Un encantamiento arrebatador, clase por la que el elenco de Beverly Hills 90210 mataría, técnicas de ataque que resultan visualmente dolorosas, vacaciones exóticas en lugares exclusivos y, a pesar de todo, un amor puro por la vida y sus altibajos acompañado de sencillez, es lo que ha llevado al agente 007 a ganarse el amor de generación en generación.

Fue Sean Connery en 1962 quien, por primera vez, dio cara a este espía secreto en Dr. No, siguiéndole George Lazenby (1969), Roger Moore (1973 – 1985), Timothy Dalton (1987,1989), Pierce Brosan (1995 – 2002), Daniel Craig (2006 – 2012) hasta su última aparición, que fue lanzada en el libro Solo (William Boyd 2013).

Sin embargo, James Bond, como el personaje que hoy conocemos, nació en la novela Casino Royale de Ian Fleming en 1953. Ian recibió reconocimiento mundial por este nuevo gran espía, aunque la popularidad del personaje era poca comparada con la de hoy en día. Llamó la atención de más escritores como Kingsley Amis, Christopher Wood, John Gardner, Raymond Benson, Sebastian Faulks, Jeffery Deaver and William Boyd, quienes resaltaron su alta capacidad creativa al punto de imitarla.

A final de cuentas esta era creatividad en simulacro. Ian se llevó a la tumba el secreto que pocos años después de su muerte se descubriría: James Bond estaba basado en el real James Bond.

James Bond Stockdale piloto estadounidense favorito de espíritu indomable en plena década de los 60’s, compañero del astronauta John Glenn y condecorado incontables veces a muy temprana edad; fue enviado a la guerra de Vietnam con grandes expectativas y pequeños miedos.

Fleming no le hizo ningún favor al escribir su vida en utópicas aventuras hollywoodenses, pues James fue por sí solo un personaje extraordinario, audaz, simpático y memorable. No solo por lo que hizo, sino por lo que sobrevivió.

Si ocho años suenan largos, imaginarse ocho años esclavizado suena a media eternidad. Stockdale se vio sumergido en la peor situación. Su avión se estrelló en territorio enemigo. Corrió algunas millas con un brazo roto y las piernas esquinzadas; a pesar del tremendo esfuerzo todo fue inútil. Alcanzado, torturado y encerrado en una deprimente prisión de POW. Stockdale optó por romperse las muñecas frente a sus torturadores para enseñar que él prefería la muerte a la sumisión. Nunca estuvo solo, tuvo varios silenciosos compañeros de celda, estos soldados tienen un entrenamiento fuerte, tanto físico como psicológico, así fue como varias de las víctimas compañeras se creyeron capaces de enfrentar su misma situación con el arma equivocada: optimismo.

“Los optimistas. Oh, eran los que decían. ‘Estaremos en casa para Navidad’ y la Navidad llegó y se fue. Entonces decían ‘Estaremos en casa para Pascua’ y la Pascua llegó y la Pascua se fue. Y luego Acción de gracias y Navidad de nuevo” contó Stockdale en una entrevista que le hizo Jim Collins.  Stokdale vio cómo, uno a uno, sus compañeros optimistas fueron “muriendo de corazón roto“, pero Bond siguió con esa peculiar sonrisa y fuerza hasta el último de sus días. Quizá ahora se escucha como un hombre egoísta, mas fue este estoicismo lo que lo llevó de vuelta a casa, dando a luz la popular Paradoja de Stockdale, como la llamó Collins: Debes de tener fe en que llegarás al final, a pesar de las dificultades y al mismo tiempo enfrentarte a tu brutal realidad, sin importar la que ésta sea.

Bond jamás perdió la fe, pero encontró la libertad. A veces perder toda esperanza es libertad.

Y es aquí donde Fleming y los directores de cine dan en el clavo: Stokdale fue efectivamente un luchador, quien respondió a los golpes de la vida (en ocasiones literales) con una sonrisa digna de retratar.

Escrito por Ana Victoria Martín

Literata de closet. Coleccionista de datos curiosos e inútiles. Obsesiva compulsiva por historias que contar. Nunca regreso los Tuppers.