No es que los introvertidos no quieran enamorarse, sólo que es que aman mucho su soledad. Ven los colores de manera diferente cuando están solos. Tienen el tiempo de detenerse y realmente apreciar el paisaje que los rodea, los olores o hasta las caras de desconocidos.
Se dan cuenta de más cosas cuando están solos, las escenas se desenvuelven ante sus ojos como una escena de cine. El tiempo no se les va de las manos cuando no van acompañados de alguien más, sino que se detiene un poco y nada los distrae de donde sus mentes los llevan ni de lo que están experimentando presentemente.
No tienen a alguien jalándolos del brazo cuando están solos y no tienen ningún lado en dónde estar, nadie a quien impresionar y tampoco para sacarlos de sus sueños que solitos tejen.
No es que no quieran enamorarse y pasar el tiempo con alguien a quien admiran. Simplemente disfrutan de la compañía del mundo más que otros. Quieren descubrir todo lo que hay por descubrir sin que los saques de su bello trance. Simplemente no han encontrado con quién hacer todo eso dado a que estas personas son extremadamente raras y suelen encontrarse en situaciones similares.
Es muy difícil para ellos encontrar a alguien que respete su necesidad de profundidad, curiosidad y silencio. Alguien que los deje ser cuando los vean mirando el cielo por cinco minutos más. Es difícil encontrar a alguien que entienda que su hogar es un oasis, que los libros y las cobijas y un bosque de pinos siempre le ganarán a una noche de fiesta.
Es difícil encontrar a alguien que entienda lo que significa sentarse en un lugar bello y simplemente absorberlo todo. Una persona que se pueda conectar a las cosas de manera tan profunda como ellos. Alguien que entienda cómo ven el mundo sin necesidad de palabras, explicaciones ni sacrificio. Alguien que simplemente los entienda.
No es que no se quieran enamorar los introvertidos, simplemente les cuesta trabajo encontrar a alguien que no se la viva apurándolos en sus vidas tranquilas y que no quiera apresurar todo en el mundo.
Publicado por Othón Vélez O’Brien.