“Yo ya había ido muchas veces a cine sólo que en televisión”, me dijo Emily, una niña de 10 años, al terminar la función de cortometrajes proyectada en una carretera de barro seco en el barrio de Isla de León, al este de las murallas de Cartagena.

Llegué con algunos productores y miembros del programa Cine en los Barrios, del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, FICCI, cuya edición 54 llegó a su fin esta semana.

Un gigante sol rojizo alumbraba el emblemático Cerro de la Popa logrando con sus colores pasteles atenuar la rudeza de la locación: un corral de alambre con algunas vacas flacas y un riachuelo lleno de basura sobre el que había un par de casas de madera torcidas y cansadas.

En medio, la sala de cine. Un camión de un canal privado de televisión cuyo lateral servía de gran pantalla. Delante, un locutor de vieja escuela invitaba a niños y habitantes del sector a “acercarse para el cine” y “las otras sorpresas”. De paso les recordaba “traer sus propias sillas”.

Los habitantes de Isla de León debían llevar sus propias sillas para la función.

Isla de León está construido sobre un humedal relleno con escombros sobre el que se han construído viviendas informales y que se hace un lodazal cada vez que llega la época de lluvias.

No hay alcantarillado, ni agua potable y el servicio de electricidad es escaso. Buena parte de las cerca de 150 familias que viven aquí son desplazadas por la violencia política que consume al país desde hace más de medio siglo.

En cuestión de media hora 200 niños copan el lugar y el animador anuncia, en vez de el inicio del cine, la presentación del grupo de reggaetón infantil integrado por niños y niñas de entre 9 y 14 años, quienes emulando los videos musicales de adultos “enganchan” a la audiencia, como se esperaba.

“Usar la radio que oyen todos los días es un buen gancho para atraer a la gente, sobre todo porque no todos entienden de qué se trata el cine”, me dice uno de los promotores de la velada cinematográfica.

Aunque parezca difícil de creer, según me explica, muchos de los vecinos de Isla León no tienen teléfonos, no se conocen entre ellos y por eso convocarlos es complejo. Hay que insistirles mucho para interesarlos.

De todos los niños con los que hablé en Isla de León, tan sólo uno había ido alguna vez a cine.

Los dos primeros cortometrajes del programa eran para un público adolescente y la audiencia era en su mayoría mucho más joven, pero cuando empezó la proyección, la imagen y el sonido inundaron el lugar como si fuera un espacio cerrado y hasta los perros que habían estado peleando a ladridos se dieron una tregua.

Los niños quedaron pretrificados, y aunque no entendían muy bien algunas de las situaciones -incluso una de las películas era en inglés- las frases que soltaban hablaban por ellos:

“Yo quiero una televisión así”, “Yo sí entiendo inglés”, “La señora se murió”, “La abuela se está haciendo la muerta” , “Yo una vez fui a un cine pero del de verdad, en el centro comercial”, “¿Y mañana vuelven?”, “¿A qué hora son los regalos?”, “Ya me aburrí”, “¿Y quién patrocina este cine?”.

“Está muy bueno para que [los niños] vean cosas diferentes, pero que nos lo traigan aquí al barrio” – Rocío, habitante del bario Isla de León, Cartagena.

La llegada por primera vez del Cine en los Barrios a la “isla”, como llaman al barrio, causó impacto en sus habitantes.

“Yo tengo 3 niños, de 9 a 2 años y la chiquita fue la más atenta. Es muy bueno para que los niños se ocupen en algo”, dice mientras esperaba que les entregaran el refrigerio Cindy, una mamá que acompañó a sus hijos. “Ellos nunca habían ido a cine”.

“Está muy bueno para que vean cosas diferentes, pero que nos lo traigan aquí al barrio”, acota Rocío, la vecina.

Manos Sucias, de Buenaventura a Cartagena

El actor Jalin Martínez compartió su vida personal con los estudiantes.

Al día siguiente, de vuelta en la ciudad formal, visité el Liceo de Bolívar, un colegio público que llevaba varios días en huelga en protesta por el despido de tres profesores.

Cerca de 200 adolescentes estaban en un largo salón rectangular con aire acondicionado para ver la proyección del largometraje Manos Sucias y conocer a los actores principales, de esta película de Joseph Wladyka, parcialmente financiada por crowdfunding, en coproducción con el director estadounidense Spike Lee.

Manos sucias cuenta la historia de dos jóvenes de la ciudad del Pacífico colombiano, Buenaventura, quienes se ven envueltos en un episodio de tráfico de drogas, a bordo de una lancha que debe llegar a Panamá.

Según me dice la profesora de humanidades, Magola Ligardo, la mayoría de los alumnos son muy pobres, muchos no encuentran comida en sus casas al llegar de la escuela, a veces no tienen recursos para transportarse y viven una adolescencia marcada por la violencia de pandillas en sus barrios.

Y tal vez por ser negra, pobre y marginada o por tener tantos jóvenes, para los productores y especialmente para los actores de Manos Sucias, era muy importante llevar su película a Cartagena.

“Aunque el estreno ayer en el Centro de Convenciones estuvo lleno y la película fue bien criticada, lo que más queríamos era ir a los barrios. Nos sentimos felices cuando supimos que veníamos”, me dice la productora estadounidense Elena Greenlee antes de llegar al colegio.

“Queremos facilitar un diálogo de la comunidad con los actores”, agregó.

Al comenzar la función sólo había ruido, aunque las luces se habían apagado y empezaba la proyección. Pero llegó el momento en el que los estudiantes engranaron con la historia y todo se volvió el silencio de la selva tropial del Pacífico y el diálogo de los jóvenes a bordo de su pequeña lancha en altamar.

El salón explotó de júbilo cuando Cristian Advíncula, uno de los protagonistas, canta ‘Buenaventura y Caney’, una popular canción del grupo de salsa Niche (que en colombiano coloquial significa ‘negro’), y que es una oda de amor a Buenaventura:

Al caer todo el poder de la orquesta sobre la voz a capela de Cristian, con el poder irrefutable de su conga, bongó, timbal y trombones, los estudiantes empezaron a gritar y bailar como si estuvieran en una fiesta. Una fiesta fantástica de 60 segundos que duró la escena.

El intercambio final entre el equipo de Manos Sucias y los estudiantes fue distinto al del día anterior.

Los jóvenes inquietos estaban interesados en detalles de la producción pero también en la vida de los actores, en los problemas sociales de Buenaventura, en las circunstancias de los personajes.

“Yo nací en Buenaventura, y al igual que ustedes yo soy de un barrio pobre. De un barrio al que Cristian no puede ir, ni yo puedo ir al de él, porque nos matan”, dijo Jarlin a los asistentes.

“Yo nací en Buenaventura, y al igual que ustedes yo soy de un barrio pobre. De un barrio al que Cristian no puede ir, ni yo puedo ir al de él, porque nos matan” – Jarlin Martínez, protagonista de Manos Sucias.

“Mi mamá vino desde Buenaventura desplazada por la violencia, y vive en un barrio de invasión aquí en Cartagena”, agregó.

A pesar de que podría decirse que el cine no es un bien de primera necesidad, Cine en los Barrios es una iniciativa muy bien recibida a donde va.

Sobre todo si se tiene en cuenta que en Cartagena una entrada a cine cuesta entre US$4 y US$8, y el 30% de la población sobrevive con menos de US$2 al día.

Aunque la experiencia del cine móvil no es igual a la de ir a una sala acondicionada, la dicha y la sorpresa que experimentan quienes nunca han visto un película en pantalla gigante en su vida no tiene comparación.

(BBC)