Tras la decepcionante actuación de Brasil en el I Campeonato Mundial de Futbol celebrado en Uruguay en 1930, con histórica derrota inaugural por 2-1 ante Yugoslavia, que Joao “Preguinho” Coelho lograra el cetro de goleo y que Fausto dos Santos fuera considerado el mejor jugador del certamen, negros y mulatos conquistaron su lugar en selección nacional después de 1932.
Brasil ganó ese año la Copa Barón de Río Branco ?en honor al diplomático José da Silva Paranhos- en el estadio Centenario de Montevideo, escenario de su caída inicial frente a Yugoslavia en 1930, con una brillante actuación de Domingos da Guía en su segunda participación con el equipo nacional, y de Leónidas da Silva, debutante en el seleccionado con los goles de la victoria por 2-1.
“Es entonces cuando se considera el inicio de algo que algunos cronistas deportivos llamaron la ‘africanización’ del futbol de Brasil; es decir, la aplicación de un estilo incomparable, un ritmo corporal único y una malicia irrepetible que se conoce como ‘ginga’, equivalente a la gracia propia de los afrobrasileños”.
Lo anterior lo afirmó Roselí Prado, investigadora de la Universidad de Minas Gerais, participante en la elaboración de la Ley de Igualdad Racial promulgada en junio de 2010, quien recuerda que, sorprendentemente, esa participación deportiva fue “bendecida” con la presencia del “pai de santo” Oscarino.
Éste era un santero negro de la Umbanda ?rito traído a Brasil desde África por los esclavos en la época colonial-, macumbeiro oficial de la delegación de directivos y jugadores que, eufóricos, regresaron triunfantes a Río de Janeiro de aquel torneo regional realizado en Uruguay.
¿Charlatanería, superchería religiosa? El caso fue que esa victoria brasileña de 1932 consolidó un estilo de juego que, hoy, con el XX Campeonato Mundial de 2014 a unos meses de su apertura en Sao Paulo con el partido entre Brasil y Croacia el 12 de junio próximo, creó una marca registrada indeleble.
Es ésa que se denomina universalmente “futebol arte” o “jogo bonito”, para expresarlo en dos palabras, con el delirio proverbial de millones de fanáticos que se rinden ante la “ginga” de los morenos sudamericanos.
Fausto y Leónidas fueron los jugadores que, sin ser profesionales, abrieron la puerta a la negritud brasileña: El primero, como protagonista de una brillante y trágica historia que comenzó en el Bangú al llegar a Río de Janeiro de su natal Sao Luiz de Maranhao, donde nació en 1905; pero con un futbol de tal clase que, de inmediato, llamó a los dirigentes del Vasco da Gama, campeón de 1929.
Delgado, espigado y fino, con una estatura de 1.90, se desempeñaba magníficamente en aquel puesto que los antiguos periodistas llamaban medio-centro, dando pases precisos y ejerciendo un liderazgo defensivo y ofensivo incontestable, cualidades que lo convirtieron en una figura nostálgicamente recordada a ocho decenios de distancia.
No obstante la mediocre actuación del futbol brasileño en el torneo mundialista de 1930 -del que únicamente se salvaron él y “Preguinho” Coelho-, Fausto dos Santos, muerto pobre y tuberculoso el 23 de marzo de 1939 , merece que su trayectoria sea reconocida y escrita en amplitud y con respeto.
Habría que contar con emoción y al detalle la razón de que fuese llamado la “Maravilla Negra” desde entonces, apodo que refrendó en España, Suiza y Uruguay, donde fue pionero como talentoso futbolista de exportación.
Por su parte, el carioca Leónidas da Silva, quien también tiene su historia, con su físico diminuto de 1.64 era tan elástico que primero lo llamaron el “Hombre de Goma” y luego el “Diamante Negro”, por sus dotes como el mejor centro delantero brasileño en las Copas del Mundo de 1934 y 1938.
Leónidas (1913-2003) reunió las principales virtudes que darían fama al futbol brasileño: El drible con el cuerpo, el juego con la bola a media altura, el desprendimiento rápido y la invención de la llamada “bicicleta”.
Con honradez profesional, él acreditaba la creación de esa vistosa manera de conducir el balón a Petronilo de Brito, otro de aquellos prodigiosos jugadores negros de la década de 1930.
Deslumbró a Brasil entre 1931 y 1951, jugó en el Bonsucesso, Vasco da Gama, Botafogo, Flamengo, Sao Paulo e incursionó en el Peñarol uruguayo, marcando 403 goles en su fulgurante carrera, con la rúbrica personal de siete goles en cuatro partidos en el III Campeonato Mundial de Francia en 1938.
Con esa actuación de Leónidas da Silva y el desempeño que a lo largo de casi un siglo han tenido los futbolistas negros en las canchas del mundo, son los descendientes de los hombres y mujeres secuestrados en África, esclavizados en Brasil por la corona de Portugal durante más de tres centurias, es más que obligado reconocer la grandeza de una raza a través del futbol, que expresa estéticamente en ella toda su esencia.
Río de Janeiro, 27 Ene. (Notimex).