Hace un par de días fui a ver “Nosotros los Nobles” con mi novia. Me la habían recomendado bastante, desde mi abuela (cinéfila y con un muy buen criterio para películas) hasta amigos que pensaron que entrarían a ver una babosada de película y salieron muy contentos. Este no es el relato de cómo es que fui a ver la película o si es que la disfruté (lo hice). Más bien, trataré de transmitirles algunas de las cosas que esta película me hizo pensar.
No es para nada un película con un trama complicado, de hecho, y como dijo mi novia “es muy predecible”. Esto, en mi opinión, no la hace una mala película, sino que es tan sencilla que tu cerebro no está preocupado en tratar de descifrarla, puedes relajarte y dejar que la película te guíe tranquilamente a un final esperado. Esta pieza es una crítica a los jóvenes de hoy en día, los famosos ninis. Jóvenes sin trabajo ni ganas de estudiar y, lo peor de todo, sin motivación para superarse como personas en algún futuro. Pero claramente también es una crítica a los padres de estos jóvenes, quienes son igual o más culpables todavía que sus hijos, por permitirles a sus hijos este tipo de actitud. Es exactamente esto lo que el padre en el largometraje nota y trata de corregir al inventar toda una historia (no se preocupen si no la han visto no se las voy a arruinar) para que estos chamacos consigan trabajo y pongan los pies en la tierra.
En una parte de la película el papá de los tres jóvenes al darse cuenta que sus hijos son el ejemplo perfecto de los ninis, dice: “abuelos ricos, padres millonarios, nietos miserables”. Lo que se refiere aquí por miserables, no es que esos nietos no van a tener con qué comer. Al contrario, van a tener de sobra y mucha de esta comida se echará a perder. Sin embargo, la comida no es lo único que desperdician estos “nietos miserables”. Le cierran la puerta una oportunidad increíble que es poder ponerse grandes retos personales o ayudar a crear una realidad mejor para todos, ya que tienen los recursos para, al menos, tratar de hacerlo. Desaprovechan esas oportunidades y hacen lo que quieren, que normalmente es irse al pedo de miércoles a domingo y despilfarrar dinero en cosas mundanas. Desafortunadamente vivimos en una sociedad regida por el dinero y el estatus social que éste genera. Sobre todo en México, donde la diferencia entre clases sociales es formidable y estamos tan divididos que para muchas personas adineradas tomar la combi es impensable.
Hace no mucho escuché en algún lugar una idea interesante, decía: “Un país primermundista no es aquel en el que todos sus habitantes tienen coche, es en el cual todos sus habitantes usan el transporte público”. ¡Qué genial idea! Aquí, sin embargo, ¿qué es lo primero que se compra una persona cuando tiene lana? Un coche. ¿Para qué? Para tener estatus. Imaginen un México donde todos usamos un transporte público, que al tener suficientes ingresos, puede brindar servicios de buena calidad. Un México donde “el naco” y el empresario exitoso compartan el asiento del camión.
En fin, ya hasta estoy imaginando sociedades utópicas (¿o no?) y yo sólo quería comentar un poco sobre la película. Continúo: salí de la película pensando que tal vez todo el país necesite una lección como la que el papá le da a sus hijos. Aunque creo que, tristemente, como el recuerdo de un sueño, la lección se hundiría en el subconsciente para esperar, en muchos casos inútilmente, ser despertada de nuevo.