¿Quién es quién en el Olimpo?

Quinta parte: Palas Atenea la señora de Grecia

 

De todas las diosas, Atenea o Minerva, es la señora de Grecia por antonomasia. Protectora de héroes y regidora de la sabiduría fue la patrona de una de las ciudades más prolíferas de la antigüedad, misma que lleva su nombre: Atenas. Ya en la subsección anterior comentamos sobre la disputa entre ella y Poseidón por el patronazgo de dicha urbe, sin embargo la historia de esta diosa es una de las más interesantes; comencemos pues con el mito de Palas Atenea, la hija más querida del Olimpo. Todo inicia cuando Zeus destrona a su padre Cronos y se hace del trono de los dioses, busca en su tía, la titánide Metis (la sabiduría o la sabia), a su primer pareja, felices días pasaron juntos tía y sobrino hasta que el oráculo advirtió al señor de los dioses que el hijo engendrado lo destronaría así como parecía ser ya la tradición familiar olímpica; Zeus, temeroso de que tal presagio se cumpliese, decidió tragarse, esta vez, a la madre con todo y criatura nonata y santo remedio, amenaza nulificada y poder asegurado. Pasó el tiempo, el señor del Olimpo se unió a su hermana Hera o Juno y pasaron los días, meses y años hasta que un buen día una temible jaqueca aquejó al dios. Cada uno de los olímpicos trató diversos remedios para calmar las dolencias del todopoderoso pero aún así el dolor no cedía; no hubo remedio eficaz hasta que a Hefesto o Vulcano (Prometeo, según otras versiones) decidió como mejor remedio abrirle la cabeza cual melón para investigar el mal que le atormentaba y así lo hicieron, tomó su gran mazo y de un golpe certero abrió la cabeza de Zeus y de ella surgió la diosa Atenea, adulta y vestida, ataviada con su hermoso casco y empuñando una lanza; la única deidad que nació en esas condiciones, por cierto. Todos en el Olimpo se maravillaron, Zeus más que todos obviamente, y al poco tiempo se ganó su simpatía convirtiéndola en la hija predilecta del dios, al punto en que él mismo decidió regalarle su égida: una capa mágica que volvía invulnerable a todo aquel que la portara. Así pues el Olimpo contó con una diosa más, aguerrida y sabia Atenea se dio a respetar en poco tiempo. Al igual que Hestia y Artemisa, optó por el celibato pues ningún dios ni mortal resulta ser merecedor de su amor, sólo el conocimiento yace en su lecho; no obstante hubo algunos dioses que intentaron conquistar su amor, como el caso de Hefesto quien en cierta ocasión intentó violarla pues era mucha
su pasión, pero la señora de la estrategia supo evitarlo hábilmente, obligando al pobre dios a recurrir al acto masturbatorio y arrojar su semilla en la tierra seca, de donde nació Erictonio; Atenea recogió al niño y lo crío en secreto colocándolo en un cofre y lo confió a las hijas Cércope, con la prohibición expresa de abrirlo. La menor de ellas, Pandroso (pobre, así se llamaba) obedeció, pero sus curiosas hermanas Herse y Aglauro (pobres también) no aguantaron las ganas de desobedecer y al momento de abrir el cofre vieron con horror como una serpiente se enroscaba alrededor de la criatura, enloquecidas por Atenea las dos mujeres salieron del salón dando gritos histéricos y se arrojaron de lo alto de la Acrópolis. Con el tiempo, Erictonio llegó a ser rey de Atenas, donde fundó el culto solemne de su madre adoptiva. En otra ocasión Tiresías sorprendió a la diosa mientras ésta se bañaba con la ninfa Cariclo; la diosa, furiosa por la indiscreción del hombre lo castigó con una ceguera absoluta, la ninfa trató de suavizarla pero fue inútil y como punto póstumo de su reprimenda otorgó al desdichado mortal el don de la clarividencia por lo cual todas sus profecías fueron siempre certeras. Sin embargo, cabe destacar aquí lo peculiar de este mito, pues al cegar a Tiresías no es más que una alegoría de aquel afortunado ser que descubre a la sabiduría completamente desnuda ante él, por lo tanto deja de ver como los demás hombres, volviéndose trascendental su forma de observar, de ahí podemos entender el hecho del poder clarividente del pobre ciego. Cuando se suscitó la rebelión de los Gigantes, que marcharon decididos a destruir el Olimpo, fue Atenea una de las más valerosas guerreras quien dio muerte definitiva a uno de los más temibles, llamado Palas, por ello se le conoce con el epíteto de Palas Atenea. Dentro de sus atributos está la protección y tutela de héroes, así pues vemos como aconsejó y guió a Perseo en su lucha por conseguir la cabeza de la Gorgona Medusa; igual es quien auxilia y patrocina a Herácles o Hércules, en sus doce trabajos y guía a Jasón a través de los mares para conseguir el Vellocino de Oro. Atenea es dulce madre para quienes le son devotos y cumplen los ritos, pero cruel madrastra para quienes se ganan su ira, de lo cual ya hablaremos en otra ocasión. Les deseamos un excelente cierre de semana y los invitamos a dejar comentarios para esta sección Ecos del Pasado. Que Atenea ilumine sus pasos y guíe sus espadas.

 

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 Para saber más puedes consultar:
GUIRAND, F., Mitología General, Editorial Labor, Barcelona, 1960
GRAVES, Robert, Los mitos griegos, en: http://www.bibliocomunidad.com/web/libros/Graves,%20Robert%20-%20Los%20Mitos%20Griegos%20I.pdf