Retrató a Diego Rivera como si fuera un pajarito en un árbol. Recuerda las historias de sus fotografías como si sesenta años no hubieran pasado jamás. Sólo tiene 100 copias de cada una de sus fotos y un puro en la mano con tabaco de Veracruz. Enrique Segarra es el fotógrafo de quien hablo; es el que se sienta siempre en la misma silla, que aseguro es incómoda, a lado de un árbol y atento a los clientes o simples observadores que admiran su trabajo. Tiene 90 años y una memoria más fresca que la mía, aunque asegura que no se acuerda ni de lo que desayunó ese día. Todos los sábados está en Plaza San Jacinto enfrente del restaurante de las sombrillas y los domingos en la calle de Sullivan No. 69.
Algunos se detienen a observar las fotografías y es cuando una voz, que viene de atrás, grita “son fotos de hace más de sesenta años” la mirada de todos se desvía hacia abajo y en ese momento, las personas realizan que el autor de esas obras es un señor de más de ochenta años, entonces todas adquieren un valor especial.
Su puro estaba a la mitad, ya había comido y su Gatorade estaba casi vacío cuando yo llegué, lo había visto en todas las ocasiones en las que desayuné en esa plaza y nunca me había detenido a platicar con él. Fue delicioso, más que un buen desayuno en Saks.
Amarga espera
Acerqué la grabadora para que el audio sonara bien y antes de que Segarra pudiera terminar la frase de presentación me la quitó de las manos y la detuvo todo el tiempo, sólo me la regresaba cuando llegaban clientes. Su presentación sonó así: “soy fundador del Club Fotográfico de México del año cuarenta, todos eran 20 años mayores, entonces soy el único fundador que queda. La foto en los cuarenta era muy complicada, no tenían flash, no tenían exposímetro y cargábamos maletas de cincuenta kilos con el equipo que necesitábamos y ahora pasan con un celular y me fusilan las fotografías”. En ese momento llegó una pareja de franceses, que ahora viven en el Estado de México. No era la primera vez que le compraban y lo sé porque le enseñaron una de sus obras enmarcada y en la sala de un departamento en Alemania. Esta vez se compraron una fotografía que Enrique tituló ‘El último empujón’ y preguntaron por una en la que aparece un señor recargado en la pared de su cabaña y el Paricutín de fondo en erupción ‘Amarga espera’ de 1943.
En el ocaso
“Tengo una en la Universidad de Guanajuato en el 45 en la que un par de viejitos caminan en la mitad de la calle, no había tránsito en ese año. Ahora están los pobres que si caminan por la mitad de la calle los atropellan porque pasan tres hileras de coches. La hice cerrando las aberturas del lente para que quedaran caminando hacia lo oscuro de la calle y le puse de título ‘En el ocaso’ es el ocaso del día porque el sol se está poniendo y el ocaso de la pareja que va caminando hacia la muerte, hacia la oscuridad.
Su fotografía favorita
“Tomé una en el año 50 en Tecolutla Veracruz. Es el entierro de un niño que se llama ‘Luz en las tinieblas’ porque van caminando con el ataúd del niño hacia la luz que queda en el horizonte, hay una cruz en la luz, entonces, la muerte camina hacia la luz. Esa foto tiene 31 premios internacionales. En el año 50 éramos sólo 10,000 fotógrafos en todo el mundo porque la fotografía analógica era muy difícil. Hacíamos concursos en los salones internacionales, mandábamos fotografías del Club Fotográfico de México a España, Francia, Italia, Alemania, Inglaterra y a todos los lugares en donde hubieran salones para concursar, ahora en los salones entran 10 millones de fotógrafos. Entonces esta foto que en el año 50 tuvo tantos premios, si la mando ahorita no se saca pero ni zócalo.” Esta fotografía la tiene expuesta con un marco ancho de color negro y es la muestra con la que pide enmarquen sus fotos, también pide que usen vidrio anti reflejante, en realidad son órdenes, me di cuenta.
La foto de Diego Rivera
La historia de la foto de Diego Rivera fue la pregunta con la que Segarra me ofreció que me sentara junto a él en una silla igualmente incómoda. Un amigo de Segarra que era fotógrafo compró un cable de 10 metros que conectaba la cámara con el disparador –Segarra nunca entendió porqué se compró un cable tan largo- le servía para fotografiar pájaros en los árboles, sólo colocaba la cámara cerca de los nidos y desde lejos esperaba a que llegaran para sacar la foto. Una vez que tuvo suficientes fotos de pájaros le regaló el cable a Segarra.
Manuel Romero, periodista, fue a la casa de Diego Rivera para hacerle una entrevista y llevó como invitado a Segarra, que llevaba los 10 metros de cable por si acaso, entonces Segarra vio la oportunidad de una fotografía y cuidadosamente colocó el cable detrás de las mesas y demás muebles; la cámara, la puso encima de una silla alta apuntando a Diego, cuando fue el momento oportuno le dio click y lo retrató como a un pajarito.
Acompañé a Segarra durante casi dos horas, vendió más de cuatro fotografías –siempre que le preguntan el precio, antes de dar la cantidad explica: el papel lo tengo que mandar traer de Alemania porque en México ya no lo hacen, valen 1000 cada una-, tres personas lo llamaron maestro, una más lo llamó ‘Industria de la foto’; me enseñó la revista en la que hablaron de él y me comentó que la mujer que lo ayuda a recoger sus fotos estaba retrasada casi una hora, pero como en ese tiempo le compraron dos más, no pudo quejarse. Mientras lo acompañé Segarra notó una paloma en la rama de un árbol y me ordenó que fuera a tomarle una foto con mi cámara “tómala vertical y con las nubes de fondo” y así lo hice, de cualquier forma ninguna de mis tomas le pareció y con dificultad se paró en de su silla y caminó hacia el árbol. Tomo dos fotos y regresó a sentarse. No quiso más agua, me llevé uno de sus libros, él me pidió un beso antes de irme y su puro seguía a la mitad “mi purito es lo más antisocial, no me lo puedo fumar si platico contigo.”