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[sws_blockquote_endquote align=”” cite=”” quotestyle=”style01″] Un hombre debe buscar lo que es y no lo que cree que debería ser.   -Albert Einstein [/sws_blockquote_endquote]

Biológicamente hablando la mujer invierte mucho más tiempo y energía al procrear que el hombre. En teoría (y muchas veces en la práctica) éste sólo necesita unos segundos y su trabajo habrá terminado; mientras que para la mujer el trabajo apenas estará comenzado. Ya que va a estar embarazada durante nueve meses y de ahí a que el chamaco termine la preparatoria todavía le cuelga.

Desde Darwin se ha asumido que las hembras de cualquier especie son melindrosas en lo que se refiere al sexo. Y muchos modelos darwinistas del origen del hombre proponen a las hembras como objetos pasivos de la competencia masculina.

Todo eso ha hecho que mucha gente (hombres y mujeres) piense que el éxito reproductivo de la mujer no aumenta al tener sexo con diferentes parejas (como sí es el caso de los hombres), por lo tanto se deben enfocar en escoger al “mejor” candidato y gastar su energía teniendo y criando a sus hijos. En otras palabras, las mujeres no deben ni pueden ser promiscuas.

Pero la realidad es otra. Las mujeres –y hembras de muchas especies de primates, sí son promiscuas. Simplemente es la norma bajo la cual vivimos que nos hace pensar que no lo deberían de ser. Por ejemplo, la idea del párrafo anterior se le atribuye a Angus Bateman, un genetista inglés del siglo pasado, que en 1948 publicó el estudio que tenía las conclusiones anteriores. Ese estudio ha sido citado en más de 2,000 trabajos académicos, el único problema es que está mal.

En el 2012 la bióloga de UCLA Patricia Gowaty y sus colegas replicaron el experimento de Bateman (algo que nunca se había hecho), y se dieron cuenta de que sus conclusiones estaban equivocadas. Por falta de tecnología genética moderna el científico tuvo que utilizar otros medios para conducir su experimento, lo cual al final lo llevó a sacar conclusiones erróneas.

Sin embargo, lo importante es preguntarnos: ¿Por qué tuvieron que pasar 64 años para que alguien repitiera el experimento? La respuesta es sencilla: era lo que la gente quería escuchar. Encajaba perfectamente con las suposiciones de cómo debe ser la sexualidad femenina, y por eso nadie lo refutaba.

La fuerza que tiene el deber-ser sobre nosotros es tan grande que puede hacer que los científicos, consciente o inconscientemente, saquen conclusiones equivocadas que influyan enormemente en la manera en la que piensa el resto de la sociedad. Y así, solamente se refuerza esa norma construida por suposiciones. Si Bateman hubiera hecho sus experimentos en Omuhonga, Namibia, donde no está mal visto que las mujeres se acuesten con otros hombres e inclusive tengan hijos de esas “aventuras”, sus conclusiones muy probablemente hubieran sido diferentes.

Entonces, para concluir. ¿Las mujeres pueden de ser promiscuas? ¡Por supuesto que sí! Las mujeres pueden hacer lo que quieran. ¿Le debemos creer ciegamente a nuestros científicos? ¡Por supuesto que no! Siempre hay que cuestionarlos, inclusive cuando sus puntos de vista sean los que nos acomoden. Son humanos, se pueden equivocar y siempre existe la posibilidad de que se vean influenciados por lo que ellos creen que debería de ser la realidad.

Información de:

Slate