El condado de Orange, en el sur de California, tiene la reputación de ser un lugar idílico, famoso por su clima mediterráneo, sus playas de arena blanca y sus opulentos barrios residenciales, por cuyas calles los ricos y famosos pasean sus autos de lujo.

Pero tras las fachadas de las mansiones y los clubes de golf del que es considerado uno de los bastiones republicanos en Estados Unidos, se oculta una realidad que poco tiene que ver con la imagen de postal que se presenta en películas y series de televisión.

Como está sucediendo en muchas otras comunidades del país, el aumento en el número de personas adictas a los medicamentos -y en particular a los analgésicos opiáceos- ha desatado una crisis de salud pública que le está costando la vida a decenas de personas cada año, muchas de las cuales no superan los 30 años.

Según datos de la oficina forense del condado de Orange, en los últimos cinco años cerca de 200 jóvenes de entre 14 y 26 años han fallecido como consecuencia del consumo de drogas. Dos terceras partes de esas muertes se atribuyeron a los fármacos que prescriben los profesionales de la salud.

La cortina naranja

El término “Orange Curtain” (cortina o telón naranja) se utiliza en California para referirse a la cortina imaginaria que separa a la población tradicionalmente conservadora y republicana del condado de Orange de sus vecinos más liberales de Los Ángeles.

Suele decirse que a los liberales les preocupa lo que sucede “tras la cortina naranja” (behind the orange curtain, en inglés). O sea, en el condado de Orange.

Según los especialistas, los adolescentes empiezan experimentando con los opiáceos y ansiolíticos que les han sido recetados a sus padres o a los padres de sus amigos, con la creencia de que estos son más seguros que las drogas que se consiguen en la calle.

Una vez se han enganchado -algo que con los opiáceos suele ocurrir pronto- recurren a médicos sin escrúpulos que les venden las pastillas a cambio de dinero. Si eso no funciona, siempre les queda el mercado negro.

Lo que más preocupa ahora a las autoridades es que están viendo cómo cada vez más jóvenes se están pasando a la heroína, una sustancia mucho más barata y fácil de conseguir.

Si para comprar un analgésico opiáceo como la oxicodona tienen que pagar al menos US$80, una papelina de heroína la pueden comprar en la calle por apenas US$10.

“Una epidemia”

La crudeza de lo que está sucediendo en el condado de Orange -uno de lo lugares con un mayor número de centros de desintoxicación de todo EE.UU.- se ve reflejada en el documental “Behind the Orange Curtain” (Tras la Cortina Naranja).

Behind The Orange CourtainEl documental relata la batalla de padres y madres contra las adicciones de sus hijos.

Se trata de un relato estremecedor en el que padres y madres cuentan la batalla que libraron -y en muchos casos perdieron- contra las adicciones de sus hijos y contra un sistema que criminaliza el consumo de drogas y no ofrece alternativas para la rehabilitación.

Este documental vio la luz gracias al empeño de Natalie Costa, una pequeña empresaria de la localidad de Laguna Woods que decidió que tenía que hacer algo tras ver como varios jóvenes de su comunidad morían de una sobredosis.

“Como muchos padres vivía en una burbuja. No tenía ni idea de que los jóvenes estuvieran utilizando opiáceos y heroína para colocarse. No fue hasta que Mark, el hijo de una amiga, murió de una sobredosis, que fui consciente de lo que estaba pasando”, relata Costa.

A través de la página de financiamiento colectivo KickStarter, Costa recaudó más de US$40.000 para sacar delante el documental, que fue dirigido por Brent Huff, y para el que contaron con la colaboración desinteresada de decenas de personas.

“El problema en el condado de Orange es enorme. Todo el mundo conoce a alguien que ha sufrido una adicción. En muchos casos se trata de jóvenes de familias con dinero que tienen demasiado tiempo libre. Consumen las drogas por las tardes cuando salen de la escuela y sus padres están todavía en el trabajo”.

Costa cree que muchos progenitores no quieren ver lo que está sucediendo ya que “piensan que algo así no les puede pasar a ellos”.

“En las actividades informativas que organizamos para concienciar sobre este problema la asistencia suele ser baja y al final muchos de los que vienen son padres de jóvenes adictos o que han muerto de una sobredosis”.

“Si se tratara de una epidemia de una enfermedad común los padres correrían al medico para que les pusiera una vacuna a sus hijos. La realidad es que tenemos una epidemia y la única forma de combatirla es a través de la educación”.

Costa, junto con algunos de los padres que aparecen en “Behind the Orange Curtain”, trabaja para presionar a las autoridades para que se introduzcan cambios legislativos que hagan más difícil el acceso a los medicamentos, al tiempo que abogan para que a los adictos se les deje de tratar como simples delincuentes.

Sus esfuerzos dieron sus frutos cuando el 1 de enero de 2013 entró en vigor en California una ley del “buen samaritano”, que permite que una persona que esté consumiendo drogas con alguien que esté sufriendo una sobredosis, pueda llamar a los servicios de emergencia sin que haya peligro de que se presenten cargos en su contra por posesión o consumo de sustancias ilegales.

