Hasta donde se tiene conocimiento, Zabulon Simintov es el último judío que queda en Afganistán. Esa ha sido su condición desde 2005, cuando murió su otro correligionario, Isaac Levin.
Aparentemente Simintov se entristeció mucho con el fallecimiento de Levin; los dos tuvieron una rivalidad tan intensa que fue puesta en escena por teatros en Inglaterra y Estados Unidos.
Pero este último judío afgano, que sobrevivió el hostigamiento del Talibán -cuando este grupo fundamentalista gobernaba Afganistán- y se ha ajustado a la vida dentro de una mayoría musulmana, tiene otro problema.
Aunque prometió nunca abandonar el país, es posible que tenga que hacerlo pues su sustento, un restaurante de kebabs, tiene ya poca clientela.
No obstante, la circunstancia de judío solitario también puede ser una industria productiva que Simintov ha sabido explotarlo, según algunos periodistas que lo han tratado personalmente.
Comunidad en vías de extinción
Es poco lo que se sabe del origen de los judíos en Afganistán que, según algunos estudiosos, pueden haber vivido en ese país de Asia Central por más de 2.000 años.
Excavaciones recientes en el norte de Afganistán revelaron pergaminos del siglo XI con poemas, bitácoras comerciales y documentos legales que proveen una imagen de una comunidad boyante.
Cuando Zabulon Simintov nació en Herat, cerca de la frontera con Turkmenistán, por los años 50, había unos 5.000 judíos en Afganistán. Pero la mayoría emigraron a la recién creada nación de Israel en busca de una mejor vida, dejando atrás apenas unos cuantos centenares.
Tras la invasión de la entonces Unión Soviética, en 1979, hubo otro éxodo y para cuando el ejército ruso hizo su retirada en 1996, quedaban apenas diez judíos, casi todos en la capital Kabul.
Para 2004, el número se había reducido a sólo dos: Zabulon Simintov e Isaac Levin, quienes vivían juntos en la única sinagoga en Kabul. Ambos se peleaban el derecho a ser los custodios del templo y los dueños del libro sagrado, la Tora.
Competencia
Los dos judíos competían por atención, diciendo que habían sido abusados y torturados por el régimen extremista del Talibán. Se acusaron mutuamente de robo y de que el otro era responsable de la pérdida de la Tora, cuando el texto sagrado fue confiscado por el Talibán.
En una ocasión, Levin aseguró que Simintov lo había denunciado públicamente de haberse convertido al islam para librarse de él y tomar control de la sinagoga.
Fue tal la mala sangre entre los dos que inspiró dos obras de teatro: “El guardián de mi hermano”, presentada en Londres, y “Los últimos dos judíos de Kabul”, que tuvo su estreno en Nueva York.
La primera resaltaba el humor negro y la idiotez de la intolerancia religiosa. La versión neoyorquina, por su parte, exploró el enfrentamiento de dos versiones del judaísmo en el marco de la invasión de Afganistán por EE.UU. y sus aliados.
“Simintov adopta la misma actitud con todos los periodistas. Vende su historia de penuria a cambio de ‘baksheesh’ (propina o mordida)” – Orlando Radice, editor internacional de The Jewish Chronicle
Cuando Isaac Levin murió en 2005, Zabulon Simintov no sintió ninguna lástima sino alivio de ser el último judío en Afganistán, el único encargado de preservar la sinagoga y el ritual religioso en un país casi exclusivamente musulmán.
Simintov ha sabido manejar su soledad numérica. A pesar de que el Talibán fue expulsado del país, el hombre trata de no publicitar mucho su identidad judía en el conservador entorno musulmán de Kabul.
Tiene un restaurante de kebabs que abrió hace unos años con el que le fue bien en un principio, proveyendo a hoteles y a las tropas extranjeras.
Ahora, sin embargo, con el retiro escalonado de los ejércitos aliados y la creciente inseguridad en la capital, la clientela se ha desvanecido.
Aunque se había propuesto no abandonar el país y considera su misión restaurar la dilapidada sinagoga y recuperar la Tora perdida, la opción del éxodo tiene que ser considerada.
Infortunio vs. Oportunidad
Simintov se queja de su infortunio y de que, tras 12 años de ocupación, las fuerzas de la OTAN lideradas por EE.UU. no hayan podido estabilizar a Afganistán.
Pero en esas quejas, en sus relatos de supervivencia como único judío en Afganistán y en esporádicas “giras” guiadas por la sinagoga de Kabul, Simintov ha encontrado una fuente de ingresos.
Orlando Radice, editor internacional de The Jewish Chronicle, la publicación de asuntos judíos de mayor lectura en el mundo, dijo que este individuo no hace nada que no sea por dinero.
Según Radice, la corresponsal del diario en Kabul informa que Simintov sólo accedería a darle una entrevista por unos cientos de dólares y una botella de whisky.
“Simintov adopta la misma actitud con todos los periodistas. Vende su historia de penuria a cambio de “baksheesh” (propina o mordida en el Medio Oriente y Asia)”, afirmó el editor.
Escribe la corresponsal de The Jewish Chronicle que la población local ya está acostumbrada a verlo atraer a extranjeros para contarles su triste cuento y pedirles dinero. Aparentemente su voracidad es legendaria, escribe.
Zabulon Simintov estará sólo, estará pasando “las duras y las maduras” pero le está sacando el jugo a su condición de “último judío en Afganistán”.