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El escritor español José Ovejero (Madrid, 1958), ganador del Premio Alfaguara de Novela (2013) con “La invención del amor”, inició su gira de promoción continental en México (periplo que lo lleva por los países hispanoamericanos y varias ciudades de Estados Unidos).

“Después que te dan el Premio te ?castigan? con una travesía interminable donde uno parece una estrella de rock promocionando su último disco de cadencias estridentes”, decía el novelista cubano Eliseo Alberto, quien obtuvo el galardón en 1998 por “Caracol Beach”.

Con la presencia de escritores, periodistas, lectores y directivos de Santillana México se realizó, hace cinco semanas, la presentación de “una novela que es la historia de un amor inventado, pero absolutamente real”.

El escritor mexicano Xavier Velasco (Premio Alfaguara de Novela, 2003, con “Diablo guardián”) -quien fue miembro del jurado en esta convocatoria número 16-, y el director teatral Raúl Quintanilla acompañaron al poeta, periodista, narrador y ensayista madrileño en un diálogo en el que se dilucidaron algunos de los elementos destacados del texto laureado.

“¿Que cuántas veces he mentido?: no me atrevo a decirlo. De lo que sí estoy seguro es que esta novela no es ?mentira?. El amor no existe, lo inventamos: eso es lo que hace ´Samuel´, mi protagonista, imaginar un amor para concebirse a sí mismo”, explicó Ovejero frente a un público curioso.

Narrada en primera persona desde el presente, el también ganador del Premio Primavera de Novela (2005) por “Las vidas ajenas”, crea una atmósfera que recurre a la crónica y a esbozos conjeturales propios del ensayo. Referencias a Onetti, Camus, Coetzee, Auster y Roth con buena dosis de un lirismo no ausente de sardónicas metáforas.

“Siempre he dicho que la literatura es la voz de nuestra sombra. A mis personajes los persigo, los sorprendo, los espío desde la mirilla de mis ironías. Me cae bien ´Samuel´; me gusta eso de que se enamore de una ?muerta? y convierta en ficción los afectos que no se atreve a hilvanar con otras mujeres de su entorno”, precisó el narrador.

“Seguro que llegara mucha gente (al libro) porque es una historia con muchas capas de lectura”, ha dicho Jordi Puntí, miembro del Jurado.

“No me interesaba dar muestra de pericia técnica. Escribí esta novela sólo pensando en ese viaje que emprendemos en la lectura de una historia. Una buena novela nos pone en contacto con nuestras emociones”, concluyó el autor de “Escritores delincuentes”, editado el año pasado en México.

“Es sabido que queremos que los ojos del otro reflejen no lo que somos, sino aquella persona que nos gustaría ser, aunque tengamos que cargar para ello con la sensación de insuficiencia al intentar adaptarnos a esa imagen ideal, más bien a esa deformación favorecedora de nosotros mismos”: fragmento de “La invención del amor”, que resume su tesis argumental.

¿Temática del doble?, es posible, pero no tanto en el sentido rimbaudiano del “Je est un autre” (“Yo es otro”): “Samuel” poco tiene de “Dr. Jekyll/Mr. Hyde”, de Stevenson (no es asunto de la dicotomía bien/mal); e indiscutiblemente nunca ha leído a Nietzche.

Ovejero ronda otros atajos literarios que tienen sus raíces, quizás, en las frondas irónicas del “Eladio Linacero” de “El pozo”, de Onetti, el profesor universitario de “Desgracia”, de Coetzee, el “Meursault” de “El extranjero”, de Camus, o el hijo protagonista de “La invención de la soledad”, de Paul Auster. “Soy un existencialista irónico”, me dijo sardónico el autor de “La comedia salvaje” el día que lo entrevisté.

El lector tiene en sus manos un texto que aborda, con inquisitiva intrepidez, la urdimbre de la soledad del hombre contemporáneo.

“Estas muerto cuando deja de atraerte el placer, cuando ya no piensas más que en evitar el aburrimiento y no te importa que tu vida sea más ausencia -de dolor, de pasión, de entusiasmo- que contenido. El mayor enemigo de la felicidad no es el dolor, es el miedo”, reflexiona “Samuel”, el personaje protagonista, en su refugio (“La terraza es mi salvación”).

“Un hombre que vive solo acaba convirtiéndose en una versión desmejorada de sí mismo: pequeñas manías se van instalando en la vida cotidiana”, explica el narrador en uno de los folios de la novela.

“Clara”, la muerta que “Samuel” ama e inventa, no es una ilusión sino una necesidad.

Algunos pasajes del libro son inolvidables: “Samuel” y el vencejo lastimado en su terraza. “Samuel” y “Carina” (la hermana de Clara) haciendo el amor. “Samuel” y su vecino “Samuel” (el verdadero). “Samuel” y “Alejandro” (el viudo de Clara) en diálogo proceloso.

No olvidemos que en esta historia de urdidoras consonancias la palabra “amor” es “un sustantivo devaluado”.

Notimex.