Estas siguientes semanas serán un poco diferentes, no les estaré dando cinco recomendaciones cada domingo ¿cuál es la razón? En estos momentos no me encuentro en México y se me complica tremendamente visitar diferentes museos, exposiciones, etc. en la Ciudad para poderles recomendar algo. Sin embargo sí les estaré dejando una pequeña recomendación musical para hacer un poco más llevadera la tarde.
Como han podido ver por el título de la nota, esta semana les estaré relatando un pequeño viaje que hice a la ciudad de Tel-Aviv y sus alrededores. Estaré sacando de proporción algunas cosas, pero es sólo para conseguir que el relato sea más animado de lo que realmente fue. Espero que lo entiendan y no lo vean como un intento de mentirles de mi parte, quedan avisados.
Todo comenzó el viernes por la mañana, mi hermana y yo nos despertamos (no sé bien como) después de una larga noche en el bar del kibutz en el que nos estamos quedando. Desayunamos y nos dirigimos a la parada de camiones que se encuentra en la entrada de Ein-Gev (el nombre del kibutz). Algo que se me hace muy curioso de este país es que, por su pequeño tamaño, las ciudades están muy próximas entre ellas, lo que facilita el movimiento de una a otra; esto permite que estando el cualquier parte del país (aunque sea en medio de la carretera), además de que encontrarás un asentamiento, lo más probable es que puedas tomar un camión que te lleve a alguna gran ciudad.
Lo que nosotros queríamos hacer era llegar a Tel-Aviv para visitar a un amigo mío (mexicano que vino de visita a Israel) y después ir a cenar con la familia de la esposa de mi primo (todos israelíes) y conocer nuestras pequeñas primas.
Otra cosa que es estupenda y bastante curiosa si eres mexicano, es que los camiones, lo crean o no, llegan a tiempo, tal vez no son tan precisos como los trenes ingleses, pero cualquiera puede esperar 10 minutos extras para ir al destino que desea ¿no?
La noche anterior habíamos quedado de vernos en la parada de autobús con unos mexicanos que, de pura casualidad, habían venido a visitar a su tía al mismo kibutz donde nos estamos quedando. Pero al parecer la noche fue muy dura con ellos, ya que nunca llegaron. No supimos qué les pasó, de hecho todavía no sé bien que les habrá pasado, estoy seguro de que están bien porque inmediatamente después de despertarse una de ellas subió una foto a Facebook, lo que no sabemos es porqué no llegaron.
En fin, abordamos el camión que después de tres horas con un solo descanso de 20 minutos para ir al baño, nos dejo en la estación de camiones de la ciudad.
Era un día extremadamente caluroso (como todos en este país) y llegamos tres horas antes de lo acordado con mi amigo, así que nos fuimos a caminar y buscar algo para comer. Yo quería falafel, una comida medioriental que consiste de bolitas fritas de garbanzo machacado metidas en pita (pan árabe), complementadas con ensaladas de diferentes tipos y humus (más garbanzo machacado, pero en forma de engrudo) y tajini (salsa de ajonjolí molido), así que el primer restaurante que vimos donde lo vendían… lo ignoramos porque no se veía muy bueno y nos sentamos en el segundo.
En lo que estábamos sentados comiendo, un joven se acercó a nuestra mesa, que se encontraba en la banqueta, y nos preguntó, primero si hablábamos inglés, a lo que respondimos que sí, bueno, que yes. Y después que si se podía sentar, a lo que de nuevo respondimos afirmativamente. Nuestra pequeña plática superficial de cualquier grupo de personas que se acaba de conocer rápidamente escalo a niveles más profundos (aunque eso suene incoherente) y de repente nos vimos sumergidos en una intensa plática sobre cómo todo el sistema que conocemos está a punto de colapsar porque la gente se está dando cuenta y está despertando, sobre lo ridículo que es el mundo en el que vivimos, donde algo inexistente, como lo es el dinero, ya que es sólo un concepto y nosotros, los humanos, le damos el valor que le queremos dar, sin más; rija nuestras vidas y lleguemos a hacer actos horripilantes para conseguirlo, no perderlo y aumentarlo. Ese muchacho me cayó bien.
Casi dos horas pasaron y nuestra plática seguía igual de intensa y amena, pero como todo, lo bueno y lo malo, tiene que terminar, Kyle se tuvo que despedir para llegar a trabajar. Después de intercambiar correos se levantó y se fue, dejándonos a Betty y a mí sin otra alternativa más que ir al lugar de la ya acordada cita con mi amigo.
Hasta aquí les voy a dejar, la semana siguiente continuará, o tal vez no, en una de esas y tengo una historia mucho más emocionante que contar que no me dejará continuar con lo que les estaba relatando.
All Along the Watchtower del buen Bob Dylan. Difruten la canción y sus semana.