Puede ser difícil de creer, pero aunque fue complicado, el cáncer, en cierta manera, fue bueno para mí.
No me malinterpreten: no se lo desearía a nadie. Solo la palabra “cáncer” me recuerda las náuseas y el dolor, al miedo que sentí y la angustia que se reflejaba en el rostro de mis padres. También se quedaron grabados en mi memoria los olores que llenan los hospitales y la sensación de cansancio constante que acompaña al tratamiento.
El caso es que la enfermedad cambió el rumbo de mi vida de formas realmente grandiosas. Por ejemplo, el regresar a casa a recibir tratamiento en el Centro Fred Hutchison de Investigaciones sobre el Cáncer, en Seattle, me acercó más a mis padres. Siempre supe que contaría con ellos, pero entendí su amor de una forma completamente nueva cuando vi cómo me cuidaron durante el tratamiento. Cuando me llamaron para jugar con los Red Sox, creí que sería yo quien los cuidaría, pero el cáncer lo cambió todo durante un tiempo.
Se portaron de forma sorprendente durante mi recuperación y hoy tenemos una relación más cercana que la que tendríamos si no me hubiera enfermado.
Cuando me recuperé, los Red Sox me dijeron que iría a Greenville, en Carolina del Sur, para ponerme en forma para poder jugar en las Grandes Ligas. Honestamente, no estaba feliz. Una vez que llegas a las mayores no es agradable regresar a las menores, sin importar las circunstancias.
Sin embargo, allá conocí a una joven sorprendente llamada Farrah Johnson, quien ahora es mi esposa y madre (la mejor) de nuestro hijo, Hudson. Es el amor de mi vida y quién sabe si la habría conocido si no hubiera tenido cáncer.
Cuando cumplí cinco años libre de cáncer, en 2011, ocurrieron dos cosas: Farrah dio a luz a nuestro hijo y le diagnosticaron cáncer a mi padre . Afortunadamente mi papá está bien, pero estos acontecimientos hicieron que pensara en cómo debería retribuir. No podía evitar pensar cómo me sentiría si Hudson tuviera que pasar por lo que pasamos mi padre o yo para luchar contra el cáncer.
En los viajes con los Red Sox visité algunos hospitales y conocí a varios niños que luchaban contra el cáncer. Cuando hablaba con ellos, sabía que mi experiencia era importante para esos niños y que las palabras de aliento les ayudaban.
Farrah y yo decidimos que nuestra causa serían las investigaciones sobre el cáncer pediátrico y nuestro mantra sería “nunca te rindas”.
NVRQT (acrónimo de never quit, “nunca te rindas” en inglés) es una campaña que apoya a los niños en su lucha contra el cáncer y financia las indispensables investigaciones. En unas pelotas de beisbol se grabó la leyenda “NVRQT” y se pueden autografiar, se puede jugar con ellas y se pueden entregar a un niño o niña que lucha contra el cáncer. Su mensaje es que sigan adelante y mejoren porque hay muchas personas que están esperando que regresen al campo de juego.
Los fondos que recaudamos sostienen a la Fundación para la Investigación del Cáncer Pediátrico. Además de las pelotas, animamos a la gente a organizar partidos NVRQT en su comunidad para apoyar a los niños de su zona y recaudar fondos para las investigaciones.
Cuando viajo por el país para los partidos como visitante, conozco a niños que luchan contra el cáncer en casi todas las ciudades. Van de visita al estadio y los invito al campo para charlar y luego ver el partido. Espero que las pequeñas cosas que hago marquen una diferencia para los niños que luchan hoy y que los grandes actos de recaudación de fondos que organizamos minimicen o curen el cáncer de los niños del mañana.
Me enorgullece hacer mi parte para hacer la diferencia y sé que debo agradecer al cáncer por haberme inspirado.
CNN