Años atrás, tener adecuados hábitos de higiene no era cosa sencilla, pues era necesario recorrer grandes distancias para conseguir agua y posteriormente prender fuego para calentarla, lo cual significaba un gasto adicional de energía y conseguir los elementos necesarios para lograrlo.

En época de invierno, pensar en darse una ducha podía ser similar a un intento de suicidio, ya que las bajas temperaturas aunadas a la dificultad para llevar a cabo este importante ritual de higiene, eran factores que exponían a las personas a una muerte segura por hipotermia. De igual forma, la ventilación en las casas era limitada, ya que evitaban tener puertas y ventanas abiertas para mantener caliente el hogar. Tampoco lavaban de forma regular la ropa de cama, debido al tiempo y esfuerzo que esto implicaba.

No es difícil imaginar el mal olor que las personas despedían en ese tiempo, pues la mayoría de las actividades requería un gran esfuerzo físico y las prendas que utilizaban día con día eran las mismas.

Al igual que las huellas dactilares, cada persona tiene un olor particular. De acuerdo con una reciente teoría,  el olor de una persona puede estar directamente conectado con sus genes únicos, como los del sistema inmunitario que determinan la composición de las bacterias de la piel. Éstas transforman el sebo de las glándulas sebáceas en ácidos grasos. Dichas secreciones corporales son producto de las glándulas exocrinas (el sudor) y holocrinas (la secreción sebácea), glándulas que predominan en axilas y región genital. A través de este proceso cada persona recibe una composición única de ácidos grasos, lo que determina sus características de olor.

El olfato es uno de los sentidos que utilizamos más de lo que creemos. Por ejemplo, el sabor de un producto viene determinado por su olor en un 90%. En recientes fechas, investigadores de la Universidad Brown publicaron un estudio en el cual las mujeres calificaron la esencia de un hombre como el rasgo más importante para determinar el interés sexual en él, e incluso el sentido del olfato de las mujeres está en su punto más alto cuando están ovulando, es decir, cuando son más propensas a embarazarse.

En el caso de los hombres, otro estudio realizado por la Fundación Smell & Taste Treatment and Research descubrió que el olor de lavanda, del pastel de calabaza, donas y regaliz negro, aumentan el flujo sanguíneo en el pene hasta en un 40%.

Sin embargo, la contraparte de la atracción y deseo sexual inducido por la compatibilidad de aromas es el rechazo o desagrado ante la presencia de un mal olor, que puede ser despedido por el área genital.

Las mujeres viven con un cierto número de bacterias en la zona íntima, las cuales actúan como una barrera natural de protección y el olor que emiten es agradable e incluso puede ser excitante para algunos hombres. Pero, cuando esta carga bacteriana se desequilibra, es decir, aumenta su población, da lugar a infecciones vaginales; éstas se hacen presentes con un olor similar al pescado que resulta desagradable y puede llegar a inhibir el deseo sexual de la pareja.

Las mujeres deben aprender a distinguir entre el mal olor y el olor natural de sus genitales, pues muchas de ellas se empeñan en eliminar este último utilizando perfume, jabón o desodorante, y lo único que consiguen es hacerse más propensas a padecer infecciones.

¿Cómo prevenir las infecciones vaginales?

  • Cambia de ropa interior todos los días
  • Utiliza ropa interior 100% de algodón
  • Asea tu zona genital todos los días
  • Cuando estés menstruando cambia tu toalla sanitaria de manera regular, por lo menos 3 veces al día, y 4 veces si estás usando tampón
  • Evita la ropa demasiado ajustada y las tangas, utilízalas sólo en ocasiones especiales
  • Después de ir al baño, debemos limpiarnos de adelante hacia atrás para evitar la transmisión de bacterias que hay en la zona anal
  • Lava tus manos antes de cualquier contacto con tus genitales
  • Evita estar mucho tiempo con ropa húmeda puesta porque favorece el crecimiento de hongos y bacterias