El cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio se convirtió en el personaje más importante de 2013 en Argentina, al ser designado como Papa y mostrar una visión reformista que le devolvió popularidad a la iglesia Católica.

El 13 de marzo pasado, lejos de cualquier previsión, Bergoglio ganó la votación del cónclave en el Vaticano y se convirtió en el primer Papa sudamericano de la historia, lo que revitalizó a una iglesia que estaba decaída y padecía el avance evangélico en esta región.

Los gestos de austeridad y cercanía con los fieles que Francisco mostró de inmediato, como evitar ropas, asientos o habitaciones lujosas, contrastaron con la rigidez de sus antecesores, en particular de Benedicto XVI.

El fervor por Francisco se expandió de Argentina e Italia para el mundo, con múltiples reconocimientos, esculturas en su honor, apertura de museos y hasta un “Papatour” que visita los lugares donde nació y ofició como sacerdote en Buenos Aires.

También ha habido cómics, sátiras en Youtube y canciones relativas al Papa que han roto marcas de visitas en las redes sociales, además de supuestos milagros adjudicados al Sumo Pontífice, como el de una mujer española que aseguró que le había curado un cáncer de mama.

El impacto del nombramiento de Bergoglio fue positivo para la iglesia Católica argentina, la cual estaba sufriendo un éxodo masivo de creyentes que optaban por otras religiones o que simplemente ya no cumplían con ninguno de los rituales católicos.

Desde su designación fue evidente la oleada de fieles que regresaron a los templos en Argentina y América Latina, en particular en Brasil, donde el Papa fue a mediados de año para participar en la Jornada Mundial de la Juventud en su primera gira internacional.

Los primeros meses de Bergoglio como Papa implicaron también reformas de fondo, ya que comenzó a reestructurar las cuentas del sospechado Banco del Vaticano, abrió la puerta a la posibilidad de nombrar mujeres cardenales y condenó a curas pederastas.

Pese a sus crecientes niveles de popularidad, el Papa no ha estado exento de polémicas, ya que su nombramiento reabrió en Argentina el debate sobre el papel que tuvo la iglesia Católica en la última dictadura militar (1976-1983).

La jerarquía católica protegió y defendió a los represores que cometieron crímenes de lesa humanidad y el propio Bergoglio, que en los 70 fue superior Provincial de la Compañía de Jesús, tuvo que testificar dos veces obligado por la justicia.

Desde la década de 1980, Bergoglio arrastraba las sospechas de haber “entregado” a los represores a dos sacerdotes jesuitas que fueron secuestrados, uno de los cuales, Orlando Yorio, murió convencido de que el futuro Papa los había traicionado.

El otro cura, Francisco Jalics, recluido en un monasterio alemán, explicó en un comunicado que al principio tuvo sospechas sobre Bergoglio, pero luego las eliminó y se reconcilió con él, convencido que nada tuvo que ver con su captura.