¿Quién es quién en el Olimpo?
Octava parte: Hefesto el ingenio divino
Continuando con la lista de los dioses olímpicos, le damos su lugar al dios más habilidoso, ingeniero y arquitecto divino, pero el más feo del panteón griego. Hefesto o Vulcano, en su acepción romana, es hijo de Zeus (Júpiter) y Hera (Juno), sin embargo, cuando nació no fue tan agraciado como su hermoso hermano Ares (Marte), por ello, la tierna madre, al nacer, lo tomó del talón y en un gesto emotivo lo arrojó desde lo alto del Olimpo, condenándolo a una ruda niñez entre las fieras del bosque.
Así inicia la historia del que será el más inteligente de los dioses. El desdichado Hefesto se vio obligado a crecer entre las ninfas para quienes fabricaba curioso objetos capaces de vivir, es decir autómatas. Estableció su centro de trabajo en el interior de las montañas, donde su fragua se mantiene en constante actividad, de ahí se explicaban el origen de los volcanes, los cuales, obviamente, toman su nombre por esta deidad.
En compañía de sus inseparables colegas, los cíclopes, Hefesto se dedicó a fabricar todo tipo de objetos, desde armas sencillas como espadas y escudos, hasta mujeres de bronce que no sólo eran capaces de vivir y realizar tareas domésticas, sino también tuvieron la posibilidad de amar y ejercer de concubinas de nuestro solitario dios.
Aún así, el implacable señor de la fragua, tramó una venganza en contra de su amorosa madre: resulta pues que cierto día la señora del Olimpo recibió, por misteriosa mensajería un hermoso trono dorado con la inscripción “para la señora de los dioses”, seguramente debió traer alguna nota con la leyenda “de tu amado hijo Hefesto” (ni DHL lo hubiera hecho mejor). Así las cosas, Hera, ni tarda ni perezosa, llamó a todos los dioses para presumirles el nuevo regalo y orgullosamente depositó sus posaderas sobre el trono.
¡Cuál fue su sorpresa!, no tardó se necesitaron más de algunos instantes para que una serie de hilos invisibles salieran del respaldo atándola fuertemente al asiento. La injuriada madre pidió a voces auxilio, no obstante, sólo obtuvo burlas por parte de toda la divina comitiva, sólo después de un buen rato de insana diversión a sus costillas los dioses decidieron auxiliarla, pero sin éxito alguno.
Como dato curioso, existen vasijas griegas que representan este jocoso mito, donde se ve a la pobre Hera atada al asiento, mientras todo el Olimpo, unido por la cintura, la jala de los brazos para desprenderla de su bien merecida prisión. Ante el fracaso de liberación, los dioses no tuvieron otra opción y se lanzaron a la búsqueda de Hefesto; pero cuando llegaron a su fragua, éste los echó vociferando y lanzando candentes brazas.
Ares, tan valiente y bruto como siempre, intentó sacarlo por la fuerza y lo único que logró fue hacerlo enfadar más y llevarse sus buenas chamuscadas por parte de su hermano. Sólo uno de los dioses logró dialogar con él: Dionisio (Baco), el señor del vino y el teatro, quien con su sabroso elixir logró convencerlo, seguramente algún fresco calimocho hizo lo suyo también; y ya después de una larga charla al candor etílico Hefesto accedió en ir al Olimpo.
Cuando llegó y vio a su tierna madre atada a la silla se envalentonó, digo ya estaba ebrio para ese momento, y amenazó a los dioses, o le daban su lugar y le concedían la mano de la diosa más bella o dejaría a Hera unida a la silla de por vida. No es difícil adivinar el resultado, la señora olímpica accedió a las demandas de su hijo y le fue dada la mano de Afrodita (Venus), la más bella de todas, y sólo así la señora de los dioses se vio libre nuevamente.
Las bodas se celebraron al poco tiempo y todo pareciera terminó alegremente, pero no es así; para desgracia de Hefesto su ingenio no fue suficiente para atraer a su cónyuge, el pobre dios era en sí feo, contrahecho y tenía el mal hábito de renguear al caminar. Esto llevó como consecuencia que Afrodita tuviese más de un amante, sin embargo, su concubino preferido fue el mismísmo Ares con quien compartía el lecho constantemente.
Hefesto, sospechando de la infidelidad, tanto marital como fraternal, en cierta ocasión les tendió una trampa a los amantes: fingió un retiro prolongado del Olimpo para realizar algunos trabajos, no llevaba ni cinco minutos fuera de su casa cuando su coqueta mujer hizo llamar al pérfido hermano para que se metiera entre sus sábanas. Los amantes le dieron vuelo a la hilacha hasta el cansancio, y una vez finalizadas las faenas amatorias, cayeron en un sueño profundo, fue cuando Hefesto aprovechó para dejarles caer una red invisible.
El ingenioso dios arrastró a los amantes fuera del lecho y los llevó al centro del Olimpo donde, a ojos de todos los dioses, los humilló y llenó de injurias por la falta de fidelidad de su esposa y de su propio hermano. Obviamente toda la comitiva divina, una vez más, se desternilló de risa humillando más a los amantes; a consecuencia de este hecho Ares y Afrodita se alejaron del Olimpo por una larga temporada, en la cual, según algunas fuentes, se refugiaron en la ciudad de Troya.
No obstante, a pesar de estos desdichado acontecimientos en la vida de Hefesto, el dios mantuvo siempre una actitud jovial y leal a su padre Zeus, para quien fabrica los rayos con los cuales alumbra el cielo; fue él quien confeccionó y construyó todas las moradas de los dioses olímpicos, e incluso colabora constantemente con Atenea (Minerva) a quien le realiza armas especiales para sus héroes, como el escudo de Perseo o el arco de Herácles.
Al parecer la figura de Hefesto parece indicar que proviene de un culto muy antiguo de la zona griega, de hecho, según Robert Graves, el peculiar andar zigzagueante del dios es un vestigio de que en algún momento ocupó el lugar de dios principal, asociado al rayo. Sea como sea, Hefesto o Vulcano, no tardó en ganar popularidad entre la cultura griega, colocándose como uno de los dioses principales del panteón. Ante él se cobijaron tanto herreros, carpinteros y escultores, como ingenieros y arquitectos; uno de sus adeptos, fue quien trabajó para Minos y construyó el laberinto del Minotauro, hablamos, nada más y nada menos que de Dédalo, quien jugó un papel esencial en la mitología, pero eso será tema de otro artículo.
Por lo pronto esperamos hayan disfrutado estas jocosas aventuras al mero estilo griego y nos despedimos, esperando nos dejen comentarios y su cierre de semana sea placentero.