Has oído la expresión «no escoges a tu familia.» Pues lo mismo aplica para la familia de tu pareja y esto puede crear toda una sarta de problemas a largo plazo.
Es increíblemente común que no te agraden tus suegros, pero no por eso es más fácil lidiar con ellos. Ya sea por tener ideas políticas o religiosas distintas o simplemente tienen personalidades opuestas a ti, puede ser muy difícil navegar por estos problemas.
Pero es posible tener una relación sana con tus suegros. Tomará algo de trabajo, claro, y una buena comunicación con tu pareja. Aquí hay unas estrategias para llevarte mejor con tus suegros:
Se trata de ti
En realidad tienes mucho poder cuando se trata de tu relación con tus suegros. Todo depende de cómo reaccionas y te comunicas con ellos. No puedes cambiar ni controlar el comportamiento de otros, así que enfocate en ser amable y comprensivo sin importar lo ofensivos que lleguen a ser.
Preparate
Antes de visitar a tus suegros, prepárate con unos mecanismos de defensa que te hayan funcionado antes. Ellos pueden hacer lo que hagan que podría molestarte, pero si llegas mentalizado sabiendo cómo podrían llegar a irritarte estarás más preparado para lo que pase.
Haganlo como equipo
Puede ser difícil si tu pareja defiende los comportamientos de sus padres, pero es importante que ambos se sientan comprendidos y apoyados por el otro, especialmente en conflictos. Procura que tu pareja sepa cuáles son los problemas con su familia que sientas que podría poner distancia entre ustedes dos y explica cómo puede perjudicar la relación.
Establece tus límites
¿Puedes tolerar a tus suegros durante una comida o una cena, pero no por un fin de semana entero? Procura hacer planes que sean más cortos, asegurando que seas cortés en todo momento. ¿No tienes problema hablando de tus hijos con tus suegros pero no quieres saber qué opinan de cómo disciplinarlos? Deja claro qué temas no hay que discutirse cuando estén juntos. Puede ser un poco intimidante al principio, pero evitarás más problemas de las que causarás.
Publicado por Othón Vélez O’Brien.