Keshia Thomas tenía 18 años cuando el Ku Klux Klan (KKK), una organización que aboga por la supremacía blanca, celebró una movilización en su ciudad natal Ann Arbor (Michigan, Estados Unidos) en 1996.
Liberal, progresista y multicultural, el lugar era inusual para la convocatoria del KKK y, de hecho, cientos de personas se reunieron para demostrarles que no eran bienvenidos.
Había tensión en el ambiente, pero estaba bajo control. La policía, vestida con los uniformes de las fuerzas antidisturbios y armada con gases lacrimógenos, protegía al pequeño grupo de miembros del KKK, ataviados con batas largas blancas y sus gorros en forma de conos.
Del otro lado de una cerca especialmente levantada para la manifestación, se encontraba Thomas junto a un grupo de opositores a la organización.
De repente, una mujer con un megáfono empezó a gritar: “¡Hay un hombre del Klan en la concentración!”.
Todos voltearon para ver a un hombre blanco, de mediana edad, que llevaba una camisa con la bandera de los Estados Confederados de América. El sujeto intentó apartarse de ellos, pero los manifestantes, incluyendo Thomas, lo siguieron “sólo para correrlo”.
No había confirmación de que el hombre era un simpatizante del Ku Klux Klan, pero para los manifestantes que se oponían a ese movimiento, su ropa y sus tatuajes representaban exactamente lo que ellos fueron a rechazar.
La bandera confederada era para ellos un símbolo del odio y el racismo, mientras que el tatuaje SS -acrónimo de Schutzstaffel, la infame organización nazi- en su brazo apuntaba a la creencia en la supremacía blanca o incluso algo peor.
Se escucharon gritos como “¡Maten al nazi!” y el sujeto empezó a correr, pero lo tumbaron al suelo. Un grupo lo rodeó, y empezó a patearlo y golpearlo con palos de madera de sus pancartas.
“Barbárico”
Momento en que la muchedumbre empieza a perseguir al sujeto con el tatuaje SS.
La mentalidad de la turba se había apoderado de la situación. “Se volvió algo barbárico”.
“Cuando la gente está en una multitud es más propensa a hacer cosas que nunca haría individualmente. Alguien tenía que salirse del grupo y decir: ‘Esto no está bien'”.
La adolescente, quien cursaba el bachillerato, se lanzó encima de ese hombre al que no conocía y su cuerpo se convirtió en un escudo contra los golpes que le propinaban.
“Cuando lo lanzaron al suelo, sentí que dos ángeles levantaban mi cuerpo y me acostaban sobre él”.
Para Mark Brunner, un estudiante de fotografía testigo del episodio, lo que hizo Thomas es extraordinario.
“Ella se arriesgó físicamente para proteger a alguien que, en mi opinión, no hubiese hecho lo misma por ella”, le dice a la BBC. “¿Quién hace eso en este mundo?”
La esperanza de Keshia
“Que algunos se hayan quejado de que ella (Keshia) debió dejar a ese hombre a su suerte sólo habla de cuán lejos se han desviado de su propia humanidad y de la imperiosa necesidad de recuperarla.
Lo que escogió Keshia fue afirmar lo que han perdido.
Lo que escogió Keshia fue humano.
Lo que escogió Keshia fue la esperanza”
Leonard Pitts Jr, Premio Pullitzer, Miami Herald 1996
¿Qué le dio a Thomas el ímpetu para ayudar a un hombre cuyas visiones parecían ser tan diferentes a las suyas? Sus creencias religiosas jugaron un papel, pero su propia experiencia con la violencia fue otro factor.
“Sabía lo que era ser lastimado”, Thomas indicó. “Todas las veces que me sucedió, deseé que alguien se rebelara por mí”.
Las circunstancias, que ella no quiere describir, eran diferentes. “Pero violencia es violencia, nadie merece ser lastimado, especialmente no por una idea”.
Fuente: (BBC)