más fuerte como reacción al falso intruso.
Los días que el barco lleva atrapado con sus motores apagados han ofrecido algo de ventaja a los experimentos de Rogers.