Con su gran arquitectura victoriana y famoso laberinto de 190 callejuelas, Melbourne es considerada como una de las atracciones turísticas más grandes de Australia. Pero las autoridades de la ciudad le han estado vendiendo algunos de los callejones a promotores inmobiliarios, y los melburnianos tienen una incómoda sensación de que su patrimonio vital podría perderse pronto.
A mis amigos y a mí nos gusta pensar que Melbourne es nuestro secreto.
Pero durante tres años consecutivos, la segunda ciudad en tamaño de Australia ha permanecido en el tope de la lista de los mejores lugares del mundo para vivir de la revista The Economist.
El año pasado tuvo un puntaje de 97.5% por estabilidad, salud, cultura, medio ambiente, educación e infraestructura.
Y eso que los jueces de la Unidad de Inteligencia de la revista The Economist omitieron algunos aspectos esenciales de la buena vida de Melbourne: la comida y el vino; las playas y los bosques… y los viñedos que están a una hora del centro de la ciudad.
Melbourne es, además, líder en campos como la biotecnología y los servicios financieros, así como también en música, teatro, cine y festivales.
Decadencia
A principios de este año Melbourne celebró su XX Festival anual del Callejón, que combina el amor por la música en vivo con uno de sus mayores activos arquitectónicos: una red de callejuelas que es una de las principales atracciones culturales de Australia.
La ciudad fue planeada en 1837 en lo que es conocido como “la red de Hoddle”, en nombre del diseñador, el topógrafo Robert Hoddle.
Ese kilómetro y medio de norte a sur por un kilómetro de este a oeste, con sus 10 calles latitudinales y nueve longitudinales, llegó a ser un grandioso centro de negocios, bancos y tiendas elegantes.
Pero tras la fiebre del oro de la década de 1850 y 60, esos mismos callejones hundieron a la ciudad, pues muchos se convirtieron en zonas prohibidas y guaridas de delincuentes, con edificios que servían de burdeles, fumaderos de opio y casas de juego clandestino.
Mientras los suburbios florecían, el centro moría lentamente y hasta la década de 1980 las callejuelas permanecieron oscuras y sucias. Muchas desaparecían bajo edificios de oficinas sin rostro.
Levantando cabeza
Una renovación urbana de los años 90 revivió el espíritu de los callejones de Melbourne.
Hoy en día no sólo son un colorido recordatorio del pasado de la ciudad, sino una parte integral de su presente.
Su preciosos referentes están en un estado de cambio constante, con casas de té japonés y comederos de dim sum chinos; restaurantes elegantes, bares y boutiques de moda; joyerías, galerías de arte, molinillos de café, clubes de jazz ocultos y restaurantes secretos como el Club de los Camareros Italianos, que abrió sus puertas en 1947 pero sólo recientemente puso un letrero sobre la puerta.
Así que la noticia de que el ayuntamiento de Melbourne le había estado vendiendo algunas de las callejuelas a promotores inmobiliarios causó conmoción.
Vendiendo lo más cool
En los últimos dos años, la municipalidad ha ganado más de US$1.792 millones con las ventas de callejones.
El más barato fue un trozo de la calle del carnicero, por US$82.000. El más caro fue 146 metros cuadrados de Benson Lane, por US$874.000.
La municipalidad está reticente a dar detalles. La ciudad de Melbourne no busca activamente la venta de callejuelas, dijo un portavoz, agregando que las transacciones se anunciaban así como las los avalúos.
Pero eso no es lo que el ayuntamiento le dijo al periódico The Age en diciembre cuando se le preguntó sobre sus planes de vender otra parte de una calle a la Corporación de Inversiones de Queensland para que fuera parte de un enorme complejo con oficinas, tiendas y un hotel.
Un portavoz dijo que el ayuntamiento “periódicamente examina la descontinuación y venta de calles y callejuelas”. Añadió que las porciones de callejuelas vendidas eran “excedentes para los requisitos de la municipalidad”.
¿De quién son las calles?
Pocos amigos estaban enterados de que estaban vendiendo callejones hasta que lo mencioné.
Min estaba horrorizado. “Parece como si los promotores inmoviliarios se hubieran tomado la ciudad”, exclamó. Otra amiga, Gabriel, aseguró que la gente sería más vocal en oponerse a las ventas si tan solo supiera lo que estaba pasando.
Joni, quien llegó de Los Ángeles hace 30 años dijo que se puede pasar un año explorando la red de callejuelas antes de tener que empezar de nuevo, pues evolucionan continuamente, por lo que siempre está descubriendo nuevos lugares para comer o comprar.
“¿No le pertenecen a todo el mundo las calles?… ¿Cómo las venden?… ¿Usan los ingresos para mantener el resto?”, preguntó.
Por ahora, no hay ninguna respuesta oficial. Pero sí hay temores de que la moda actual de recrear las callejuelas dentro de centros comerciales podría tornarse en una alternativa estéril a la cultura orgánica callejuelas verdaderas de Melbourne.
“La pérdida de cualquier callejón es lamentable”, declaró el presidente de la Fundación Nacional de Victoria, Martin Purslow.
“Son sitios vibrantes y emocionantes, críticos para el carácter de nuestra ciudad, y los perdemos en nuestro detrimento”.