¿Cómo debe verse un hombre? Los escultores de la Antigüedad grecoromana y los creativos publicitarios se han encargado de dar forma a ese cuerpo masculino según las expectativas de cada sociedad. En un importante libro del 2002, The Adonis Complex, Harrison Pope, Katharine Phillips y Roberto Olivardia van más allá de la vigorexia para preguntarse por las fuentes de una masculinidad cuya representación, en nuestros días, se encuentra en disputa.

El cuerpo femenino siempre ha estado sujeto al minucioso escrutinio de la sociedad: sus ciclos, los momentos pivotales como la menstruación o el embarazo, e incluso la forma en que la moda lo ha modificado nos parecen parte de la “cultura”, pero el cuerpo del hombre no escapa a las expectativas de su momento histórico: del héroe griego hasta el “Marlboro Man”, el cuerpo del hombre es la representación del ideal al que la cultura tiende. Los desórdenes dismórficos (aquellos que modifican dramáticamente el cuerpo de una persona) se asocian generalmente con la anorexia y la bulimia, y estos a su vez con la delgadez del cuerpo femenino; el complejo de Adonis, pues, sería un desorden similar en los hombres, en los cuales la vigorexia –dismorfia muscular caracterizada por rutinas de ejercicio físico extremo, frecuentemente utilizando esteroides– es solamente uno de sus factores.

La masculinidad, entendida como la construcción de la idea de ser hombres, según los autores de The Adonis Complex, también se encuentra controvertida: el hombre había sido hasta hace poco el proveedor y el protector del hogar; pero la liberación femenina y la lucha por los derechos civiles de las mujeres cambiaron el mundo en formas cuyas consecuencias apenas comenzamos a valorar. Las mujeres no están destinadas a ser amas de casa, sino que pueden ser soldados o líderes de Estado; los hombres parecerían haberse quedado en un terreno dudoso respecto a lo que la sociedad espera de ellos en tanto hombres.

Esto se vuelve tangible en la construcción de la idea de cómo debe verse un cuerpo masculino gracias a la cultura popular, y especialmente a la industria pornográfica: grandes y bronceados músculos, fuerza física y un pene descomunal, todo bajo el riguroso escrutinio de las luces de un set de filmación que en ocasiones enfoca ángulos no precisamente halagadores. No se trata de culpar al porno, sino de pensar que el porno planta la idea (tanto en hombres como en mujeres) de que el sexo es una actividad que se realiza entre atletas de gran belleza física.

El poeta Charles Simic recuerda en una crónica que hace 50 años un cuerpo robusto era la prueba de una salud robusta: “La filosofía de vida era: mientras más comieras, más feliz eras. A mí no tenían que convencerme.” Pero hace 50 años la cultura fitness aún no estaba en auge: categorías nuevas para la psique masculina han surgido, como la etiqueta “metrosexual” para dar cuenta del cuidado estético de algunos hombres sobre sus propios cuerpos, al igual que el alza en las cirugías estéticas tanto en mujeres como en hombres.

Pero el complejo de Adonis encierra otro problema: los hombres que buscan esculpir un cuerpo espectacular en el gimnasio muchas veces hacen uso de esteroides, muchos de los cuales son utilizados sin conocer bien a bien sus efectos: el abuso de esteroides se ha asociado con el incremento en el colesterol y el endurecimiento de las arterias, lo que puede ocasionar problemas cardiacos, además de estar ligada a la agresividad y la impotencia sexual.

Ya se trate de hombres o mujeres, es importante hacer un balance individual de las prioridades que queremos en nuestras vidas: de estimar las ansiedades sobre nuestro aspecto físico en relación con nuestra salud, y de encarar con valor los condicionamientos a los que todos estamos siendo sometidos todo el tiempo. El cuerpo no es un campo de batalla donde se juegue nuestra felicidad, y mucho menos una competencia para parecernos a los actores o actrices del cine porno: la obsesión del cuerpo perfecto reproduce solamente las mismas ansiedades y patrones destructivos, y aunque el ejercicio físico sea recomendable como fuente de salud, la obsesión con la apariencia del cuerpo es un juego en el que podemos decidir no participar.

Fuente: (Avant Sex)