Un día completo en las propiedades de la pareja más conocida de Coyoacán.

La Casa Azul, fortaleza donde Frida Kahlo hizo travesuras de pequeña y escondió los dolores que le dejaron la polio y un accidente automovilístico, desde hace tres meses está unida al Anahuacalli, construcción que Diego Rivera diseñó para resguardar su colección de 59 mil piezas prehispánicas, aproximadamente y que después de 23 años se concluyera, aunque sus ojos ya no alcanzaran a verla. El responsable de enlazar, una vez más, a la pareja dos veces casada, es el Fridabus.

El recorrido consiste en visitar los dos museos en un sólo día (sábado o domingo) y por un sólo precio (100 pesos por persona). Se inicia por la vivienda de Frida ubicada en la calle Londres 247, en pleno corazón del barrio coyoacanense. Su fachada azul la delata.

El trinar constante de los pájaros acompaña el recorrido que inicia por el comedor, con su piso de madera de pino que la artista mandó a pintar de amarillo. Aún están los molcajetes que ella llenaba con salsa verde, la favorita de Diego. El espacio fue un centro de convivencia entre Frida y sus amigos: Carlos Pellicer, Salvador Novo, León Felipe, María Félix y Dolores del Río.

La habitación contigua que tiene salida al jardín, es la recámara de Diego, con su cama cubierta por una colcha blanca y varios cojines bordados de mil colores. Después está la cocina, uno de sus rincones favoritos de Frida. Ella se encargaba de supervisar la sazón del guajolote en mole para los banquetes especiales. El distribuidor es un descanso con autorretratos de sus padres y de su gran amor, Diego.

En el estudio está la silla de ruedas que muchas veces la paseó por toda la casa. Se convirtió en el espacio perfecto para colocar el caballete que le obsequió Nelson Rockefeller. También están sus pigmentos y pinceles que transferían sus penas y sufrimientos a los lienzos. De ese mundo de color cambiamos a su recámara.

Ahí está el espejo que la reflejó postrada los últimos años de su vida. También hay esferas de vidrio multicolores y juguetes de papel maché, como los judas. Su ropero tiene rastros de su vestimenta: trajes de tehuana, blusas bordadas de Chiapas y sus rebozos de seda y bolita.

La terraza y el estanque están decorados con caracoles marinos. El espejo de agua tiene ranas en el fondo; al verlas se acordaba de su Diego, el sapo-rana. Por último llegamos al jardín. Al fondo de éste hay una pirámide que Diego llamaba “Adoratorio Tláloc”. Ahí acomodó sus piezas prehispánicas. Llegó a tener tantas que decidió construir el Anahuacalli.

La otra cara de Diego Rivera

Después de hora y media en La Casa Azul, se aborda el Fridabus. Ahora nos vamos al sueño que nunca pudo ver terminado Diego. Está en la calle Museo 150 de San Pablo Tepetlapa, Coyoacán.

El Museo Diego Rivera-Anahuacalli, duró 23 años en estar listo. Después del fallecimiento del muralista, fue su amigo Juan O’Gorman el que terminó la encomienda. El resultado es un edificio de piedra volcánica en forma de pirámide que da cabida a 59 mil figurillas de arte prehispánico (se cree es la más grande del mundo) que recaudó durante toda su vida.

De 1894 a 1957, periodo en que Diego recaudo su colección, no existía como ahora un reglamento que legislara el acopio de piezas arqueológicas. Muchas de éstas fueron salvadas por el artista de comercializarse al extranjero. Incluso dicen que algunas las compro en el mítico mercado El Volador, sitio que hoy es ocupado por la Suprema Corte de Justicia.

Así pues, el recorrido inicia en las salas que representan el inframundo. Muchas de ellas encontradas en ofrendas de las culturas maya, tolteca, mixteca y zapoteca. Mientras se avanza uno se encuentra con caritas sonrientes, deidades representando la fertilidad, guerreros, fragmentos de lápidas con fechas inscritas, hasta que llegamos a una segunda planta con los bocetos de algunos murales de Diego. El Anahuacalli iba a ser su estudio e incluso residencia.

La parte más alta es una terraza, con una vista panorámica del sur de la ciudad. Desde aquí es posible ver la dimensión de terreno tupido por ahuehuetes y pozos de agua. También la explanada donde los domingos hacen un tianguis de artesanías mexicanas.

El grupo de 50 personas que le caben al Fridabus debe partir, va de regreso a La Casa Azul, esta vez para despedirse y subir el siguiente grupo. En tres horas y media se logra concebir una idea de lo que era el arte y la vida cotidiana de Frida y Diego.

TOMA NOTA

Horarios del Fridabus: Sábados y domingos de 11 a 15:30 horas. Salidas cada dos horas y media.

Precio: 100 pesos por persona, incluye la entrada a los dos museo y transportación redonda.

Más información: www.museofridakahlo.org.mx

El Universal, 14 Junio 2013.