Y es que han sido muchos los jóvenes en el condado de Orange que han fallecido después de que las personas con las que estaban tomando drogas no se atrevieran a pedir ayuda por miedo a ser detenidos.

“No me quedaba nada”

Alguien que conoce muy bien la problemática que se está viviendo en Orange es Kaitlyn Bash, una joven de 26 años que durante una década estuvo enganchada a una larga lista de sustancias.

Kaitlyn Bash

Bash empezó a consumir alcohol y marihuana a los 13 años “por pura diversión”. Según contó, “tras el divorcio de sus padres vivía con su madre y pasaba mucho tiempo sola en casa haciendo lo que le venía en gana”.

A los 14 años ya era consumidora habitual de éxtasis y metanfetaminas y a los 16 entró por primera vez en un programa de rehabilitación que le ayudó a dejar las drogas durante dos años.

“A los 18 años, después de dos años sin tomar nada, pensé que podría empezar a divertirme como cualquier chica de mi edad y ahí fue cuando probé por primera vez la heroína”, explica.

“Estaba viviendo en un motel. Se me había acabado el speed y los chicos con los que estaba eran adictos a la heroína y ellos me la dieron a probar por primera vez. (…) Desde ese momento pasé a consumir heroína cada día. También tomaba pastillas ya que encontré varios médicos que podían proporcionarme cualquier cosa que quisiera”.

“Estaba viviendo en un motel. Se me había acabado el speed y los chicos con los que estaba eran adictos a la heroína y ellos me la dieron a probar por primera vez. (…) Desde ese momento pasé a consumir heroína cada día” – Kaitlyn Bash, exheroinómana

En los dos años que estuvo consumiendo heroína tuvo dos sobredosis. El día que sufrió la segunda, pasó ocho horas inconsciente y se despertó “sola y cubierta de vomitado”.

“Ahí fue cuando me di cuenta de que no me quedaba nada. Mi familia no quería saber nada de mí y el exnovio con el que estaba viviendo tampoco, ya que él quería desintoxicarse y yo no”.

“Mi madre me dijo que podía volver a casa sólo si lo dejaba. Ahí fue cuando me dije que si la heroína no me había matado iba a estar sobria. De esto hace cuatro años y medio”, relata.

Bash cree que uno de los grandes errores que cometen los padres de jóvenes adictos es que “no saben decirles ‘no’ a sus hijos”. “En el momento en el que mis padres me cerraron la puerta fue cuando reaccioné”, explica.

“La dejaron morir”

Vernen Porter es uno de los padres que relata su experiencia en el documental “Behind the Orange Curtain”. Durante tres años hizo todo lo posible para ayudar a superar su adicción a su hija Vanessa, quien falleció en 2010 a los 22 años.

Porter se enteró de que su hija estaba consumiendo opiáceos después de encontrársela una noche en su habitación con una sobredosis de heroína.

“La llevamos a un centro de desintoxicación y de ahí a un programa de recuperación en el que pasó 30 días. Pensábamos que lo había superado. Pasó un año sin consumir pero luego volvió a recaer”.

“Pasaba 6 meses sin consumir nada y luego tenía una recaída y eso fue lo que sucedió el día que murió. Había estado sin consumir durante seis meses. Acababa de cumplir 22 años. La fueron a buscar al trabajo y la llevaron a casa de un joven que estaba en libertad condicional por haber comprado medicamentos sin autorización. Allí consumió”, relata Porter.

“Llegué a casa de una reunión y ella no estaba. Era medianoche y empecé a llamarla a su celular. Tras 30 llamadas, el joven con el que estaba mi hija apagó el teléfono, cerró la puerta y la dejó sola en una habitación a oscuras. La dejó morir”.

“Llegué a casa de una reunión y ella no estaba. Era medianoche y empecé a llamarla a su celular. Tras 30 llamadas, el joven con el que estaba apagó el teléfono, cerró la puerta y la dejó sola en una habitación a oscuras. La dejó morir” – Vernon Porter, padre de joven fallecida

“Luego supimos por el forense que si hubieran llamado a los servicios de emergencia a medianoche hubiera sobrevivido. Pero como la dejaron sola en esa habitación, a las 4 de la mañana falleció”.

Porter explica que su hija Vanessa murió de una sobredosis de Opana, “un medicamento que estuvo prohibido durante una década y que se utilizaba con pacientes terminales de cáncer”.

Esto ha hecho que junto con otros padres que han perdido a sus hijos por sobredosis de medicamentos estén presionando para que las autoridades impongan más controles en la distribución de estas sustancias, aunque cree que su lucha es complicada ya que “las compañías farmacéuticas tienen mucho poder” sobre los políticos.

Al mismo tiempo, trabajan para llevar frente a la justicia a los doctores que se enriquecen proporcionando recetas a los adictos sin ningún tipo de criterio médico.

Vernon Porter, igual que la mayoría de los padres cuyos hijos han muerto a consecuencia del consumo de opiáceos, sabe que la imagen idílica que muchas veces se presenta del condado de Orange no es más que un espejismo.

Tras la “cortina naranja”, siguen muriendo demasiados jóvenes sin razón.

(BBC)