Simplemente te sueltas y tiras todo el odio por la borda hasta que el ultimo vestigio de venganza desaparezca. El resultado de esta “revolución interior” es similar a una renovación esencial, una reestructuración donde el “yo” descansa y se reinventa. Para comprender el perdón hay que comenzar por su negativa: qué no es perdonar. Retirar “lo que no es” para que nos quede el núcleo duro de “lo que es”, su verdadera naturaleza.
Perdonar no es borrar la falta cometida. No se trata de dar “absolución total y radical”. No se puede deshacer la falta de un plumazo como si tuviéramos un poder sobrenatural. Nadie es capaz de borrar la memoria histórica y olvidarlo todo, por tal razón, perdonar no es una especie de amnesia que nos hace comportar como si nada hubiera pasado. El recuerdo de lo acaecido cumple una función adaptativa (por ejemplo: “¿Debe un niño olvidar el rostro del abusador que persiste en su afán destructivo?”) y certifica el respeto a las víctimas: “Deberíamos olvidar el holocausto o Bosnia-Hersegovina?”. Adaptación y responsabilidad ética: imposible renunciar a ellas.
Perdonar no es otorgar clemencia. No soy quien para decidir el tipo de castigo que debería tener mi ofensor, ni su intensidad: eso lo define una justicia estatal y organizada, a no ser que reclame venganza o la ley del Talión (“ojo por ojo”). Perdonar no es aliviar la pena o la condena, supone un paso más que un mero acto de jurisprudencia.
Perdonar no es solo compasión. Es decir: el perdón no solamente requiere de cierta misericordia con el agresor. No es suficiente que el arrepentimiento del agresor genere en nosotros cierta solidaridad con su sufrimiento: el perdón también es una decisión, una virtud pensada y actuada, pero siempre razonada. Es un acto de la voluntad que va más allá del “contagio afectivo”. De hecho, puedo perdonar a una persona sin conocerla, puedo perdonar a los muertos y a quien ni siquiera se ha arrepentido. El perdón es un acto individual y personalizado. Insisto: una decisión de la mente, acompañada por el corazón.
Perdonar no es renunciar a nuestros derechos. Perdonar no significa negociar los principios y los valores que nos definen o doblegar la propia dignidad. Uno puede dejar de odiar a alguien y aún así seguir defendiendo los derechos personales frente a ese individuo en cuestión. No implica abdicar de lo que creemos justo, sino protegerlo sin violencia física o psicológica
Si perdonar no es nada de lo anterior, ¿qué es entonces? Es recordar sin odio, es extinguir el rencor y eliminar los deseos de venganza. Es hacerle el duelo al resentimiento. Implica enfrentarnos a nuestros enemigos sin odiarlos y movidos básicamente por la convicción. De esto se tarta el perdón, de adquirir la tranquilidad del alma, que tanto predicaban los antiguos griegos: la paz interior, para que luego se refleje fuera.
¿Cómo llega uno a perdonar y a sentirse libre internamente? Aunque existen muchos caminos que conducen al perdón señalaré cuatro de los más importantes:
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El camino del amor. Cuando se ama de verdad, cuando lo que se siente es un ágape profundo y honesto, el perdón sobra. ¿Qué no le perdonaríamos a nuestros hijos? La respuesta es: le perdonaría todo. ¿Cómo odiar a un hijo?
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El camino de la comprensión. Requiere ponerse en los zapatos del otro y tratar de buscar explicaciones que nos ayuden a echar luz sobre el asunto. Entender empáticamente al prójimo facilita el perdón. No hablo de “justificación” sino de discernimiento. A veces es un regalo que le haces al otro.
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El camino del desgaste. La frase liberadora es como sigue: “Me cansé de odiar”. Dejar el rencor por mera supervivencia: “Odiarte me quita energía vital: me cansé de sufrir”. Es un regalo que uno se hace a sí mismo para mejorar su calidad de vida.
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El camino de la comparación. Es una forma de identificación por lo bajo. Al compararme con los “defectos” de la persona que me hizo daño, la mente hace este análisis: “¿Cómo no perdonarte, si yo en tu lugar hubiera hecho lo mismo”. Cuando descubrimos que en la situación del otro hubiéramos actuado igual o de manera semejante, el rencor empieza a tambalear.
Finalmente y a manera de conclusión, digamos que el proceso psicológico y emocional que conlleva el perdón no es exclusivo, no se necesitan dones especiales, ni pertenecer a una secta de iluminados. Cualquiera puede hacerlo, si trabaja en ello y decide construir en vez destruir, si decide crecer en vez de involucionar. Una cosa es segura: los que logran perdonar, están más cerca del amor.
Fuente: Walter Riso