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Bajo los árboles que los protegen del sol, dos ancianos bailan un danzón frente un grupo de adultos mayores. Lourdes, periodista y madre de tres hijos, los observa y sonríe mientras comenta: “Ojalá a mi mamá le gustara bailar. Me encantaría traerla aquí”.

Su madre recién cumplió 81 años. “Hace un año, la llevé a comprar una crema. Con la bolsa de su compra en la mano, me preguntó, ‘¿a qué venimos?’ Ahí me di cuenta de que había dejado de ser la persona aguda y brillante que conocía y nuestra relación cambiaría desde ese momento y hasta su muerte”, dice.

Así es como pasó de ser la hija menor a la cuidadora de su madre, que empezó a mostrar el deterioro mental propio de un anciano. Lourdes completa: “me volví el adulto de la relación”.

Aunque México sigue siendo un país de jóvenes, esta característica se ha ido transformando. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 1990 el promedio de edad de la población mexicana era de 19 años y en 2010 de 26.

Según proyecciones del Fondo de Población de las Naciones Unidas, el proceso de envejecimiento demográfico se irá acelerando. En 2010 la población de 60 años y más representaba el 6.3% del total nacional. En 2030, las mujeres en ese rango etario representarán el 18.7% del total de mujeres y los hombres el 16.2%.

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[sws_green_box box_size=»700″] Vejez impensable [/sws_green_box]

“Se prevé que la proporción de personas de 60 y más años se duplicará en el mundo en pocas décadas: pasará del 10% de la población mundial en 2000 al 22% en 2050”, sostiene Aguilar Vázquez, también maestra en Estudios de la Mujer.

De los 9,000 millones de habitantes que tendrá el planeta, 2,000 millones estarán en la tercera edad.

«Durante ese periodo, la proporción de ancianos igualará a la de niños de cero a 14 años. A juicio de la Organización de las Naciones Unidas, será un hecho sin precedentes en la historia de la humanidad”, apunta Aguilar Vázquez y se pregunta: “¿Quién cuidará de esa población en un país como México, sin apoyo social ni políticas de salud para la vejez?”.

Para María Teresa González-Cosío, enfermera geriátrica y miembro de la Federación Internacional de Alzheimer, el problema no esperará hasta 2050. “Hoy mismo en México no hay asilos para ancianos; ni aunque los puedas pagar, porque nunca se planeó este cambio en la población”, señala.

Aunque la esperanza de vida se elevó a casi 75 años en 2010, de 61 años en 1970, de acuerdo con el mismo INEGI, para Iris Eréndira Aguilar Vázquez, antropóloga de la Universidad Autómoma de México, campus Xochimilco, México se está haciendo “grande” rápidamente y se necesita una política de salud nacional para atenderla, pues “ya no nos queda mucho tiempo».

Tres factores han permitido aumentar la esperanza de vida, según Aguilar, autora de la investigación Relaciones de género en el cuidado de personas mayores hospitalizadas: «la disminución de la mortalidad, las familias más pequeñas y la transición epidemiológica; es decir, el desplazamiento de viejos padecimientos -como las enfermedades infecciosas, la desnutrición y los problemas ligados al embarazo y el parto-, por padecimientos como la hipertensión, la diabetes y el cáncer”.

Aunque existen algunos avances y acciones enfocadas a los adultos mayores, desarrollados a partir de organismos públicos como el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) y el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (INAPAM), como clubes sociales, casas hogar, grupos de autoayuda y apoyo económico, son insuficientes incluso en la situación actual, según las especialistas.

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[sws_green_box box_size=»700″]Malabares domésticos…y femeninos [/sws_green_box]

“Tengo un adolescente y dos hijos más pequeños. Ahora con mi madre, estoy justo en medio de dos generaciones que necesitan cuidados y atención. Por eso, en lugar de visitarla semanalmente, he tenido que organizar mis días entre el trabajo, mis hijos y mis proyectos personales, para tener siempre el tiempo de llevarla al doctor, comprar sus medicamentos o revisar que su televisión funcione bien y pagar sus gastos”, cuenta Lourdes.

González-Cosío considera resulta difícil sostener una dinámica así por mucho tiempo. “Es desgastante”, dice. Por eso le gusta tanto el modelo europeo, en el que “un pariente renuncia a su carrera profesional y se queda a cargo del anciano, pero recibe a cambio un sueldo que le paga el resto de la familia. Y no solo eso, tiene beneficios laborales y vacaciones como si fuera un trabajo normal”.

En México, la familia también se hace cargo del adulto mayor cuando ya no puede valerse por sí mismo y casi siempre, son las mujeres las encargadas de hacerlo como un añadido a sus labores caseras no remuneradas. Aguilar Vázquez explica que “aún cuando hay cambios importantes en la conformación y tamaño de las familias, no existen cambios culturales que permitan incorporar a los hombres en las actividades de cuidado de forma más equitativa. Si bien ellos se involucran, no lo hacen de igual manera y tienden a relegar aquellas de alta presión e inversión de tiempo a las mujeres”.

CNN México