Plantation House, en St Helena, se levanta orgullosa entre árboles vivos gracias al canto y silbido de los pájaros.

Esta casa es la residencia oficial de Mark Capes, el gobiernador de los Territorios Británicos de Ultramar en el Atlántico Sur.

Pero yo no he venido a ver al gobernador, ni a los montículos marrones que se destacan en los prístinos jardines.

Pero cuando mi guía, Joe Hollis, el único veterinario en la isla, golpea una olla de metal, todo se vuelve claro. Los montículos se levantan y trotan sorprendentemente rápido hacia nosotros.

Así me encuentro con Jonathan, Myrtle y Fredrika, tres de las cinco tortugas gigantes de St Helena. Sus amigos más tímidos, David y Emma, se esconden en la maleza.

“Jonathan está virtualmente ciego debido a cataratas y no tiene sentido del olfato, pero su audición es buena”, me dice Joe.

Jonathan pertenece a la rara especie de Gigantes Seychelles. Sus compañeros provienen del Atolón Aldabra en el Océano Índico. Hay unos 100.000 Gigantes Aldabra, pero solo existe un número pequeño de tortugas Seychelles en cautiverio.

A los 182 años, Jonathan puede ser el animal vivo más viejo del mundo.

Un escenario único para una criatura única

St Helena nació con un violento volcán, y junto con Ascension y Tristan du Cunha en el Atlántico Sur, es famosa por su aislamiento y su estrechamente unida sociedad.

Jamestown, su capital, fue un centro de comercio de la Compañía de las Indias Orientales en el siglo XVII.

“Desde aquellos años hasta hoy, 39 gobernadores han pasado, y ninguno ha querido que Jonathan se muera durante su mandato.”

Sus habitantes, conocidos como santos, comparten ese complejo pasado, con etnias mezcladas de africanos, americanos, europeos y chinos.

Muchas víctimas del tráfico de esclavos, enfermos y agonizantes, pasaron sus últimas horas en estas playas. Y también estuvo Napoleón, en el exilio.

Durante el siglo XVII, los barcos transportaban cientos de tortugas amontonadas, como una suerte de comida rápida para llevar. Se estima que solo en las Islas Galápagos, cerca de 200.000 tortugas fueron ingeridas en esa época.

¿Cómo Jonathan sobrevivió a esa suerte?

Quizás se volvió un souvenir para Hudson Janisch, el gobernador de St Helena por 1880.

Desde aquellos años hasta hoy, 39 gobernadores han pasado, y ninguno ha querido que Jonathan se muera durante su mandato.

Cape está convencido que “él debe ser tratado con el respeto, la atención y el cuidado que merece”.

Hambre y ganas de comer

Una foto de 1900 donde aparece Jonathan, un prisionero de la Guerra de los Boers y un guarda.

Una fotografía tomada en 1882 muestra a Jonathan en su mayor tamaño y puede tomar unos 50 años alcanzar esa madurez física.

Desde ese momento hasta hoy la tortuga no ha disfrutado siempre de buenos momentos. Los turistas a veces han hecho cualquier cosa para fotografiarlo.

Ahora, un corredor para visitas se encuentra al final del césped para mantener a raya a los demasiado entusiastas. Para mí fue un gran privilegio poder acercarme.

A Jonathan le encanta que le acaricien el cuello. Su cabeza se extiende desde el caparazón de una forma sorprendente.

Él machaca su comida -bananas, coles y zanahorias- con ferocidad. Joe casi pierde el final de su pulgar alimentándolo y ahora usa gruesos guantes.

“No tuvo intención de morderme, es que a veces le cuesta ubicar su comida”, dice el veterinario.

Las tortugas buscan en el pasto con su pico, hecho de queratina, como las uñas.

Debido a su ceguera, a Jonathan se le dificulta encontrar la vegetación más apropiada, y por la malnutrición, su pico se volvió suave y desafilado, lo que no contribuyó a su capacidad para encontrar comida.

Ahora está bajo un nuevo régimen de comidas, que empieza cada domingo con Joe dejándole frutas y vegetales frescos.

Con este refuerzo nutricional, el cuerpo de Jonathan luce ahora regordete y su piel se siente flexible.

Su pico se ha vuelto un arma mortal para cualquiera que intente acercar una zanahoria cerca de su boca. Y además eructa.

Operación despedida

Aunque las tortugas gigantes pueden vivir más de 250 años, los santos ya han programado un detallado plan para cuando finalmente Jonathan muera, que se llama “Operación Ir Lento”.

Eso asegurará que todo se haga como es debido cuando lo inevitable ocurra, es más, su obituario ya está escrito.

Se ha decidido que embalsamarlo sería un poco morboso y fuera de moda.

En cambio, su caparazón será preservado y exhibido en St Helena.

Los locales querrían juntar fondos para levantarle una estatua de bronce.

Cuando Jonathan se vaya, será recordado por amigos y admiradores en St Helena y otras partes del mundo.

Pero para mí, él será siempre un símbolo de una sociedad remota, que sigue en la lucha en su genuino aislamiento.

(BBC)

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