Él era mi mejor amigo no porque hiciéramos todo juntos, pero porque nos entendíamos. Y justo por eso, estaba destinado al fracaso desde el principio. Él conocía mis secretos y yo conocía su pasado bastante bien.
Si alguien nos hubiera visto, aseguraría que éramos una pareja fabricada en el sueño de una historia de amor muy cursi. Era cuestión de tiempo para que nos diéramos cuenta de que nuestra amistad era más bien un amor bastante obvio.
Ansiábamos encontrar una pareja que hiciera nuestro mundo temblar, sin saber que la respuesta estaba frente a nuestros ojos. Un día nos pegó la realidad como un martillo en la cabeza sin que pudiéramos echarnos para atrás.
La lógica nos decía que lo intentáramos, yo lo quería, él me amaba. ¿Qué podía pasar si lo intentábamos?
Y la realidad es que pasó mucho: viajes, bailes, películas, besos, comidas en familia, cenas de aniversario, risas, bromas y en los últimos meses, lágrimas, enojos, celos; peleas que nadie ganaba y rencores que nunca se iban.
Conocernos tan bien, con el tiempo se volvió un arma en nuestra contra. Sabíamos qué nos dolía, cómo lastimarnos y cuándo utilizarlo a nuestro favor. Sabíamos de nuestros ex’s, nuestros pretendientes y nuestros secretos inclusive antes de ser pareja. Nos amábamos pero éramos nuestros propias armas mortales.
Hasta que uno de nosotros puso el cese a las armas.
Paramos, nos separamos y dejamos de ser “mejores amigos”. Hubo días en que lo odiaba y otros en los que cada célula de mi ser lo extrañó.
Si tengo que ser sincera lo único que me dolió de haber terminado con él, diría que perder su amistad. Lloré por haber perdido a mi mejor amigo, no a mi pareja.
Haber sido su novia fue increíble. No lloré porque simplemente no me daba tristeza haber vivido un amor como el que viví a su lado. Me enamoré como nunca lo había hecho y descubrí una parte de mí que no sabía que existía. La persona capaz de poder dar amor sin final.
No me arrepiento porque enamorarme de mi mejor amigo fue la mejor decisión que pude haber tomado, porque esas sesiones de carcajadas, los hipnotizantes viajes y los besos de película sólo los pude haber vivido con él.
Resultó que la mejor pareja que pude haber elegido era mi mejor amigo porque nadie nos conocía tan bien como nosotros mismos.