Como casi cualquier instrumento musical, el nacimiento de la armónica se hunde en la Historia con versiones muy primitivas, pero es común aceptar que fue el alemán Christian Buschmann quien le dio forma a este ‘órgano de boca’. La familia Buschmann eran famosos fabricantes, reparadores y afinadores de instrumentos y Christian se ganaba un dinero extra afinando órganos con lengüetas de tubo. Alrededor de 1820, decidió juntar varias de esas lengüetas y creó un nuevo instrumento (o ‘juguete’, como él prefería llamar a su invención). Al año siguiente registró la primera patente europea para este aparato. Tenía 16 años.

Después de Buschmann, hubo muchos otros que dedicaron su tiempo a mejorar la armónica, y quien más éxito tuvo en ello fue un fabricante de Bohemia llamado Richter, cuyo diseño es el que ha permanecido casi inalterable hasta la época y cuyas notas se aproximan en líneas generales a las de las teclas blancas de un piano. En aquella primera mitad del siglo XIX el interés por la armónica creció exponencialmente y encontró en el relojero Matthias Hohner su auténtico businessman, quien introdujo técnicas de producción en masa y la popularizó entre todos los estratos sociales europeos y estadounidenses.

No es de extrañar, por tanto, que la armónica fuera considerada uno de los “instrumentos del pueblo”, sonando desde los campos de algodón del Sur de EE UU hasta las lejanas selvas de Vietnam.