odo está hecho a ojo, por eso me quedo en la puerta. Hay un tipo de persona que nunca pasará. Gente que viene y me dice: ‘Soy un millonario de Arizona’. Quiero que todo el mundo sea guapo y divertido.
Fueron, sin duda, los meses, que se convirtieron en años, más acalorados que se vivieron en Manhattan durante finales de la década de los 70 y todos los años venideros hasta El final de la Gomorra moderna, en 1980.
Bien puede reconocerse como el templo del hedonismo, la música disco, la lujuria, las drogas y la libertad sexual, y un digno sucesor de The Factory, el hervidero artístico de Warhol allá en 1963. Y se habla de un templo porque todo se convertía en ritual desde la entrada: bajo el dedo índice de Steve Rubell se decidía el destino de “los elegidos” durante la noche iluminada por una esfera disco. Era el Studio 54, un pequeño círculo del infierno detrás de una cortina de terciopelo púrpura en el que sucedían todas las situaciones protagonizadas por todos los artistas.
Se dice que fue la entrada de Bianca Jagger montada en un caballo blanco con motivo de su fiesta de cumpleaños, la que haría eco entre los famosos para que asistieran al recién inaugurado Studio 54, en abril de 1977. Steve Rubell, un empresario abiertamente homosexual, era una especie de Minos quien desde el pedestal de la entrada del lugar decidía quién entraba bajo su radar para “gente guapa y divertida”; lo mismo que glamorosas estrellas que mortales bien vestidos, todos se relacionaban en el mismo ambiente, sin distinción, pues, decía: “El camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría”, una cita de William Blake que cobraba todo el sentido en la fila del lugar.
A la inauguración del Studio 54 asistieron Andy Warhol y Calvin Klein. Se sabe que se repartieron cinco mil invitaciones entre los miembros de la jet-set europea y americana; al evento acudieron Mick Jagger, Brooke Shields, Dalí, Liza Minnelli y Donald Trump, entre muchos otros, y quedaron fuera estrellas como Woody Allen y Frank Sinatra, quienes no superaron el estricto control de selección establecido por Rubell.
Y como los círculos del infierno descritos por Dante, Studio 54 era una historia en cada sección: la pista de baile estaba coronada por una reinterpretación de la figura del Hombre en la Luna, de George Méliès, la que aparecía con un gran inhalador de cocaína; en el segundo nivel (los palcos) se atisbaban los encuentros sexuales más salvajes protagonizados por hermosos jóvenes; mientras que en el sótano convivían las celebridades en un encuentro más exclusivo entre flashes y muchas drogas.
Nombres como Yves Saint Laurent, John Travolta, Donna Summer, Alice Cooper, Al Pacino, Farrah Fawcett, Elizabeth Taylor, Truman Capote, Mohamed Ali y los internacionales Village People sucumbieron ante la seducción del lugar y se mezclaron entre los miembros más chic de la sociedad neoyorkina que parecía reducirse a 450 personas, el número que abarrotaba Studio 54.
Entre las leyendas endulzadas de cocaína alrededor del mítico Studio 54 está la que dice que una chica desnuda fue encontrada atada a la tubería del techo del lugar, después de haber sido ultrajada por varios hombres. O la de Cher, a quien Rubell no dejó entrar al club por no ser de su agrado.
El final de la Gomorra moderna tendría lugar en febrero de 1980, así se le conoció a la fiesta de clausura de Studio 54 a la que acudieron Diana Ross, Jack Nicholson, Richard Gere y Sylvester Stallone, éste último, se dice, tuvo el honor de beber la última gota de alcohol servida en el local.
A Steve Rubell y su soso socio en esa, y esta historia, Ian Schrager, los detuvieron más tarde acusados por evasión de impuestos, así vería el fin de sus días el corazón de la noche en Manhattan. Para 1981 Studio 54 se reabrió, ahora, bajo la dirección de Mark Fleischman; entre sus muros se escucharon las voces de Madonna, Boy George, Janet Jackson, Lionel Richie, Basquiat y Cyndi Lauper, entre otros, pero no tuvo el éxito esperado y en 1986 cerró de manera definitiva.
Conocido simplemente como Studio, el número que completa el nombre lo obtuvo de su ubicación en la calle 54, al oeste de Manhattan (Nueva York); fue la dirección de la liberación, de encuentros sexuales sonorizados por música disco pero opacados por el SIDA, el que, años más tarde, cobraría la vida del Minos Steve Rubell. Un antiguo teatro convertido en una total puesta en escena protagonizada por las celebridades y sus excesos, y que tras sus muros habitaban ocultos paquetes de dinero y cocaína.
Como The Factory, Studio 54 fue de esos lugares difíciles de imaginar si no se contara con certezas: toda la música, todo el glamour, todos los años de una década en un mismo encuentro. Una prolongada noche que tendría efectos en la cultura pop, una película de 1998 dirigida por Marck Christopher y protagonizada por Ryan Phillippe.
Sobre las incandescencias culturales que dejó Studio 54: incluso dentro de la exclusividad reinaba la convivencia de entre quienes tenían un nombre y quienes luchaban por formar uno, al menos, una noche, porque las preferencias sexuales eran sólo cuestión de estilo.
Fuente: Cultura Colectiva