Pese a que todavía está por llegar el duro invierno de Dinamarca, Louise Hultman ya viste un grueso gorro de lana.
“No me he lavado el pelo desde hace días. Se ve horrible”, se justifica. “La vida es dura cuando todo lo que haces gira alrededor de conseguir tu próxima dosis”.
Tiene 23 años y lleva consumiendo drogas fuertes desde los 15. Reconoce que roba para pagarse su adicción a la cocaína y la heroína.
Últimamente se inyecta en una de las “habitaciones de la droga” de Copenhague, donde tiene acceso a jeringas estériles y puede recibir ayuda de personal sanitario si algo va mal.
Los adictos que las usan toman sus dosis en cubículos individuales repartidos a lo largo de un impecable banco metálico.
Llegan con su propia droga, lo que sigue siendo ilegal en Dinamarca, pero la policía en Vesterbro, el barrio en el que está la instalación, ya no persigue la posesión.
“Me da vergüenza inyectarme en la calle. Alguien que pasa no tiene por qué ver mi problema”, comenta con sus ojos todavía marcados por su última dosis. “Por eso es genial tener un lugar al que ir. Y me siento segura aquí”, agrega.
Un entorno limpio
Copenhague es la ciudad más abierta al uso de las drogas de Escandinavia y es además la que tiene más usuarios, 8.000 en un radio de 2,5 kilómetros.
La primera “habitación de la droga” de la ciudad fue puesta en marcha hace un año, después de un cambio en la legislación nacional.
La alcaldía llevaba más de diez años presionando al gobierno para poder lanzar el proyecto.
Una segunda habitación abrió en agosto pasado y la tercera será instalada en Aarhus, la segunda ciudad más grande del país.
“Estamos ofreciendo un entorno limpio para los adictos de larga duración y hemos descubierto que con eso tienden a acceder a otros servicios sanitarios en la zona”, comenta Ivan Christensen, gestor de las habitaciones de la droga en la capital danesa.
Christensen afirma que es imposible saber cuántas vidas ha salvado el proyecto, pero subraya que no ha habido ni una sola muerte en sus instalaciones pese a que han registrado 100 sobredosis.
“Dos de mis mejores amigos murieron este año porque no estaban cerca de un lugar como este”, comenta Hultman.
Calles más seguras
Vesterbro es el distrito rojo de Copenhague. La mayor de las habitaciones de la droga está junto a un albergue para personas sin hogar lleno de grafitis y frente a un bar que presume de ser uno de los mejores clubes de strip-tease.
Pero como el barrio de Hackney en el este de Londres o Mitte en lo que era Berlín oriental, Vesterbro también atrae a jóvenes artistas y gente creativa, y cuenta con algunos de los bares más de moda.
La policía considera las habitaciones de la droga como una herramienta clave para mejorar una zona que cada vez está más aburguesada.
“Hay que encontrar nuevas formas de abordar a la drogadicción. No vas a tener éxito tratando de meter a los drogadictos en la cárcel”, defiende el vice superintendente jefe, Kaj Majlund.
“Tienes que dialogar con ellos para meterlos en las habitaciones de la droga y que reciban ayuda”, insiste.
Dinamarca no es el primer país en lanzar instalaciones destinadas a facilitar el consumo de drogas. Suiza fue pionera en los años 80 y después llegaron a España, Alemania, Noruega, Canadá y Australia.
A los lugares en los que no se ha hecho, Majlund “les diría que lo intenten, que lo intenten y lo intenten para que vean como ayuda”.
Críticas de conservadores
Pero no a todo el mundo le convence el concepto.
“Sí, los adictos ya no vagan por las calles a la vista de los turistas y los niños, pero por otro lado estas habitaciones de la droga los mantienen en el sistema porque permanecen rodeados de otros adictos”, opina Peter Buurskov, que gerencia un hotel en la zona.
Haciendo eco a esta preocupación, el líder de la oposición conservadora en la ciudad, Rasmus Jarlov teme que, a largo plazo, las habitaciones aumenten el narcotráfico y supongan un incentivo para drogarse.
“Todos queremos ayudar a los toxicómanos de Copenhague, pero creemos que tal vez debamos poner los recursos en sacarlos de la droga en lugar de ofrecerles instalaciones para que continúen tomándolas y delimitando áreas donde la policía no puede hacer cumplir las leyes antinarcóticos”, dice.
El camino a casa
De vuelta en la habitación de la droga de Vesterbro, Christensen subraya que su personal está desarrollando una relación duradera con adictos dque antes no tenían ningún apoyo y asegura que ha notado un “interés creciente” en los programas de rehabilitación.
Hultman está en lista de espera para obtener una plaza en Suecia, donde vive su familia.
Pero otros dicen que continuarán tomando drogas sin importar cuanto tiempo o dinero se gaste en programas para ayudarlos.
“No tengo coraje para ponerme en rehabilitación”, dice Francesco Raccio, de 37 años, quien empezó a tomarlas en la escuela.
“Es muy duro, requiere mucho valor, tienes que estar 100% seguro y tienes que hacerlo por ti mismo y no por nadie más. Lo intenté una vez, pero no funcionó”, agrega.
“Entiendo las críticas, pero al final la gente que quiere drogarse se droga. ¿Por qué no ayudarnos con estas habitaciones que son un lugar mejor para nosotros?”.