La reacción es inmediata. Pero lejos de adelgazar, favorece que ganes peso.
Pasa muy a menudo. “Hoy no ceno y así compenso los excesos del mediodía”. “Mejor no desayuno que no tengo tiempo, ya comeré algo de la máquina en la oficina a media mañana”. Porque queremos hacer algo de dieta, porque tenemos prisa y no hay tiempo de sentarse a la mesa o incluso porque no tenemos hambre en ese momento, que levante la mano quien no se haya saltado una comida por cualquiera de estos motivos en alguna ocasión.
Pese a que todo el mundo sepa que esta no es la mejor de las opciones, ni desde luego la más sana, lo cierto es que desconocemos los efectos inmediatos que tiene para el organismo la decisión de no desayunar o comer.
La reacción inmediata del cuerpo es obtener las calorías que precisa, utilizando reservas de azúcar almacenada (glucógeno). “El cuerpo dispone de reservas en forma de glucógeno en hígado, músculos y riñón así como en la grasa subcutánea (panículo adiposo) y visceral. Cuando se agotan dichas reservas de azúcares, el cuerpo comienza a quemar grasas. A corto plazo, las reservas de glucógeno son suficientes para generar energía (calorías) durante al menos 24 horas en la mayoría de personas sanas”, explica el doctor Juan Ybarra, endocrino y miembro de la plataforma TopDoctors.es.
Pero no cantes victoria. Pese a que si nos saltamos una comida y el cuerpo necesita energía, tirará de la grasa almacenada, eso no se traduce en que vayas a adelgazar por sacrificar la cena (por no hablar de la ansiedad que pasarás si tienes hambre y el mal humor que se te puede poner). Cada vez que comemos algo segregamos una pequeña dosis de insulina que nos ayuda a controlar el peso. “Si nos saltamos una comida, lo que ocurre es que la siguiente la hacemos mucho más copiosa y segregamos una dosis de insulina mucho mayor, y esa hiperglucemia genera un aumento de peso”, advierte la doctora Carmen Martín, nutricionista de la Clínica Francesa Dray.
Y toma nota de otra puntualización: La propia actividad de comer y digerir, la metabolización de los alimentos, hace que se quemen calorías, “por lo que, si la ingesta es pequeña, el gasto calórico es mayor. Por eso se recomienda hacer dos comidas pequeñas entre horas”, apunta la doctora. Al digerir los alimentos consumimos calorías y obtenemos saciedad.
Hacer ayuno de buenas a primeras tiene además efectos sobre el sistema nervioso. Cada vez que nos saltamos una comida se produce una hipoglucemia en el cuerpo, como la glucosa es la principal fuente de energía del cerebro, se pueden producir mareos y dolores de cabeza inmediatos. “El ayuno prolongado forma parte de algunas dietas que personalmente considero desaconsejables por sus efectos sobre la salud (hipoglucemias, acidosis, hipotensión arterial, síncopes, debilidad, dolores de cabeza, etc…) y por el efecto rebote que se observa al cese de las mismas”, añade el endocrino Juan Ybarra.
Así que, eso que escuchamos miles de veces de que lo más saludable son cinco comidas al día (desayuno-media mañana-comida-merienda-cena), no se trata de mera tradición cultural. Esta distribución garantiza, en la mayoría de las personas, no tener hambre y mantener el peso corporal constante. La glucosa circula en sangre durante un máximo de 6 horas, lo que suele coincidir con el tiempo que se deja pasar entre una comida y otra.
Y por si aún no te convence, queda añadir que existe evidencia indirecta que demuestra que la mayoría de personas con exceso de peso comen sólo dos o tres veces al día y además dejan pasar muchas horas entre cada ingesta.
Fuente: SModa